2.3.
Romances
Después de sus obras dramáticas, los veintidós
romances de SM son el grupo de poemas más extenso e interesante. La mayor parte
tiene la forma tradicional de versos octosilábicos con rima asonante en los
versos pares; algunos se pueden llamar romancillos por sus versos más breves,
de siete sílabas. La monotonía del romance raramente se presta a altos vuelos
líricos, pero la temática religiosa de los romances de SM es en general más
bien afectiva o descriptiva que narrativa. Se pueden dividir en dos grupos
principales: romances ocasionales (fiestas litúrgicas, profesiones) y
romances devocionales (afectos amorosos y maternos, meditación y disciplina) .
Los romances más afectivos, por medio de la
trascendencia y la sublimación, evocan las emociones de mística erótica de la
monja frente a su divino esposo. Reconocemos en seguida las distintas
tradiciones poéticas del Cantar de los Cantares y del amor cortés y
petrarquista, ya fundidas en la poesía de forma más lírica de los carmelitas,
sobre todo en las bien conocidas coplas y liras de santa Teresa y de san Juan
de la Cruz. También se oyen ecos de las Rimas sacras de Lope de Vega. En
los romances amorosos de SM predomina la frustración de la unión mística, la
cual se observa en varios títulos: soledad (n.º 22) , ausencia de Dios (24) ,
ansias amorosas (28) . Este sufrimiento, que se encuentra premiado con el
matrimonio en la tradición bíblica, se mantiene más próximo a la tradición
cancioneril de los trovadores.
En términos autobiográficos, podemos suponer que SM había conocido la unión
mística, pero que durante largos períodos la echaba de menos y la anhelaba; son
variados y complejos los matices afectivos de los goces recordados y a la vez
esperados. Es una angustia que vive entre la memoria, la espera y la esperanza.
También aparecen rasgos de sublimación en las emociones maternales que se
evocan a propósito del Niño Jesús, en los dos romances en los que las monjas
dedican a la imagen infantil su cariño y sus regalos. Más objetivos son los
romances dedicados al buen empleo del tiempo (n.º 39) , a un pecador
arrepentido (25) , a la meditación alegórica sobre el jardín conventual (32) ;
en otro aspecto también puede considerarse fuera de serie el dedicado a la
soledad (22) . Los romances ocasionales son de temas variados: episodios de la
vida de Cristo (Nacimiento, Ascensión, Pasión) , el sacramento eucarístico, san
José, las profesiones de tres hermanas.
De los dos grupos que hemos mencionado, nos
ocuparemos primero de estos últimos, los romances dedicados a fiestas
litúrgicas y a las profesiones.
Las fiestas litúrgicas eran ocasión propicia de la
vida cotidiana que aprovechaba SM para hacer más inteligibles los misterios de
la religión (como el del Nacimiento y el del Santo Sacramento) a sus
hermanas menos cultas (Wilson 40) , utilizando su erudición básicamente
religiosa y bíblica mezclada con su saber popular.
En el
"Romance al Nacimiento" (20) empieza SM por retomar la cuestión
de la Trinidad colocando a Cristo en su principio, disfrutando "con
inefable gozo" de la casa del Padre, "de una substancia misma,/de su
bondad, imagen" y junto al "espíritu suave / (...) / sois todos
tres iguales" para seguir con el recuento de la Encarnación y Nacimento.
Asombrándose y buscando el asombro, recalca el hecho de que Jesús se hiciera
hombre y compara su pequeñez a su persona divina. Transformando SM el tópico
del magisterio de la rosa, así como lo hace en el romance al jardín del
convento, es el Niño aquí quien es "cátedra del pesebre" y predicador
tierno que enseña "virtudes singulares". La Virgen mira a SM
alegrándose de que por ella, y obviamente por todas las presentes, merece ser
la madre de Jesús. Con este concepto SM consigue tres propósitos: el
agradecimiento que la Virgen le debe de haber sido madre de Jesús ya que Jesús
se hizo hombre para redimirla, como perteneciente al género humano; una
identificación maternal con María; y la participación que, como mujer, le
corresponde en el honor conferido a la corredentora del género humano. Se
refiere enseguida a José, santo a quien las escritoras religiosas no olvidan ya
que constituye, dentro del santoral católico, una figura serena, comprensiva y
lejana de las actitudes que se identifican con el hombre intransigente (a tal
punto que Marie Cécile Bénassy le ha llamado el santo "anti-machista"
por excelencia en el estudio de las composiciones que a sor Juana Inés de la
Cruz le dedicó) . A José, SM le hace el hombre "fuerte" de la
mitología en su apelativo de Atlante sosteniendo no las columnas sino a los dos
colosos que constituyen Jesús y María. Este romance y el siguiente son
exponentes de la devoción especial que, según su biografía, sentía SM por el
Niño Jesús.
El otro "Romance al Nacimiento" (n.º
36) se pone en boca de un pastor rústico simple y sencillo quien usa
palabras y expresiones de tipo popular, diminutivos, donaires de "musa
burlesca", así como algún latinismo. Es una amalgama que recoge rasgos
varios de la obra de SM, especialmente de las loas, y refleja los gustos de la
época. Aparece en este romance, así como en el anterior, el tema de la
Trinidad, más otro motivo narrativo que recuerda a los coloquios: el recuento
de la Encarnación, el Nacimiento, la búsqueda de posada. Encontramos, además
del tema de la paz, una hermosa explicación milagrosa del misterio del
nacimiento en el parto de María, según se señala en las notas. También tenemos
en este romance ecos de sus constantes pensamientos sobre la soledad con
respecto a las monjas:
que de amar a Dios se precian,
las que viven encerradas
dentro de sí, que no en celdas.
El romance a la "Ascensión del Señor"
(n.º 21) presenta un juego interesante entre la primera persona
(Marcela) y la segunda (Cristo) en su relación místico-personal, y
de separación: "¿cómo, Señor, te ausentas/dejándome sin alma?"
(vv. 34) . Se recalca a través del poema el desamparo en que el alma
queda con respecto al Esposo. Son muchos y variados los pronombres gramaticales
que de estas personas (lª y 2ª) se utilizan comenzando con la anáfora de
"Tú", que constituye la palabra inicial desde la segunda estrofa
hasta la sexta. Hay expresiones de amor místico que se conforman a la ideología
de SM según se ha señalado en otras composiciones:
Y no creas, Dios mío,
que la gloria me llama,
que sólo amor desnudo
ocasiona mis ansias.
El romance
dedicado a san José (n° 23) , deja clara la atracción par-
ticular que provocaba este santo en la mujer escritora, según se ha comentado
antes:
Sobre todos los santos
tienes
prerrogativas
y gozas privilegios
que a ninguno se fían.
Deja también asentado que su puesto está por debajo del de la Virgen aunque
ella le tuviera "como a cabeza y guía". Así lo expresa la monja al
principio cuando le dice que ser esposo de ella es "tu mayor alabanza /y
gran soberanía" y al final cuando lo admira por contemplativo y le
confiesa su devoción aclarando "que a tus grandezas sólo/pudo exceder
María". Hay pasajes que nos hablan de la ternura maternal con que la monja
veía al Niño, sus gorjeos, las caricias y requiebros que José cambiaría con él
y a quien envidiaba porque: "Tuvístele en tus brazos".
Tiene SM dos romances consecutivos al Santísimo Sacramento, siendo esta
devoción y la del Niño Jesús, las dos señaladas particularmente por su biógrafa
(véase el resumen que se da en "Otros manuscritos") . En el primero
(n° 29) empieza por hacer un recuento de las "finezas" de
Cristo para concluir que la de quedarse "en comida y sustento" está
por encima de las de la encarnación y del nacimiento. La monja no comprende las
cimas que el amor de Cristo le representa con este sacramento; le "parecen
demasías,/parecen más que extremos". Pasa a tratar el binomio de oposición
entre grandeza/pureza y pequeñez/impureza utilizando la imagen de
"gusanillo vil", motivo popularizado de la teología del tiempo.
Termina con el motivo reiterado del "amor desnudo,/ pacífico y
perfecto" que retoma en el siguiente romance dedicado "A lo
mismo" (30) , en el que, junto al dolor de la ausencia, nos lo expresa de
modo más claro a través de la utilización de expresiones de amor a lo divino,
que han llegado a Marcela como producto amalgamado de una larga tradición
(Wardropper 1958) :
Ni
tus halagos me obligan,
ni tus ternuras me mueven,
ni tus caricias me atraen,
ni tus favores me prenden,
y sólo tu amor desnudo
me obliga, rinde y enciende.
El grupo de los
tres romances que ahora vamos a comentar, lo dedicó la monja trinitaria a la
toma de velo de sor Francisca del Santísimo Sacramento, sor Manuela de san
Miguel e Isabel del Santísimo Sacramento (a la que dedicó otros dos poemas;
véase "Otros manuscritos") ; está constituido por los números 31, 34
y 38.
En ellos se halla la mención y alabanza de la
orden trinitaria; el elogio por haber abandonado el MUNDO y por dedicarle todos
sus afectos "hacienda y vida,/la libertad, cuerpo y alma" al esposo
"de más nombre"; enumeración de la práctica de las virtudes que iba
aparejada a la toma de velo; la belleza y juventud de las profesas; el amor
divino que las lleva "a nueva vida de gracia", y promesas de felicidad
y paz dentro del convento a pesar de la "senda estrecha" que han
decidido seguir. Asegura que las mayores riquezas y felicidades les aguardan en
la gloria. Es curioso que SM utilice en los tres romances la misma expresión
(en variantes muy cercanas) de carácter popular y relacionada con lo
ritual, y que servía para denotar un lazo imposible de romper:
Con cuatro nudos amor
con vuestro esposo os enlaza:
prisiones
son pero dulces,
alivio son más que carga.
Otras menciones en este tipo de romance son los
padrinos de la ceremonia, que lo mismo puede referirse a personas,
probablemente familiares a quienes se les daba ese honor, como a santos que se
tomaban por tales y que debían servir de ejemplo futuro.
En los romances, como en el resto de su obra, la
trinitaria nos presenta ejemplos de poesía barroca, ese cajón de sastre que, en
lo religioso, se hace ascética o mística, o se hace "esencialmente
didáctica (...) dando lugar a una poesía que no puede ser denominada más
que española y barroca, y cuyo modelo es el más complejo en la historia de la
poesía española" (Aguirre XLV-XLVI) .
Menéndez Pelayo relacionó especialmente la poesía
de SM con la del siglo xvi y
alabó la frescura y diafanidad de sus romances. En el taller literario y
escénico de SM había, efectivamente, un cajón repleto de diseños renacentistas
y medievales, como señalamos al analizar su teatro. Veámoslos al hablar del
segundo grupo mencionado, el de los romances devocionales.
En seis romances de afectos amorosos, SM describe
su estado de ánimo, toma su temperatura espiritual al rezar, y expresa su ardor
y la desesperación que le causa su esposo, Cristo, cuando se ausenta. Hay algo
de ingenuo en el tono de algunos versos que recuerda el diálogo de los autos
del medioevo: "Bien sabes que tú fuiste/quien me miró primero" (n°
33) . Ecos de la temática clásica-pastoril de Gil Vicente se oyen en versos
como estos: "¿Tienes por bizarría/herirme con tus flechas,/y sin ver mi
dolor,/retirarte al aldea?" (n.º 26) . Del soneto "No me mueve, mi
Dios para quererte", según se señala en las notas, que se hizo prototipo
de la expresión del amor desinteresado, también hay resonancias en los romances
de SM: "Y no entiendas, pastor,/que me quejo que sean/las heridas muy
grandes" (n° 26) . La poesía de los y las carmelitas inspira muchos
pasajes: "sin él, sin ti y sin mí" (n.º 24) ; "Naciste para
mí/moriste en un madero,/quedástete en comida/de gustos verdaderos" (n°
28) ; "Pero el fuego amoroso,/ que activo me penetra/presume subir
tanto/que llegue hasta su esfera" (n° 26) . Volviendo al barroco,
encontramos influencias temáticas y técnicas de su padre esparcidas por muchas
de sus obras; de estos romances se podrían elegir como ejemplos: "Y si
celoso estás,/puedes tener por cierto/que, si no es de ti mismo,/no hay de
quien tengas celos" (n° 33) ; "cuando galán y tierno/las puertas me
rondabas" (n° 24) . Uno de los romances termina con una sugerencia que es
como la sombra del drama de honor calderoniano: "Si hallares dentro a
alguien / (...) / que me quites la vida/como a traidora luego" (n°
33) .
La poesía de amor a lo divino se había traspasado
varias veces de la clase noble a la plebeya desde los albores de la Edad Media,
estilizándose y revolviendo metáforas, mezclando conceptos bíblicos y
trovadorescos, pastoriles y místicos. La Iglesia juzgaba sacrílegas o sacras
las canciones de los trovadores según se adorara en ellas a la dama o a la
Virgen. La poesía del culto a María, expresión amorosa del buen cristiano por
su amada, fue adaptada a otro fin devoto, especialmente por monjas escritoras
de los siglos xvi y xvii (fuertemente influenciadas por
santa Teresa y san Juan de la Cruz) . Las religiosas, SM entre ellas, destilan
su yo en el alma, Amada que se dirige a su Señor, el Amado. Nos comunican
deseos de constante intimidad con Cristo, su Esposo. Para las mujeres
consagradas a la devoción contemplativa, cuya razón de ser es la oración, la
unión con Dios simboliza la meta más alta de la vida terrenal: "todo se la
hace poco/si a conseguir no llega/todo un Dios por unión" (n° 26) .
Las mujeres del claustro aprendían a evitar la
distracción mental, a profundizar en la concentración, a elevarse contemplativamente.
En la confesión daban cuenta minuciosa de todo lo que pasaba entre ellas y
Dios. Algunas que experimentaban arrobos y tenían talento para escribir,
además, a instancias de sus confesores y directores espirituales, apuntaban sus
visiones divinas.
En el discurso de sus romances SM re-crea o
re-presenta el discurso privado y silencioso de la oración y meditación por
medio del cual las escritoras dejan constancia de ese aspecto de su vida interior.
Sirve de recuerdo de la experiencia personal, de ruego por su repetición, e
inspiración, a veces, para los miembros de la comunidad que no tienen el don de
la palabra. El éxtasis de la unión se rememora, se anhela, se implora, se
extraña; sólo en un romance (n.º 28) se evoca el júbilo como si el arrobo
místico estuviera en curso.
El ambiente en el que creció, su lugar y su
circunstancia, le dieron a SM el lenguaje, las imágenes, los recursos técnicos
y figurados, la forma misma de estas composiciones. A veces no parece hablarnos
sor Marcela, sino una figura salida de los lienzos, las esculturas, las
canciones y los versos que conocía. Sor Marcela = Alma = Amada se proyecta como
pastora, o mujer coqueta, o niña extática, o santa vestida de galana, o dama de
comedia (Dios, entonces, es "artífice de enredos", n.º 28) . A veces
todo depende de la voluntad o del capricho del Amado; a veces la Amada parece
poder ejercer un papel más activo para atraer al Amado; su fervor o el ahínco
con que ronda al objeto de su deseo la favorecen, y Cristo la regala con el
goce de la unión.
El
"Romance de un alma que temía distraerse al salir de un retiro" (n.º
35) ayuda a leer los otros cinco romances amorosos. Es uno de los tres de
voz más directa y personal que descubren a la monja trinitaria de carne y
hueso. Era cuando SM podía dedicarse enteramente a la contemplación divina que
sentía la consumación de su espiritualidad. Triste porque se acaba el retiro y
porque tiene que reemprender la agitada vida diaria del convento, se queja
irónicamente ante su Esposo: "¿Ha de faltar tan presto/tanto amor, sin más
causa/que volver a la aldea/a servir en tu casa?". Lucha por no
"entibiarse", y "a fuer de necia" confía
(desconfiada) en poder mantener la misma actitud amorosa que sentía en el
retiro. Parece dialogar tanto consigo misma como con Dios, tratando de ser
psicológicamente sabia. Varios versos, llenos de nostalgia, repiten los
sentimientos que elabora en el "Romance a la soledad" del que
tratamos en las páginas que siguen: "¡ay soledad amada/donde con tanta
gloria/de mi esposo gozaba!". Explica también este romance la angustia de
los anhelos manifiesta en todos menos uno de los otros; a pesar de sus enormes
esfuerzos, no es posible, fuera del retiro, mantener un equilibrio que permita
contacto con la esfera más alta. Se resiste a aceptar esa verdad, y, una vez
más se queja a su Amado: "pero si pongo en ti/todas mis esperanzas,/¿por
qué he de persuadirme/que se han de ver frustradas?".
El "Ofrecimiento que hacen las religiosas al
Niño Jesús recién nacido" (n.º 37) es el texto verbal de un pequeño
rito dramático en el que participaba toda la comunidad. Había que incluir a
cada miembro del convento con su nombre y unos versos, que pondrían de relieve
alguna característica individual; en la mayoría de los casos, alguna virtud.
Eso es lo que se ofrecería al Niño Jesús. La más niña, la más anciana, la
portuguesa, la prelada se mencionan por nombre o título a 35 personas y
(ejemplo concreto de cómo se disolvía la separación entre lo natural y lo
sobrenatural) tres santos, Ildefonso, Paula y Teresa, representados,
seguramente, por sus imágenes de bulto que se llevaban también hacia el
pesebre. Participaba aun sor Ana de Jesús, quien "os ofrece, retirada/una
muy mala cabeza/que otra cosa no la halla/con que poder abrigar/esa desnudez
extraña". La única que no da nada es sor Marcela, que se destaca al
ponerse en el desfile en compañía de santa Teresa, y se rebaja con humor y
exagerada modestia, al escribir el ofrecimiento que le toca: "Sor Marcela
de san Félix/quiero por alto pasarla,/que quien no tiene virtudes/no podrá
ofreceros nada,/y quien no da lo que ofrece,/no ofrezca, que no hará
falta".
A pesar de llevar el título "A unas ansias
amorosas" (n.º 28) , en este romance se transmite la sensación de jubilosa
y repetida comunión. Como en varios romances del primer grupo, se pasa en éste
de la tercera a la segunda persona: "Para matar de amores/y hacer otros
excesos,/sus gracias sólo bastan / (...) / ¡Qué enamorado estabas,/
querido por quien muero,/cuando, por obligarme,/te diste todo entero". El
yo de este romance es el más seguro y acaso el más vivaz. Está lleno el poema
de giros populares, como en una de las descripciones de la comunión: "Sin
duda este bocado/de bien y gloria lleno/ me hechiza y enamora/y hace perder el
seso". El juego retórico con el que se inicia el romance, en cambio, es de
índole más culta: "Pues no puedo callar/ni hablar tampoco puedo, /
(...) / Y callando lo más/ y diciendo lo menos,/podré cumplir en parte/con
estos dos afectos". En esos versos habla la escritora, consciente de su
oficio. El romance tiene una extraña ruptura en que después de dirigirse al
Señor en segunda persona, en los versos arriba citados, adopta un tono de
sermón por unos 30 versos, utilizando exclamaciones, preguntas retóricas en la
segunda persona plural, dirigidas a los pecadores. Después de condenarlos, se
corrige, y le pide a Dios que los perdone (en 8 versos) . Luego reanuda la voz
inicial ("Pero volviendo ya/a tratar del incendio") y termina
tratando de atar los dos cabos en unos versos que expresan sin modestia ni
humildad algunas, su deseo de sacrificarse para que todos amen a Dios como se
debe. Esta faceta de la personalidad de SM se ve en unos pocos poemas suyos:
las "liras" del desacato cometido contra el Santísimo Sacramento (n.º
44) , el romance sobre el buen empleo del tiempo (n.º 39) , y el del pecador
arrepentido (n.º 25) . Este último romance y otros, según anunciamos al
principio, se comentan a continuación.
Otro romance a una soledad (22)
El "Romance a una soledad", poema de
contemplación mística y éxtasis sereno, es también el canto de una mujer a sí
misma. Mientras en algunos de los coloquios sor Marcela advierte sobre los
peligros que conlleva la expresión jubilosa de la experiencia religiosa, es
esto precisamente lo que consigue en este poema. Segura en la paz de la
soledad, el alma, el yo, se mueve libremente y experimenta un intenso placer
sensual. Lo notable es el papel activo desempeñado por el alma amorosa. En un
plano práctico, sor Marcela, llena de responsabilidades como directora y
maestra en el convento, reconoce las ventajas de ausentarse del constante
ajetreo del claustro, y nos comunica en este poema los placeres del retiro.
Libre del ineludible alboroto que acompaña las actividades y relaciones
rutinarias, zarpa "en el mar de dulces aguas" (v. 19) . Al faltarle
la soledad, en cambio, la invaden el descontento y el mal humor, y su nave
naufraga en mares tempestuosos. Poeta religiosa de amor dinámico, describe el
premio que representa la oración interior y la realización de una unión
mística, el matrimonio espiritual.
La mujer que escribía con algún grado de autoridad
y originalidad en aquella época en que política, cultura y religión eran casi
inseparables, expresaba su propia visión y experiencia aunque filtradas por la
lente de la ideología cultural y religiosa dominante. El "Romance a una
soledad" es un ejemplo brillante de la estrategia de la unión del
pensamiento individual con la religión ortodoxa. Es un poema distinto de la
mayoría de los escritos por hombres sobre el mismo tema. Hay, por ejemplo, una
intrigante inversión en estos poemas de la unión del alma, en femenino, con el
amado, Cristo. El hombre que escribe tales poemas debe experimentar en una
escala mínima lo
que cada mujer intuye al aprender a hablar: la división y abstracción del yo
para poder quedar incluida en el masculino genérico. En el canto del alma
enamorada, los hombres tienen que separar el alma femenina de su yo masculino,
mientras que a las mujeres les es permitido identificar el alma femenina con su
propio yo. Quedar en calidad de esposas, sea uno mujer u hombre, es un modo de
que los seres humanos —y la Iglesia misma— se unan a Dios.
El "Romance a una soledad" es, además,
menos abstracto y más específico, menos ornamental y más directo que los poemas
de vuelo místico escritos por los hombres. La especificidad y la franqueza son
características en la tradición literaria femenina occidental desde Safo
pasando por las trovadoras y Christine de Pisan. En la transposición de la
poesía amorosa trovadoresco-cortesana a la poesía de amor divino, las poetas
mantuvieron una expresión anclada en sentimientos reales y en la conciencia del
propio ser corporal.
Si san Juan de la Cruz utiliza el lenguaje de amor
erótico de la vida cotidiana en su intento por expresar la unión mística
inefable, sor Marcela emplea el lenguaje de la experiencia religiosa más
esencial para transmitir la necesidad de librarse de la confusión, del afán y
de las fatigas de la existencia cotidiana en el claustro. Pide templanza,
armonía y equilibrio en la vida real, antes que trascendencia. Según las
enseñanzas religiosas de la época, la vida terrestre debía desdeñarse a favor
de la vida del más allá. Aquí la poeta ansía gozar de la vida terrenal con tal
de poder acompañarse de su Soledad amada cuya ausencia convierte la vida en
muerte:
¡Oh si gozara de ti
lo que durara mi vida
a quien triste muerte llamo
sin
tu presencia querida!
En nada se
parecen estos versos a las famosas versiones del "muero porque no
muero" de santa Teresa, san Juan de la Cruz y aun del mismo Lope. El MUNDO
material no le satisface a sor Marcela, pero la soledad, en cambio, le regala
la liberación de la prisión de sí misma y reemplaza el abandono a Dios con un
amor enriquecedor e interiorizado por lo "imposible".
No conocemos otro poema en que hasta tal grado,
reiterado por la anáfora constante, se personifique y convierta en objeto
amoroso a la soledad. Los versos referentes al matrimonio espiritual aparecen
dentro del poema, no al principio ni al final; por consiguiente, no forman
parte del marco estructural de la composición. De las 36 estrofas de cuatro
versos de este romance, 15 se dedican al epitalamio místico y 21 a la Soledad
como liberadora del alma esclavizada.
El Esposo es una figura abstracta; aunque otorga
favores y regalos, no se le describe. La Soledad, en cambio, tiene senos y
alimenta a personas reales. El Esposo es receptáculo que ofrece saciar el
ardor, pero la Soledad es la que da placer, contento y deleite. La Soledad le
permite tratar al Esposo como amante a quien ella, la poeta, corteja:
En ti vi de su belleza,
aunque en tiniebla, divina,
con cuánta razón me prende,
con cuánta causa cautiva.
A diferencia de otros poemas de sor Marcela, Dios es
aquí el ser omnisciente y abstracto que ha inspirado la búsqueda de la
perfección pero cuya voluntad hay que obedecer. La Soledad es a quien se llama
amada en este poema y es ella la que se convierte en instrumento para la
realización de la unión divina, siendo ésta sólo una parte de una experiencia
más amplia.
Sor Marcela aquí se dirige a la Soledad como en otros poemas de temas
parecidos se dirigen los poetas a Cristo. Aunque a las figuras alegorizadas por
la monja les corresponde su género gramatical, no carece de significado que el
objeto personificado del deseo, en este poema, sea femenino. Ella es la
"presencia más querida" cuyas perfecciones se cantan, ella es
soberana, es madre de santos; por tanto, hace que la poeta se sienta en paz con
su MUNDO y pueda aceptar su cautiverio y exilio. Las ideas van envueltas en la
forma y el estilo métrico renacentista con su gusto por el ingenio, el
concepto, las connotaciones múltiples, la hipérbole, las antítesis, los
paralelismos.
En este poema resalta tanto la cultura literaria como bíblica de sor
Marcela. Su expresión de vacilación, torpeza, imposibilidad, es análoga al tema
bíblico comentado por san Jerónimo al hablar del tartamudeo de Pedro. Las
mujeres escritoras le prestan al tema de la torpeza y la vacilación un
significado particular que a veces resulta ambiguo; por eso es fácil que pase
desapercibida la fuerza de la voz en primera persona de este romance. Esta voz
afirma su vigor al decir: aprendí, prometí, te cortejo, te valoro, todo me
aflige, te experimento.
Romance de un pecador arrepentido (25)
Este poema de sor Marcela constituye un ejemplo
por excelencia de poesía católica tradicional y se destaca por la concreción y
pasión auténtica que late tras las palabras. (La reflexión que antecede al romance
mismo está escrita, en el original manuscrito, en un solo párrafo.) Sor
Marcela adopta aquí, por única vez, voz masculina de tono serio; es la de
"un pecador arrepentido". Aunque esta voz se presenta en sentido
genérico, laten en ella notas personales o autobiográficas. (Véase el resumen
de la biografía de SM en "Otros manuscritos" en la que aparece el
sacerdote descarrilado a quien SM "convirtió") . Una de las más
repetidas funciones de las monjas enclaustradas ejemplares era la de servir de
consejeras animadoras de la fe y de intermediarias con Dios y la Virgen. Tanto
hombres como mujeres a los que preocupaba una "mala conciencia" o que
estaban deseosos de reformarse, pedían ayuda a estas religiosas que habían
alcanzado fama por su santidad o por su sabiduría. En esas Noticias
biográficas del convento se menciona que sor Marcela se mortificaba mucho por
los pecadores y que lloraba y rezaba por ellos sintiéndose responsable de su
salvación.
Esta responsabilidad que de manera agudizada
sentían algunas monjas, respondía a la importancia que tenían en sus vidas los
sermones. Traducían la vocación de algunas hacia la prédica que les estaba
vedada públicamente y que, por tanto, halló su expresión en la labor de
consejeras que la sociedad del tiempo les permitía llevar adelante en el
locutorio; otras más, como en el caso de sor Marcela, la realizaron también en
sus escritos. Todo ello es lo que se siente como motivación del presente
romance; pero hay otros elementos referentes a su vida personal.
Con voz de madre y maestra, sor Marcela alienta en
este poema, cuyo destinatario permanece anónimo, la posible plegaria y
confesión que saldría de su boca. En el pequeño prólogo en prosa, se nota a
partir de "Todo se puede en Dios", un tono de regaño, desafío y prédica.
En ninguna otra parte de la obra de sor Marcela, se oye tan directamente la voz
femenina animando al valor a los hombres. Sor Marcela adopta aquí el tipo
literario de mujer valerosa que anima al hombre al combate, que se encuentra
particularmente en el teatro y
la épica y que, de modo diferente, usó también sor Juana Inés de la Cruz en su Carta
atenagórica y en la Respuesta. La monja trinitaria utiliza este
recurso al subrayar las características de debilidad que se le atribuyen
tradicionalmente a la mujer: "Mucho se había de afrentar un varón
fuerte...", para avergonzar y hacer reaccionar al pecador cobarde al que
se dirige.
El poema mismo está dividido en dos mitades; la
primera se dedica a la invocación de Dios para obtener su perdón y a una
confesión sincera de los pecados cometidos, así como a referencias al Infierno
y sus horrores. La segunda se concentra en la petición de indulgencias divinas
y la promesa de rendimientos, así como la sujeción a la voluntad de Dios.
Es cierto que, según la doctrina católica y
particularmente en el siglo xvii,
todos los hombres, es decir, todo el género humano, comete pecados y, por
consiguiente, sor Marcela se incluía en él, pero este poema se relaciona no
sólo con la especie humana genérica, según dijimos, sino con una persona
específica que SM conocía bien. Aunque ese hombre no era su propio padre, la
claridad y la intensidad del poema nos lleva a identificarlo también con esa
figura que tanto tuvo que ver en la vida de la monja. Recordaría su propia
juventud y los diálogos confesionales que tenía con Lope durante las visitas
diarias que le hizo en los últimos 14 años de su vida. La sección central del
poema parece resumir una vida de perdición carnal; los versos podrían referirse
al alma, la Esposa, que peca contra el Esposo, pero se oye claro un eco
personal más concreto:
Borré, Señor, vuestra imagen
de mi alma, y en su centro
puse la de mi enemigo
para tenerle contento.
Destruí
vuestra heredad
y profané vuestro templo,
vuestra casa descompuse,
violé vuestro casto lecho.
La hija de Lope conocía muy bien las leyes de la
Iglesia según las cuales el dramaturgo "descompuso" su propia casa,
violó lechos y, siendo sacerdote y a la vez esposo adúltero, profanó el templo
como el protagonista de este romance.
La palabra que más se repite en el poema es
"afecto". Un modo fácil de explicarla sería pensar en la necesidad de
la rima, ya que cumple con la requerida asonancia en e-o del romance.
Sin embargo, puesto que ella misma nos llama la atención sobre la palabra ya en
su introducción, "Hasta aquí mi afecto", al repetir luego la palabra
5 veces, hay que buscar otras explicaciones. Podemos encontrarlas en la
importancia que da la poeta al "afecto" en relación con los medios
adecuados para llegar a la meta espiritual que se persigue: obtener la gracia
de Dios. Como trasfondo de la composición podemos pensar, de nuevo, en Lope con
respecto a las recaídas en el pecado y la intención de reforma. Desde los
primeros versos se establece muy claramente en el poema la misericordia divina
que lleva a la salvación al pecador arrepentido (vv. 1-8) .
Digamos, para terminar, que los conocimientos del
dogma católico y de la doctrina cristiana que se transparentan en este poema,
ayudan a comprender aspectos varios del resto de la obra de la monja, quizá,
especialmente, en cuanto se refiere a los coloquios.
Otro al jardín del convento (32)
El romance que tratamos ahora apunta hacia el
jardín de las trinitarias del convento de san Ildefonso. Es un sitio hermoso en
el corazón de Madrid que les sigue dando a las monjas la oportunidad de go-
zar de la soledad amada de sor Marcela y, al mismo tiempo, admirar la belleza
natural circundante. Tenía ya entonces el jardín una fuente central. La
preocupación por la exactitud lleva a la monja a especificar que es una fuente
que, por algún motivo que deja en silencio, no tiene agua:
En estas verdes hojas
que aquesta fuente riega
con agua de mis ojos,
que suya no la lleva...
Reconoce los dos polos de presunción y humildad
entre los cuales se ha movido el péndulo de su temperamento y repite la
autocaracterización con la cual divide en dos el poema. No tarda Marcela en
pasar de la realidad concreta al plano simbólico. En esta composición, de vago
tono panteísta, la poeta toma antecedentes artísticos y literarios de la Edad
Media al ver en las cualidades de las flores y hierbas medicinales, una
representación de Cristo crucificado; se diría que entronca con una tradición
de un herbolario a lo divino. El catálogo de plantas que en él nos da tiene su
interés histórico en cuanto que nos informa de los nombres de los árboles,
plantas, flores y hierbas que acostumbraban a cultivarse en un recinto cerrado,
el "hortus conclusus" de un convento particular del siglo xvii.
Sor Marcela ve a la naturaleza como creación y
como espejo de la providencia y hermosura de la divinidad. El jardín es parte
de ese gran todo, de ese macrocosmos que significa la creación que Dios ha
puesto al servicio y disfrute del ser humano.
En "la prosa del mundo" (M. Foucault, Las
palabras y las cosas) que se nos presenta en este poema, cada flor
tiene un sentido muy claro; las hojas, las flores, son como letras, como
"calladas voces", que lee la monja en el libro escrito por Dios.
Efectivamente, la naturaleza es para Marcela un
libro lleno de resonancias y de símbolos donde puede incluso asomarse al
misterio de la Trinidad. Así la creación pertenece al Padre pero en las
representaciones de los árboles, plantas y flores se pueden descubrir
cualidades de color que ella identifica con la pasión del Hijo, figura central
en su poema, y otras, como el olor, la llevan hacia cualidades espirituales
inefables como la paz y la esperanza que se pueden asociar con el Espíritu
Santo sin que sea posible separar estas cualidades (que vienen de las
sensaciones recibidas) unas de otras, tal y como sucede con el misterio
de la Trinidad en el que participan tres personas distintas en un solo Dios
indiviso.
Entre las sensaciones que, al contemplar la
naturaleza, le entran a sor Marcela por los ojos y quizá también por los oídos,
el color puede llevar a asociaciones de carácter material o espiritual: las
rosas rojas, le traen el recuerdo de las llagas de Cristo; los jazmines la
llevan a pensar en la generosidad y franqueza que se desprende de sus manos:
porque, sin aguardar
que los cojan por fuerza,
ellos se dan al suelo
sin hacer resistencia.
(vv. 37-40)
Es decir, en la forma en que crecen y mueren las plantas, descubre SM
cualidades de tipo moral. Y así sucesivamente: al clavel rojo lo identifica con
la sangre derramada por Jesús, y a sus labios, aunque siguiendo la tradición
renacentista los llama "del coral dulce afrenta", los imagina también
cárdenos del color de las violetas como los del Crucificado. Lo enhiesto y
blanco de la "cándida azucena" le recuerda el cuello de Jesús, así
como el color de la retama sus "cabellos de oro". La cualidad de
"abrazar" y de "subir" que tiene la hiedra le hace
reflexionar sobre la búsqueda de la unión con Cristo; el olivo le trae
pensamientos de misericordia y paz; la albahaca, seguramente recordando las
características de "limpieza" que se le atribuían, de pureza y
esperanza; las parras le recuerdan que su producto, el vino, es un
"accidente" que se convierte, después de dichas por el sacerdote las
palabras de la consagración, en la sangre de Cristo; y en fin, el ciprés,
aunque es para todos símbolo de tristeza, a ella le "provoca"
devoción y deseos de su muy amada soledad. Al personificar y abstraer, hace una
interpretación teleológica al servicio de la fe.
No podía sor Marcela en cuya obra son aparentes
los rasgos femeninos de la preocupación por la mujer, olvidarse de la Virgen al
contemplar la hierba cuyo nombre es de "santa María" así como de
incluir, típicamente, un rasgo personal al comparar su carácter con lo tosco de
las ortigas según hace en sus auto-caracterizaciones.
En esta contemplación amorosa y detallada que
hacía la monja de la naturaleza circundante, no sólo descubría aspectos de su
vida como esposa de Cristo —la fidelidad, la productividad, el crecimiento en
Dios— sino que ésta, la naturaleza, le servía de gran maestra para mostrarle
entre otras cosas:
... que la muerte,
como terrible, es cierta
(vv. 87-88)
y que, por tanto, había de prepararse para el más
allá. Todo esto cuando contempla los clavelones que, muchos días después de las
"últimas fiestas" y a pesar de su gran duración, se deshojan en los
jarrones. La naturaleza es también maestra en la virtud: la "hierba
doncella" que permanece junto a la tierra le enseña humildad; los ajenjos,
por su amargura, la mortificación; el alhelí "que el invierno no
seca" le sirve para aprender de su fortaleza ante las asperezas de la
vida; la "gigantea", el girasol actual, le sugiere que aplique la
constancia que muestra en su seguimiento al sol a la búsqueda de
la "amable presencia" de Dios; la pérdida de "los vestidos"
que han sufrido los árboles y las plantas con la llegada del invierno le ha
enseñado "a que tenga paciencia". El verdor de las hojas y, sobre
todo, una higuera que plantaron al tiempo de su entrada en el convento,
es una llamada para comprobar, en comparación, lo poco que ha aprovechado
—espiritualmente, se entiende— los años transcurridos:
Mis años mal gastados
me acuerda aquesta higuera,
pues ha crecido tanto
y yo estoy tan pequeña,
y habiéndonos plantado
en esta santa tierra
casi en un tiempo mismo,
mil ventajas me lleva.
Nos preguntamos si en esta composición, sor
Marcela recordaría el romance de Lope que comienza: "Hortelano era
Belardo" donde se sigue una técnica semejante. Pero el tono es muy
diferente; éste utiliza las hierbas y las flores para aplicarlas a personas muy
humanas buscando analogías negativas ("para melindrosas cardos/y ortigas
para las viejas" ... "mastuerzo para las frías/y ajenjos para las
feas") ; Marcela no sólo las eleva al compararlas a Cristo, sino que les
da un carácter trascendental.
Obviamente, este poema fue escrito pensando en las
varias estaciones del año pero de hecho, probablemente, al final del invierno
cuando ya la Resurrección estaba cerca y la primavera comenzaba a mostrar sus
signos en el jardín conventual. Junto con la naturaleza y la Resurrección, sor
Marcela extiende su esperanza hacia árboles, plantas y flores de tierras
lejanas: las de Jerusalén, donde se halla el sepulcro de Jesús, y empieza, ella
también, a renacer de nuevo.
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