28. Otro. A unas
ansias amorosas*
Pues no puedo callar
ni hablar tampoco puedo,
entre callar y hablar
desahogarme intento.
Y callando lo más
5
y diciendo lo menos,
podré cumplir en parte
con estos dos afectos.
Yo me abraso de amores,
sin duda yo me quemo, 10
que me ha llegado así
un infinito fuego.
De cerca pudo herirme
si bien estaba lejos,
y en calor tan activo
15
se deshizo mi hielo.
Es el amante mío
fino por todo estremo,
y agora, por mi dicha,
ha dado en estar tierno. 20
Causan efectos tales
sus regalos del cielo,
que cuando me da vida,
me la quite deseo.
Yo no entiendo sus obras, 25
y sólo decir puedo
que con razón le llaman
artífice de enredos.
No sabré encarecer
lo mucho que padezco 30
ni lo mucho que gozo,
todo en un mismo tiempo.
Para matar de amores
y hacer otros excesos,
sus gracias sólo bastan, 35
que es hermoso y discreto,
liberal y apacible,
caricioso y risueño,
y también le hace
gracia
un poquito de ceño. 40
Éste se quita al punto
en un abrazo estrecho,
y queda serenado
todo el hermoso cielo.
No pudiera decir,
45
si el tiempo fuera eterno,
cuánto sé de su amor
y lo que yo le quiero.
Vivo con imposibles,
porque un amor inmenso 50
para amarte, bien mío,
quisiera por lo menos.
Tú eres, dulce Señor
y regalado dueño,
a quien me dio el amor 55
por excesivo precio.
Naciste para mí,
moriste en un madero,
quedástete en comida1
de gustos verdaderos. 60
Este fue el non plus ultra2
de tu poder
inmenso;
pudo llegar aquí
de tu amor el
exceso.
Más no pudo pasar 65
ni hacer mayor empeño,
que en fineza tan grande
echaste todo el resto.
¿Cómo no me deshago
en agradecimiento
70
comiendo tantas veces
este manjar del cielo?
Sin duda este bocado,
de bien y gloria
lleno,
me hechiza y enamora 75
y hace perder el
seso.
Y mientras más le como,
más apetito tengo,
que aunque me sacia el alma,
la aviva por estremo. 80
¡Qué enamorado estabas,
querido por quien muero,
cuando, por obligarme,
te diste todo entero!
¡Qué engañados que viven 85
los miserables necios,
que apartados de ti,
piensan vivir contentos!
¿Quién les comunicara
la dulzura que siento
90
y el deleite que
gozo
teniéndote en mi pecho?
Mi bien, porque te amaran,
te diera cuanto tengo
de tus dulces regalos, y 95
pasara sin ellos.
¡Oh si pudiera yo,
a costa de tormentos,
hacer que te
sirvieran
cuantos te
ofenden ciegos! 100
¡Oh si también pudiera,
con abrasado celo,
dar una voz terrible
en todo el universo
diciendo: amad a Dios, 105
mirad que él sólo es bueno,
él sólo satisface
y da consuelo entero!
¿Qué utilidad sacáis
de tan viles empleos
110
que os llevan tan aprisa
a un precipicio eterno?
Felicidad infame
son vuestros pasatiempos,
y gloria imaginada
115
que conduce al infierno.
Volved, Señor piadoso,
esos ojos serenos,
y a tanta ingratitud
no castiguéis severo, 120
que esta mía mayor
con razón considero,
pues que debiendo más,
os pago tanto menos.
Pero volviendo ya 125
a tratar del incendio
que causa en mí tu amor,
se templará este afecto.
¿Sabes que me imagino,
y aun lo tengo por cierto, 130
que estás flechando el arco3
cuando dices requiebros?
Presumo que saetas
arrojas a mi pecho
cuando con tus caricias 135
se derrite de tierno.
Acaba de enfermarme
o matarme, te ruego,
pues el morir de amor
es sólo mi remedio. 140
Y en tanto, vida mía,
que tanto bien merezco,
no dejes de aliviarme
con avivar el fuego.
¡Oh si creciera tanto 145
la llama de este incendio
que abrasara en tu amor
a todo el mundo luego!
¡Oh si viesen mis ojos
que con afecto tierno 150
te amasen cuantos viven
en este vil destierro!
No quiero que me des
otra gloria ni premio
sino ver que te
busquen 155
y aspiren a tu
reino.
|