La labor de recuperar las voces poéticas de
conventos de monjas del siglo xvii,
españoles, emprendida por las profesoras Electa Arenal y Georgina Sabat de Rivers,
me parece no sólo necesaria, sino extraordinariamente atractiva, tanto por lo
que significa para el enriquecimiento de la exigua nómina de escritoras, como
por el apasionante, y apasionado, MUNDO intramuros en que nos introduce. El
convento supuso mucho en la vida diaria de la España del Siglo de Oro, como
fenómeno que desborda, ampliamente, el marco de lo religioso para convertirse
en MUNDO en pequeño, extremado, de las complejas y contradictorias formas de
ser y aparentar. Entre la sincera devoción y recogimiento y los excesos de las
monjas del convento de san Plácido hay un intrincado y difícil camino que
discurre entre el fervor y el apartamiento y los fuertes tirones de la llamada
del siglo. Es por eso que el convento femenino, y la literatura que genera, son
parcela fundamental y privilegiada para reencontrar la forma de vida, los
horizontes culturales y mentales de la España del xvii, en los difíciles límites entre lo permitido y aceptado
y lo prohibido y perseguido, entre la vida terrenal y la celeste.
Estas expansiones literarias intramuros
convivieron con una extendida literatura contra monjas, en que los ataques y
descalificaciones incluían aspectos coprológicos, de degradación sexual, de
burda comicidad, como nos descubren numerosas poesías que, fundamentalmente,
reposan en cancioneros manuscritos de diversas bibliotecas. Subraya esto el
que, por más que sea casi desconocida la literatura "de monjas",
intramuros y extramuros, en pro y en contra, fue una parcela importante de la poesía
áurea.
En el coro de voces de convento creo que, sin
duda, destacaría una: la de sor Marcela de san Félix, hija ilegítima de Lope de
Vega, pero que vivió en el seno de un hogar lleno de amores y de literatura, lo
que, claro es, influirá en su formación. Es la obra completa de sor Marcela, la
que ahora nos presentan, excelentemente editada, Electa Arenal y Georgina Sabat
de Rivers, con amplio estudio y anotación y detenido análisis de los problemas
textuales.
Las autoras de
la edición manejan la parquedad de datos sobre la vida de una monja con un
acercamiento cordial, lleno de sentido común, intentando reconstruir lo que le
supuso a sor Marcela ser hija de un padre famoso, un escritor de la talla de
Lope de Vega, apadrinada por otro creador importante, Valdivielso, e inmersa en
una vida familiar que hasta exigió de ella, en tiernos años, copiar las cartas
de amor del Fénix para el insaciable duque de Sessa. Pero el ámbito de
preocupaciones cotidianas lo enlazan con el análisis de cuestiones medulares
para entender este caso singular: marginación en la vida y realización en
convento, censura y autocensura, formación literaria, con la madre Teresa de
Jesús al fondo y una base de ideas literarias platónico-cristianas, pero con
una gran capacidad para los aspectos más inmediatos y el coloquialismo de la
calle.
Lo que sorprende al leer el conjunto de la poesía
de sor Marcela es su capacidad para articular registros muy distintos, que van
desde su gran habilidad para el humor, ironía, preocupaciones domésticas en un
plano de "proximidad realista", al misticismo, simbolismo y elevación
de fondo y forma hacia "la otra ladera". Es por eso que su obra se
remonta sobre un ambiente de tópicos espirituales y devociones repetidas para,
en la variedad de géneros que cultivó, alcanzar esa pluralidad estilística y
temática que han sabido analizar con penetrante agudeza.
Los coloquios nos descubren una forma teatral, o
parateatral, todavía estrechamente vinculada a los ámbitos de la fiesta,
asentada sobre tradiciones medievales y renacentistas. El tono espiritual y
devocional y su alcance alegórico no parecen sobreimpuestos y de receta. Nos
sitúan ante una dramaturgia, mal estudiada hasta ahora, pero que tuvo una
efectividad real en el siglo. Si todavía en el marco de lo teatral sumamos a
los coloquios las loas nos encontraremos con piezas llenas de
matizado humor e ironía, que en su tono profano y circunstancial brindan
aspectos curiosos de la vida intramuros, pero también acerca de las
características de la recepción teatral en el Siglo de Oro, en su pluralidad de
ámbitos y formas.
En los romances y otras composiciones poéticas
encontramos la devoción espiritual, los altos vuelos de una religiosidad
impregnante, pero, de nuevo, en contraste con algunos circunstanciales, de
humor y de vida conventual, con no poca gracia, aunque, como siempre ocurre con
la comicidad del pasado, al faltarnos referencias concretas se nos escapan
muchas claves.
El estudio
preliminar va, coherentemente, como decía, de la vida a la obra, con una visión
global de ésta y un análisis detallado de las principales. Se completa su labor
editorial con una abundante anotación al texto, con el criterio amplio de
solucionar cuestiones lingüísticas y culturales. Todo esto me permite decir
como conclusión que la muy interesante obra de sor Marcela ha encontrado las
editoras y la edición adecuadas. Cuantos sigan apasionándose por la cultura
española del Siglo de Oro tienen en esta obra un común y gratificante lugar de
encuentro.
José
María Díez Borque
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