1.4.
Ascetismo y sensualidad sublimada
Al entrar al monasterio y someterse a prácticas
ascéticas, sor Marcela pudo reclamar el derecho que tenía al uso de la palabra
escrita y, a través de ese uso, a una sensualidad santificada. Estuviese
escribiendo de la necesidad de deshacerse de los apetitos mundanos o de la
ardorosa unión rústica expresada en metáforas de amor erótico, ella crea un
discurso imbuido de imágenes telúricas.
La misma fuente que sirvió para el pasaje de la Vida
de santa Teresa e inspiró la famosa escultura de Bernini, El éxtasis de
santa Teresa, puede haber suministrado las imágenes de las siguientes
estrofas, aunque la motivación y la intención de sor Marcela fueran distintas:
Y no
entiendas, pastor,
que me quejo que sean
las heridas muy grandes:
ojalá que lo fueran
y que por
penetrantes,
la muerte fuera cierta;
(26, vv. 93-98)
(...)
¡Ay si me
viese yo
como el alma desea:
o morir de abrasada
o herida con tus flechas!
(26, vv. 101-104)
Santa Teresa describió los efectos de la unión
mística según los había experimentado; sor Marcela expresa el anhelo de tal
unión en versos más cercanos a la lírica renacentista y barroca que a la prosa
espiritual de la santa de Ávila; lo suyo es amor "a lo divino".
El objetivo espiritual firme e indudable de la
vida de Marcela hace posible la exploración del amor espiritual. En el ambiente
recatado del claustro, las monjas se sentían protegidas no sólo en su persona
física sino también en cuanto a la expresividad. Del ascetismo hacen vía apta
para expresar en su poesía la unión con Dios en una forma que se acerca a las
metáforas altamente eróticas utilizadas por san Juan. Las formas y los símbolos
religiosos estructuraban todas las horas del día. Los conceptos que derivaban
de este modo de vida llena, alegorizando las virtudes que querían emular y los
vicios que deseaban evitar, regulaban el uso de la palabra escrita. Se
percibían a sí mismas como personificaciones de las abstracciones y los
símbolos, se esforzaban por vivir en la ilusión de compartir la vida que sufrió
Cristo en la tierra y, por tanto, sus trabajos se percibían como imitaciones
del Calvario y sus conflictos encarnaban las tentaciones del demonio. Se
identificaban con los fines de su orden al realizar la transformación de los
objetos de su devoción, en recuerdos de acontecimientos históricos: las
imágenes del Niño Jesús que adornaban los nichos del convento y a las que
llamaban Niños Cautivos, les recordaban a los rehenes que esperaban rescate en
el Norte de África.
También advierte, como en el coloquio espiritual
del "Celo Indiscreto", que el celo excesivo es un obstáculo para
alcanzar el ideal, y que es peligroso enjuiciar o dominar a los demás. Alude a
las disensiones que había en algunos monasterios; su crítica es a la vez acerba
y generosa al revelar los fracasos. Las obras dramatizan las etapas de la
oración empleando el modelo teresiano, y satirizan facetas de la vida
conventual. La frecuencia con la que se evoca el ideal hagiográfico del ayuno o
del comer con extrema moderación, indica que era una medida importante para
alcanzar la santidad de las mujeres, como el limitar el apetito sexual lo era
de los hombres. La negación del apetito y de las necesidades materiales,
constituyen un requisito de la vida ejemplar. Por medio de la oración, la
contemplación, los ejercicios espirituales y las penitencias, la aspirante a
una piedad extraordinaria empezaba su lucha por alcanzar la perfección en la
humildad, la pobreza y la obediencia. Por lo tanto, la Mortificación y la
Desnudez del Alma son, en su obra, los mayores enemigos del Apetito en su lucha
por el alma.
Sor Marcela es, a veces, extremada en su condena
del placer. Las tentaciones aparentes y las que esconde el demonio, acechan a
la sombra de la más mínima indulgencia. La autora sugiere en varios de sus
coloquios, entre ellos el "Coloquio del Nacimiento", así como en
otras obras, que la misma búsqueda activa de la satisfacción que proviene de
cosas santas, puede constituir un pecado. Recomienda la vía recta y estrecha
hacia la salvación, el camino de la contemplación con ciertas señales como lo
son sus tribulaciones, que recuerdan a la viajera que la vida es breve.
En su teatro, dando a su público, y a sus compañeras
actrices acaso también, la oportunidad de reírse de sí mismas y de la sociedad
por medio de cómicas dramatizaciones, sor Marcela exalta la abnegación como
virtud primordial. Las exageraciones lindantes con lo caricaturesco, las
variaciones de tono y matices lingüísticos, las ingeniosidades y las parodias,
animan y endulzan las lecciones dramático-espirituales. Los conflictos entre
sus personajes alegóricos representan muchas veces sus propias batallas por la
perfección, iluminan la naturaleza de sus heridas infantiles y lo mucho que
aprendió de mujer. Muchas de las monjas reconocerían y comprenderían las
situaciones a las que hacía alusión, pues otras semejantes habrían influido en
su decisión de dejar el MUNDO y emprender la vía del celibato.
En suma, sor Marcela entró al convento con
conocimiento de la palabra escrita y en él se le permitió ejercer su talento.
Sus escritos ofrecen una perspectiva poco vista de la vida enclaustrada.
Marginada en el MUNDO secular por razones de su nacimiento y de su sexo, halló
realización en la comunidad religiosa y en la actividad literaria del
monasterio. Logró su mejor escritura al alegorizar los ideales y conflictos de
la vida religiosa. Atrevidamente cómica al criticar la domesticidad conventual,
fue líricamente elocuente al describir sus encuentros por medio de la soledad
consigo misma y con Dios.
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