2. SOR MARCELA DE SAN FÉLIX: POETA Y DRAMATURGA
DEL SIGLO DE ORO. ESTUDIO DE SU OBRA
La obra total de sor Marcela de san Félix se
encuentra en dos manuscritos que analizamos después con detalle en la segunda
parte.
El más importante consta de 508 folios que
incluyen, repetimos, seis coloquios espirituales alegóricos, ocho loas, cinco
romances en esdrújulos y veintidós romances de ocho y siete sílabas. Además
tiene dos ejemplos de composiciones escritas en seguidillas y un ejemplo en
cada uno de los siguientes metros: liras, endechas y villancicos.
En el otro manuscrito, Fundación del convento...,
un compendio de vida de monjas, se halla una biografía de sor Catalina de san
José, religiosa compañera suya cuya vida se le encargó escribir a sor Marcela;
se halla en trece folios que van del 195 al 208. En el apéndice figura esta
vida de sor Catalina. En "Otros manuscritos" se incluye un resumen de
la biografía sobre sor Marcela que escribió una hermana de la orden trinitaria
después de su muerte.
La mayor parte de la obra de sor Marcela se
dirigía exclusivamente a sus compañeras del convento bajo la advocación de
madres, hermanas e hijas, pero para otros poemas escritos en celebración de
fiestas religiosas y de las profesiones habría quizá un público más amplio: los
feligreses que venían a la iglesia del convento y los familiares de las monjas.
Sus poemas, especialmente los de Navidad, se acompañaban de música cantada
compuesta por ella26.
El vocabulario
literario de sor Marcela expresaba el idealismo de una religiosidad refinada al
tiempo que representa el habla conversacional de la existencia consuetudinaria.
Mientras los poemas místicos ejemplifican la espiritualidad, las loas y los
coloquios están llenos de asuntos de la vida diaria. A pesar de sus versos
rimados, el diálogo capta el sabor y el vocabulario de la conversación
madrileña de esos años. Las técnicas del teatro y el lenguaje popular
revitalizan ideas religiosas y elementos de la literatura mística. Las loas,
que en su mayoría se escribieron como preludio a los coloquios, se conforman a
las maneras de composición de este género llamado teatro breve que, en general,
requería cierta irreverencia burlona. Fue posible que sor Marcela luciera su
talento paródico precisamente por el carácter marginal de este teatro y por la
libertad que le daba el hecho de que la representación de estas composiciones
tenía lugar entre las paredes del convento. Esta monja escritora nos da la
dimensión monástica de esa capacidad tan española para ir de lo real a lo
ideal, de lo físico
a lo metafísico y de la ficción de la vida diaria a la personalización de lo
sagrado.
Sus fuentes son
tanto sagradas como profanas: la mitología pagana ofrece el Cupido de ojos
vendados; el Cantar de los Cantares hebreo basado en canciones folclóricas de
fiestas matrimoniales (interpretado alegóricamente por los rabinos y por los
padres de la iglesia) provee tonos, elementos estilísticos e imágenes;
los romances cortesanos, las canciones populares de cortejo y las descripciones
de la experiencia extática de santa Teresa también contribuyen a los temas y el
estilo de sor Marcela. En "Romance a un afecto amoroso", uno de sus
más bellos y pulidos poemas de amor divino, pueden ligarse a la tradición
trovadoresca estrofas como las siguientes:
Sufre que,
noche y día,
te ronde aquesas puertas,
exhale mil suspiros,
te diga mil ternezas.
(26, vv. 61-64)
Reconocemos temas de la mitología clásica en las
siguientes:
Y que, para
no ver,
tiene en los ojos venda:
que amor que es muy mirado
no tiene mucha fuerza.
(26, vv. 33-36)
En su obra, así como lo hizo en su vida de maestra
de novicias, alaba la iniciación a la vida religiosa: enseña a orar, actividad
a la que se dedicaban tantas horas y, al mismo tiempo, revela que el resultado
en la práctica queda lejos del ideal monástico. Sus composiciones podían servir
para amenizar el Santoral y otras lecturas pías que nutrían la vida espiritual
de las religiosas. Los diálogos juguetones e irónicos de los coloquios y las
loas que versan sobre la escasez de la comida, la estrechez de las provisoras,
la hipocondría de algunas monjas, el malhumor y la rigidez de otras, sugiere
con humor que la existencia diaria en el convento se parecía poco al cuadro
teóricamente idealizado (creado para las mismas monjas y para el exterior) .
Junto a las frecuentes apologías de la vida religiosa, sor Marcela da señales
de una saludable falta de dogmatismo o estrechez moral e intelectual. Alude a
las disensiones que había en algunos monasterios al revelar sus fracasos: su
crítica es a la vez acerba y generosa. En el que probablemente es el último de
los coloquios que escribió, nos presenta, significativamente, ridiculizándolo,
a un personaje que llama Celo Importuno. Advierte que ese celo excesivo es un
vicio espiritual, una locura compulsiva para alcanzar la perfección.
Estos temas ponen en evidencia la importancia que
daba sor Marcela a la vida conventual que la rodeaba. Las novicias estudiaban
intensamente las cuestiones de la fe y de las costumbres al prepararse para la
vida religiosa: el control de los apetitos, el aprecio de la religión, el culto
al Santísimo Sacramento, la diferencia entre la devoción pía y el celo
fanático, la tibieza que mina el amor divino. Al presentar ante las monjas
largos parlamentos teológicos sobre estas cuestiones, creó verdaderos autos
religioso-teológicos de fuerte sabor didáctico y pedagógico. El "Coloquio
del Nacimiento", aunque guarda características medievales, no sólo por el
tema sino por el carácter pastoril de los personajes, también tiene afinidades
con el auto sacramental desarrollado por Calderón, en su recuento de la caída
de Adán y Eva.
En los coloquios se retrata la lucha entablada
dentro del alma entre los vicios, apetitos y afectos humanos, y las virtudes de
la sumisión, penitencia y desasimiento. Se ilumina el tópico de la abnegación
como medio de alcanzar la salvación. A pesar de la solemnidad de la materia
tratada, los debates cómicos y los elementos de farsa popular hace que estas
obras sean asequibles y de interés para la sensibilidad moderna.
Marcela sería la monja más letrada de su convento.
El apoyo moral que recibía de parte de sus compañeras se traduciría en el deseo
de complacerlas que se expresa una y otra vez en su obra. No quiere esto decir
que, al mismo tiempo, no fuera un gusto para ella dedicar esas horas a
escribir, dirigir y representar sus coloquios y loas. Lo que parece seguro es
que lo hacía a costa de exceso de trabajo y falta de sueño. Sor Marcela, como
ya hemos apuntado, se escuda ingeniosamente detrás de los personajes masculinos
de su teatro para hablar más claro, ya que en ellos eran naturales las osadías
de todo tipo. Así pone ella en boca del Licenciado estas referencias a sus
muchos esfuerzos por complacer:
Por el deseo
que tiene
que las madres se entretengan,
porque las ama de suerte
y de suerte las venera
que todo cuanto trabajo
el escribirlo le cuesta
y el estudiarlo también,
que muy buen tiempo la llena.
(8, vv. 289-96)
La autora sostenía el peso de toda la obra: el
manuscrito lleva referencias a lo que significa el trabajo de escribir, aprender
de memoria los parlamentos y hasta supervisar la confección de los trajes.
Pero, como ya sabemos, estos coloquios tenían el propósito principal
—y esto constituiría la "excusa" que se daría a sí misma para
dedicarse a ellos— de repasar verdades de la fe y el dogma, y de fortalecer a
sus hermanas en la vía piadosa que habían elegido recordándoles los peligros y
sinsabores del mundo. De ahí que aparezcan en su teatro, particularmente,
acerbos combates de personajes positivos tales como Religión, Mortificación,
Verdad, Paz, Fervor, que luchan por el Alma, personaje central de sus
coloquios, contra personajes insidiosos como Apetito, Mundo, Mentira, Tibieza,
Negligencia; el Alma acaba dejándose vencer por las virtudes a través de la
reflexión.
Los seis coloquios espirituales siguen la
tradición establecida para este género: son obras alegóricas de un solo acto.
Esta forma, de origen medieval que, probablemente, deriva del drama litúrgico,
se relaciona con el auto sacramental, cuyo florecimiento se extendió desde el
siglo xv hasta el xviii27. En el caso de nuestra
monja trinitaria, los coloquios espirituales combinaron la sencillez de la
trama del género teatral más antiguo con ecos de los debates o del
"misterio" medieval. La base para su aprendizaje de este tipo de
teatro la obtendría en los autos de su padre y su padrino José de Valdivielso;
éste escribió dramas religiosos, comedias de santos y autos sacramentales
exclusivamente (Wardropper 295) . Algunos de los personajes son los mismos,
pero en sor Marcela el número de los que aparecen en sus coloquios ha sido
sometido a una estricta economía. Mientras en Lope y Valdivielso llega a haber
hasta quince personajes y los alegóricos aparecen mezclados con los que no lo
son, ella los reduce a cuatro o cinco por coloquio y aun alguno que no
pertenece al MUNDO abstracto, el Hombre, por ejemplo, es presentado con rasgos
de figura alegórica: es el enemigo del Alma. Para dar a sus obras mayor
amplitud y dimensión, utiliza el subterfugio de discurso indirecto. Así hace
participar en los diálogos, oblicuamente, a otros personajes y crea la
impresión de más voces28. La limitación le vendría impuesta, también,
por necesidades de orden práctico: no tenía muchos actores con quienes contar;
para montar la representación de sus obritas, no le quedaba más remedio que
protagonizar a algunos de sus personajes con la ayuda de sor Jerónima, una de
las compañeras que más colaboró en estos menesteres, sor Mariana, sor
Escolástica y quizá alguna más; el resto de las cuarenta y pico monjas que
formaban el total de la comunidad, constituían el "senado". La
moderación debía practicarse también en el vestuario y puesta en escena de
estas funciones. Podemos estar seguros del papel desempeñado por la fantasía, como
complemento de los recursos escénicos de todo tipo de los que se valdría
nuestra autora directora (véase el "pañuelo" de la loa n° 10, vv.
73-88) . Los coloquios espirituales de sor Marcela representan una vuelta,
aunque innovadora, a las raíces medievales en un vehículo literario apto para
educar y entretener a sus hermanas. Criada en un hogar íntimamente
familiarizado con el teatro de la época, llegó al convento perita en el
vocabulario y las convenciones del teatro popular. Conocía sus personajes
típicos, sus fórmulas, juegos conceptuales e ingeniosos, técnicas de diálogo y
sabía combinar las entradas y salidas de los actores. A pesar de las
prohibiciones, se sabe que los monasterios estimulaban la actividad teatral e
invitaban a las varias compañías de actores a ofrecer funciones nocturnas en
los mismos monasterios y las iglesias29. No es imposible que las monjas
trinitarias de san Ildefonso vieran ocasionalmente alguna de estas funciones.
Sea como fuera, sor Marcela era la estrella de las lícitas actividades
teatrales que tenían lugar en su convento. En san Ildefonso había,
probablemente, más afición al arte teatral que en muchos otros claustros, ya
que, no sólo sor Marcela, sino también varias otras monjas provenían de
familias relacionadas con las letras y la farándula (Molins 173-175) .
Las ideas de sor Marcela sobre el arte que se traslucen a través de sus
poemas y obras teatrales, nacen de la interpretación platónico-cristiana de la
elocuencia como inspiración divina, verbigracia, la no necesidad de aprender
las reglas del arte porque la voz de Dios que llevamos internamente, nos las
inspira. Este concepto, de vieja raigambre cristiana, debe haberle llegado a
través de santa Teresa, ávida lectora de san Agustín y san Jerónimo, quien
defendía la utilización del lenguaje coloquial en pro de la espiritualidad. La
escritura de sor Marcela se mueve, sin embargo, en una dirección distinta; no
solamente versifica con espontaneidad, sino también atendiendo a los preceptos
aprendidos del teatro religioso de su Siglo de Oro.
Sor Marcela contradice en su poesía el lugar común
de que la experiencia mística sea inexpresable, la llamada "retórica de la
inefabilidad". Elabora una estética del ascetismo según la cual la fuente
de la verdadera elocuencia se crea por medio del encuentro dentro de uno mismo
con el espíritu de Dios. Es como si hubiese estetizado la lección de santa
Teresa; al mismo tiempo, ella se une al rechazo que propuso la santa de Ávila
hacia el artificio artístico y critica la ornamentación recargada del discurso
literario. La perfección del estilo no se logra por medio de la invocación a
las antiguas musas, tradición de la que se burla en otra loa, sino a través de
la perfección ascética:
Si yo espíritu tuviera
y elocuencia soberana,
de la amable soledad
dijera las alabanzas
(13, vv. 13-16) .
(...)
Porque el Espíritu Santo
cuando ama mucho a las almas,
las lleva a la soledad
y a los corazones habla.
Y las palabras que dice,
tan substanciales y claras,
son de heroica perfección
y santidad consumada.
(13, vv. 33-40)
En esta loa "A la soledad de las
celdas", la escritora hace patente que la búsqueda de la perfección en lo
espiritual y en lo literario, es una
y la misma.
La vía de la contemplación no sólo lleva a la
salvación: lleva también a la libertad de expresión. El ejercicio que hace sor
Marcela de esta libertad se observa en la crítica del misogenismo que realiza
ingeniosamente por medio de personajes masculinos "graciosos"
(estudiantes y licenciados un tanto bobos) y en las reinterpretaciones
poéticas de la historia bíblica de Adán y Eva. En ambos casos entronca con una
larga tradición de escritoras religiosas cuya obra se contrapone a la
insensatez del desdeñoso estereotipo masculino.
La versión del pecado en el Paraíso del
"Coloquio de la muerte del Apetito" se desvía del canon patriarcal. A
Eva se la retrata como mujer de alto sentido moral que le explica a la
Serpiente por qué ni ella ni Adán pueden comer la fruta del árbol. Cuando la
pareja sucumbe finalmente, lo hacen juntos. Sor Marcela los retrata como seres
iguales que gozan de una unión armónica y que, a pesar del pecado, en el fondo
son hija e hijo agradecidos y respetuosos de Dios.
En el "Coloquio del Nacimiento", la
relación de la caída del Hombre que viene a resolver el misterio de la
Encarnación y del Nacimiento (recitación típica del período calderoniano que
vivía sor Marcela) , se enfoca a la manera que las escritoras acostumbran a
hacerlo30. La culpa, que en los escritos masculinos es de Eva, aquí
recae sobre Adán; de Eva no hay ni mención. Pero sí la hay de María, figura
central del coloquio, no sólo porque es la primera de todas las mujeres, sino
por la identificación y sublimación que a través de ella se sugiere. Al
presentarnos el enlace del misterio del Nacimiento con el de la Eucaristía, nos
dice que cada mujer que comulga, al albergar en su alma (y cuerpo) a
Jesús, se hace, como María al guardarlo en su vientre, madre del Niño. Es decir,
las mujeres devotas, especialmente las monjas, no solamente son las esposas de
Cristo sino que son también las madres del Niño Jesús. Sor Marcela, habiendo
conocido en su propia casa a uno de los máximos representantes de la tradición
literaria patriarcal, fue capaz de aprovechar los conocimientos que ese
contacto le proporcionó, para contribuir a una tradición literaria femenina que
corrió paralela a la masculina.
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