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1.
LA VIDA Y LA OBRA DE SOR MARCELA DE SAN FÉLIX
Marcela del Carpio, que vivió "fuera del
siglo" bajo el nombre de sor Marcela de san Félix desde los 16 hasta los
82 años, fue hija ilegítima de Lope de Vega y de la "cómica" Micaela
de Luján1. Para ella, como para muchas mujeres de la Edad Media y del
Renacimiento, el abandono del MUNDO significó no sólo consagrarse a Dios, sino
también dedicarse a la escritura, a la vida comunitaria, e incluso a regir el
convento. Además de religiosa sobresaliente por el modo de cumplir con sus
votos y de desempeñar los oficios de prelada, maestra de novicias, provisora,
refitolera y hasta gallinera, sor Marcela de san Félix fue poeta, actriz y
dramaturga en el convento de san Ildefonso de las Trinitarias Descalzas de
Madrid.
Sor Marcela es hoy todavía casi una desconocida
para los lectores españoles, a pesar de que Menéndez Pelayo (192-194)
entre otros críticos, considera que algunos de sus versos rivalizan con los de
su padre. El derecho de sor Marcela a la fama se basará en sus seis coloquios
espirituales, ocho loas, veintidós romances, otros poemas diversos y una breve
biografía de una hermana monja. La única selección substancial que ha salido a
la luz pública en tres siglos ha sido la que ofreció Manuel Serrano y Sanz en
su bibliografía antológica, Apuntes para una biblioteca de escritoras
españolas, publicada en 1903-1905. Serrano y Sanz publicó cuatro de los
seis coloquios, tres de las ocho loas, con omisión de un largo trozo de una de
ellas (un pasaje lleno de humor que les habrá parecido de mal gusto a las
monjas del siglo xix2, cuatro romances, las liras, las endechas y el villancico.
Unas cuantas selecciones más se encuentran en otras fuentes. En 1870, Mariano
Roca de Togores, Marqués de Molins, publicó en La sepultura de Cervantes,
las seguidillas, breves secciones de otros poemas, y en un apéndice, tres
romances: "para dar a conocer... el talento y el gusto de la santa hija de
Lope". En 1967, Julio Ramón Laca reprodujo varios poemas y los versos
iniciales de otros al dedicar un capítulo de su libro sobre Lope de Vega a la
"famosa monja Marcela" a quien llama "delicada figura
femenil". Carlos E. Mesa, colombiano, dedicó una decena de páginas a
"Marcela Lope de Vega" en 1978. Sólo en un ensayo de María Isabel
Barbeito, de 1982, "La ingeniosa provisora sor Marcela de Vega" se
presenta a los lectores una figura de carne y hueso, íntegra y madura, digna de
la atención moderna.
El camino biográfico y literario cuya pista
seguiremos, se documentó por primera vez en Toledo en 1605 cuando, el 8 de
mayo, una niña fue bautizada bajo el nombre de Marcela "de padres
desconocidos"3. El padrino fue el conocido escritor de autos
sacramentales José de Valdivielso, amigo del padre de la niña; el cura y los
testigos eran, igualmente, gente relacionada muy de cerca con el teatro. La
madre, Micaela de Luján, casada legalmente con un actor, había sido una
talentosa actriz antes de caer en los brazos del apasionado dramaturgo. De
"Camila Lucinda", nombre que le dio Lope en sus versos, se dice que
era mujer hermosa e iletrada; desapareció o murió cuando eran pequeños Marcela
y su hermano Lope Félix, dos años menor y el único del que se conserva
noticia4.
Los dos niños, Marcela y Lopito, como le llamaba
su padre, fueron criados durante varios años por una sirvienta de confianza, de
nombre Catalina5. En 1613, a la muerte de Juana de Guardo, la segunda
esposa de Lope, se los llevó a su casa de Madrid donde convivieron con su medio
hermana Feliciana y luego con los hijos de Marta de Nevares. Marcela fue
testigo de la vida "desordenada" y "promiscua" que llevaba
su padre; conocería también sus períodos de arrepentimiento y devoción
extremados siendo Lope ya sacerdote6. Asistiría la jovencita Marcela a
las misas que él mismo celebraba en la hermosa y pequeña capilla familiar o le
vería seguir la celebración, a través de las rejas, desde su cama cuando estaba
enfermo.
Aunque los períodos de arrepentimiento por sus
pecados eran breves, Marcela compartiría las repetidas angustias de su viejo
padre. Laca subraya las preocupaciones y penas de Marcela por esta doble vida
de Lope. Sin embargo, al leer una carta del dramaturgo al duque de Sessa donde
le recuerda la promesa de darle dinero para comprar a la niña seda para un
vestido, y en otra ocasión donde se habla del regalo de unas arracadas de
diamantes, vemos a la joven Marcela también atraída por cosas
mundanas7.
La sociedad del tiempo oscilaba entre la laxitud
con respecto a las cosas mundanas y los éxtasis divinos derivados de los
ejercicios ascéticos. También, como en todas las épocas, escogía a sus
favoritos. Nadie como Lope representaba a su siglo con más llamativa exactitud;
a él se le consintió, por su genio, sus conexiones con la aristocracia y la
Iglesia, y por ese atractivo popular tan suyo, quebrantar las leyes humanas y
divinas. Las opciones económicas, morales y sociales de su hija Marcela, sin
embargo, eran tan restringidas como las de sus contemporáneas y quizá aún más.
De los posibles papeles de la mujer, dentro y fuera del convento, habló ella
con libertad poco común al final de su vida subrayando el carácter paradójico
de la vida conventual: "¡Pobre de mí, que he venido a hacer más papel que
hacía en el mundo, donde era una desvalida que no merecía que me mirasen a la
cara!"8. Puesto que se veía mal que las mujeres de la época
mostraran orgullo o hicieran críticas, a ella, como a muchas otras, no le
quedaba más remedio que demostrar esos sentimientos por medio de humildes
protestas. El conocido topos de la "falsa modestia" resultaba muy
real para las mujeres; su uso se convertía, en muchos casos, en lo que se ha
llamado "subversión de la obediencia" por medio de la cual una mujer,
aceptando el statu quo de una sociedad determinada, empleaba recursos de
ésta a su favor. El "Pobre de mí" es un equívoco que significa una
victoria, una realización conseguida a pesar de las fuerzas contrarias. La
última parte de la oración explica que aunque el MUNDO la castigaba por ser
hija natural, la consideración y el respeto que le negaban se los había ganado
en el convento: la in-validez se ha convertido en validez.
Ya de monja, muestra Marcela una conciencia aguda
de la responsabilidad del quehacer literario, y la satisfacción en el
reconocimiento de las "reverencias" que la rodeaban. Cuán distinta
resulta esa escritura de la única, que sepamos, que salió de su mano cuando
estaba en el mundo. Siendo adolescente, Marcela se vio en la situación poco
airosa de hacer de mensajera y secretaria del secretario del duque de Sessa,
oficio que desempeñaba su propio padre. Quizá Lope tomó en cuenta la
conveniencia de darle tales cargos pensando en cierta remuneración y por la
relativa confidencialidad que podía asegurar su propia hija. El caso es que la
sensualidad del duque deseaba asomarse al misterio del atractivo que Lope
ejercía sobre las mujeres exigiéndole la copia de las cartas que se cruzaba con
ellas; fue así como Marcela, quien ya para entonces tendría una buena ortografía,
participó en estos manejos peligrosos con respecto al último gran amor de Lope,
Marta de Nevares9. Tres acontecimientos que conmoverían a toda la
familia precedieron la entrada de Marcela en el convento: el nacimiento de una
medio-hermana y un medio-hermano; el intento de secuestro de la niña, Antonia
Clara, por parte del burlado marido de la Nevares; y la ceguera inexplicable y
repentina de la amada de Lope. A pesar de su corta edad, Marcela interpretaría
estos acontecimientos como avisos inquietantes de perturbación en la vida de un
hogar que se deterioraba paulatinamente; la solución que encontró fue irse al
monasterio.
De su vida y su obra, que se desarrollaron en
aquel extraordinario siglo xvii
de las letras y cultura españolas, estudiaremos cuatro aspectos primordiales:
1. Ilegitimidad y legitimación propia; 2. Inconvenientes y ventajas de ser hija
de un hombre ilustre; 3. Censura exterior y auto censura; y 4. Ascetismo y
sensualidad sublimada. El examen por separado de estos cuatro temas que se
hallan entremezclados en sus versos, abrirá paso a una mejor comprensión de la
personalidad y la obra de la que fue monja en el convento de las Trinitarias
Descalzas de Madrid.
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