26. Otro. A un
afecto amoroso*
Hermoso dueño mío,
gloria que me da pena
por no poder servirte
cuanto el alma quisiera,
¿por qué, dulce Señor, 5
la tienes tan sedienta
de esas divinas aguas
donde anegarse intenta?
Bien sé lo que me amas,
bien sé lo que me celas, 10
bien sé que no te obligo
con mi correspondencia.
Pero el fuego amoroso,
que activo me penetra,
presume subir tanto
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que llegue hasta su esfera;1
no permite que el alma
pueda estar satisfecha
menos que transformada
en la mayor grandeza. 20
No cesarán, bien mío,
las amorosas quejas,
las abrasadas ansias
porque obligarte puedan.
Yo le digo al Amor2 25
que reparar pudiera,
que el alma, donde vive,
es vil, ingrata y fea.
A esto me responde
que tiene ya licencia
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para atreverse a tanto
del dueño que desea,
y que, para no ver,
tiene en los ojos venda,
que amor que es muy mirado 35
no tiene mucha
fuerza.
Pero tú, desdeñoso,
te
retiras y alejas
dejándome cual sabes,
de amores casi muerta. 40
Bien sabes que te pido
que se rompa la tela,3
y
acabe de gozarte
en
posesión entera.
Tantas veces, Señor,4 45
que
el alma se ve cerca
de
conseguir sus dichas,
la
dejas que padezca
en la dulce agonía
que tanto la recrea;
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piensa que ha de acabar,
y es su esperanza incierta.
Descuidada
vivía
de esta subida empresa,5
en mi olvido sentada,
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dormida en mi tibieza.
Si tú me despertaste
con tu piedad inmensa,
pasa, mi bien, ahora,
porque importuna sea: 60
sufre que noche y día
te
ronde aquesas puertas,
exhale mil suspiros,
te
diga mil ternezas.
Bien
sé que tú las oyes 65
y
admites las finezas
del
alma que te ama
más
que a su vida mesma.
Mas el fogoso amor
que de fuerte se precia, 70
por más que le acaricies,
con nada se contenta;
todo se le hace poco
si a conseguir no llega
todo un Dios por unión, 75
donde saciarse pueda.
Por corto plazo tengo
la eternidad entera
para amar tu hermosura
y agradecer finezas.
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Impaciente mi amor,
a la mayor presteza
la tiene por tardanza,
y esperar la atormenta.
¿Por
qué, mi bien, te tardas, 85
por
qué clamar me dejas?
¿Por qué no me respondes
con mirarme siquiera?
¿Tienes por bizarría
herirme con tus flechas, 90
y sin ver mi dolor,
retirarte al aldea?
Y no entiendas, pastor,
que me quejo que sean
las heridas muy grandes: 95
ojalá que lo fueran
y que por penetrantes,
la muerte fuera cierta;
mas no soy tan dichosa
que merecerla pueda. 100
¡Ay si me viese yo
como el alma desea:
o morir de abrasada
o herida con tus flechas!
Si eres tan liberal, 105
¿cómo, Señor, me niegas
lo que te pide amor
con ansias verdaderas?
Mira que si te tardas,
en gemidos deshecha 110
hallarás a tu amante
sin que remedio tenga.
Si indignidades miras,
si atiendes a bajezas,
no me admiro, mi bien, 115
que olvidada me tengas.
Mas como sé que tienes
de amante la excelencia,
no puedo persuadirme
que te impidan miserias, 120
porque quien ama feo,
es fuerza le parezca
hermoso lo que quiere,
por defectos que tenga.
Y si enojado estás, 125
desenójate apriesa,
pues lágrimas te aplacan
y te rinden ternezas.
Cese, pues, el combate,
acábese la guerra,
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que no es victoria el triunfo
cuando el vencido ruega.
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