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Literatura Conventual Femenina
Sor Marcela de San Felix
Hija de Lope de Vega
Sor Marcela - Obra completa

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  • 1.    LA VIDA Y LA OBRA DE SOR MARCELA DE SAN FÉLIX
    • 1.1. ILEGITIMIDAD Y LEGITIMACIÓN PROPIA
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1.1. ILEGITIMIDAD Y LEGITIMACIÓN PROPIA

 

El recuerdo del dramatismo y los excesos de la escena familiar vividos los primeros dieciséis años de la vida de Marcela del Carpio no desapareció inmediatamente cuando se convirtió en sor Marcela y se vio embarcada en la búsqueda de la perfección cristiana a través de la práctica ascética. Sus escritos reflejan y sirven de contrapunto a lo que sabía de la vida turbulenta de su padre: si él se deleita en el jardín de los placeres mundanos, ella se entretiene en los huertos sagrados; si él da rienda suelta a los apetitos, ella los mortifica; si él peca, ella es virtuosa; si él es indulgente, ella es abnegada; si él tiene muchas mujeres, ella tiene sólo a Dios; si él se retuerce en el arrepentimiento, ella lleva una vida  sosegada.

La personalidad fuerte y orgullosa de Marcela, junto a una niñez precaria y problemática haría que, desde muy niña, se diera cuenta de lo que significaba en la sociedad del tiempo ser hija ilegítima. Por tal motivo, muy pronto renunciaría a la posibilidad de un matrimonio ventajoso al que probablemente hubiera podido aspirar, a pesar de todo, por ser hija de Lope de Vega. Las circunstancias de los extraños y, en ocasiones, turbulentos hogares donde le tocó vivir tienen que haber hecho cada vez más urgente la búsqueda de circunstancias legitimadoras, de estabilidad y honor. Tomada la decisión de hacer de Cristo el esposo ideal, una vez en el convento y ganados así el respeto y la consideración que se les otorgaba a las que escogían una vida religiosa, reclamó el derecho que tenía de proclamarse heredera literaria del gran Lope de Vega.

Como muchas otras escritoras de su época, sor Marcela utiliza las fórmulas de insuficiencia y humildad para fines en parte irónicos. Tilda su estilo de "grosero" y "sin primor", pero también se refiere, ufana, a su parentesco con Lope y afirma que tiene "un girón de poeta". A veces aludía a su ascendencia indirectamente por medio de una broma o negación, sabiendo que sus hermanas monjas entendían muy bien el juego. En una de las loas de tema jocoso, una monja de carácter autoritario le pide al tipo tradicional de Licenciado hambriento que escriba una loa para celebrar los votos de una de las novicias. Después de decirle lo que debe incluir, insiste:

 

 

Y que nos haga una loa

tan acabada y perfecta

que no la pudiera hacer

tan linda Lope de Vega.

 

Más adelante, el Licenciado, anunciando el final de su tarea, dice:

 

que yo en prosa las diré

que al coloquio se prevengan

con benévola atención

que le ha compuesto Marcela10.

 

Como en su padre, aunque por cosas de poca monta, se siente quizá también arrepentimiento en sor Marcela cuando, ya monja, dice cuáles fueron las razones que la llevaron al convento, y que explican, al mismo tiempo, su radical desengaño del medio familiar donde le tocó vivir. Se lee en una vida suya que escribió una compañera a su muerte: "que ella decía que sus padres la tenían poco amor y que por huir sus molestias se había venido al sagrado como los delinquentes cuando huyen de la Justicia"11. Esta sería la razón de la urgencia con que, ya en el convento, conmina a las monjas a poner su amor y esperanza en el "esposo" que no puede fallar y a abrazar ideales ascéticos en el "sagrado" que constituye el convento:

 

Pon en tu nada tu asiento,

y nada te dé contento

que no te lleve a la nada,

(...)

y contino retirada,

sea la nada tu centro.

(1, vv. 1287-1289, 1292-1293)

 

No  es extraño que los tres enemigos del cristiano, según la doctrina católica, el mundo, el demonio y la carne, que conoció tan de cerca en su hogar y en la vida de su padre, se manifestaran como preocupación principal en su obra. La cuestión clave es la salvación del alma, la cual, no por casualidad, es la protagonista principal de varios de sus coloquios. Todo esto nos lleva a la conclusión de que en el caso de sor Marcela muy particularmente, el convento sirvió no solamente de refugio en un ambiente poco hospitalario, sino también de aula para cultivar sus dotes literarias. Cuando la protección personal era absolutamente necesaria y las posibilidades de desarrollo artístico para una mujer casi nulas, pocas podían ser sus alternativas.

El desenvolvimiento emocional, espiritual e intelectual de Marcela se llevó a cabo en el claustro; fue allí donde encontró la tranquilidad, la libertad y el apoyo que requerían sus dotes. Incluso halló el espacio físico necesario para desarrollarlas. Según lo que vemos hoy en la casa madrileña de Lope, Marcela no sólo vivía en un hogar tumultuoso, sino que el espacio material que le correspondía lo compartía con una medio-hermana y una sirvienta. La vasta habitación que servía de recibidor se reservaba sólo para los hombres; las mujeres se sentaban en el suelo en una pequeña habitación adyacente. En el convento, por el contrario, situado sólo a dos o tres calles de distancia, había altos y aireados salones comunes donde las monjas eran reinas y señoras y donde comían, cosían o rezaban sentadas o caminando; a través de la reja, asistían a la misa que se celebraba en la hermosa iglesia adjunta a la que podían ver sin ser vistas. Había un espacioso patio lleno de plantas y flores con una fuente central que era, seguramente, utilizada para las horas de descanso y recreo. No queremos pintar un cuadro celestial. Allí hubo, en ocasiones, invasión de clausura, pleitos entre las monjas, incluso peleas a cuchillo entre unos intrusos que penetraron en el convento (Molins 170) . Pero los reglamentos se imponían de nuevo lo más rígidamente posible y todo volvía a la normalidad.

El convento le procuró la quietud y concentración necesarias para la oración y la práctica de los sacramentos. En particular, se le aseguraba el afecto puro y único de Jesucristo. En su poesía, valora Marcela más que nada la soledad; a través de ella empezará para la monja el proceso de reconocimiento propio y un cambio en sus relaciones con los demás, especialmente con su padre. Efectivamente, la trinitaria se convirtió en una suerte de madre, confidente y consejera para su padre anciano: lo consoló en sus penas y pérdidas familiares al mismo tiempo que lo regañaría por su donjuanismo. Las crónicas del convento narran dos casos que ponen de relieve la fortaleza de carácter de sor Marcela y su rechazo de las veleidades mundanales de su padre. En uno de ellos se cuentan las quejas de la monja porque Lope había alabado su belleza; como resultado se negó a recibirlo durante 15 días: "Para que así conozcáis cuánto me ofende quien alaba una supuesta hermosura perecedera y de la que yo tan poco aprecio guardo"12.

Una de las amistades que haría sor Marcela en el convento y que, seguramente, tendría que ver con la seguridad en sí misma que fue adquiriendo como mujer y poeta, sería sor Jerónima del Espíritu Santo, una de las fundadoras del convento de Trinitarias Descalzas de san Ildefonso. Durante sus muchos años allí, sor Marcela disfrutó no sólo de la amistad y compañerismo de las fundadoras como lo fue sor Jerónima, sino que otra Jerónima se convirtió en la estrecha colaboradora de la poeta en el montaje y en la representación de sus obras.

No sólo la admiraban sus hermanas sino que, según su biógrafa: "los mayores ingenios tuviéronla por ilustrada del don de sabiduría...; cuantos trataron su interior no fueron otros que los grandes maes-
tros de su tiempo: fray Antonio Félix Paravicino... y en los últimos años de su vida el padre doctor Ignacio de Olite y Vergara, fundador de la Congregación de san Felipe Neri de Madrid. Todos estos sabios la estimaron de mujer de un espíritu principal"13.

De los hijos de Lope, Marcela fue la única que se dedicó a las letras; como su madre, fue también actriz, ya que ella tomaba a su cargo el papel más difícil y largo de sus coloquios a más de dirigir toda la obra y ocuparse de los preparativos de todo tipo relacionados con ella. Por tanto, en su existencia y en su obra, el recuerdo de sus padres se manifestó de modo constante. No conocemos detalles sobre la educación de Marcela pero es fácil suponer que, dotada de una verdadera inclinación poética y de clara inteligencia, muy pronto y en medio de la turba de gente relacionada con el teatro que visitaba su casa, se asomaría a la obra de algunos grandes del tiempo, especialmente las de su padre y de su padrino, y que aprendería a manejar los recursos básicos de una buena preparación literaria. Mucho antes de hacerse monja, las prácticas estilísticas, temas y cánones poéticos y dramáticos habrían pasado a conformar su latente personalidad artística. El simbolismo de las alegorías de su obra dramática y el humor que destila de ellas, la alabanza formal y piadosa de la biografía que escribió de otra monja, y el éxtasis reposado de sus composiciones a la soledad, nos transmiten las polaridades de una vida en tensión entre una estética secular y un pensamiento religioso.

Un proceso de carácter existencial, espiritual y de propio reconocimiento literario empezó para ella, como hemos visto, cuando decidió alejarse de su hogar y luego, a distancia, reclamó su herencia. A través del ejercicio de la soledad, sor Marcela construyó su sentido de autoridad y autenticidad. La práctica de la soledad la pondría en contacto directo con la herencia de santa Teresa y con las intenciones de la vía mística según se expresan, especialmente, en Las Moradas. Su biógrafa habla de la admiración de Marcela hacia la santa. La monja de Madrid leyó los escritos de la reformadora abulense y le sirvieron como alimento espiritual y como modelos para oraciones en verso sobre la obediencia, fervor, los peligros de un celo excesivo y las ventajas de una total renuncia. La orden trinitaria seguía las reglas de las carmelitas teresianas reformadas; por tanto, los superiores de sor Marcela, los confesores y consejeros del convento no podían sino alabar sus composiciones en las cuales anima a las religiosas compañeras suyas al retiro y a la contemplación. La ya reconocida "gran madre" había sellado lo apropiado de la combinación de actividad y contemplación, obras y oración, silencio y conversación.

Y este aprecio de la soledad parecía ser parte del modo de ser de sor Marcela. El deseo de mantenerse aparte correspondía a sus necesidades prácticas así como espirituales. En todos los conventos existen tareas que realizan las monjas; sor Marcela tuvo, en distintos momentos de su vida, responsabilidades administrativas y pedagógicas: fue maestra de novicias, provisora y, por muchos años, prelada14. Sentiría que le faltaban fuerzas y tiempo para dedicarse a su pasatiempo preferido, que era la escritura de sus versos. No es de extrañar, pues, que en varios de sus poemas nos hable de la soledad y del miedo de perderla, como hace al regreso de uno de los retiros a los que asistió cuando se reintegraba a la vida normal del claustro. El mismo tema aparece en otra composición donde alude a los años de estrecheces y mudanza a otro local que siguieron a la fundación del convento cuando no había suficientes celdas para todas las monjas y tenían que sufrir la falta de agua y la sobra de insectos tan molestos como los mosquitos y tan asquerosos como los piojos. De vuelta, al año y medio, al viejo convento, decidieron llevar adelante unas reformas que consideraron absolutamente necesarias, a pesar de la gran escasez de medios para realizarlas15>. La loa "A la sole-
dad de las celdas" pone en evidencia la importancia capital que los asuntos de la vida comunitaria tienen en su obra; en ella sor Marcela celebra la novedad afortunada de que cada monja tenga una celda propia:

 

Y este gozo se origina

de ver que ya vuestras ansias

y deseo de retiro

el piadoso dueño paga.

Vuestra santa pretensión

justísimamente alcanza

hoy, la alegre posesión

de tan largas esperanzas.

(13, vv. 5-12)

 

(...)

Entrad, pues, madres gozosas,

fervorosas y animadas,

que el Señor que dio las celdas

también dará lo que falta.

(13, vv. 73-76)

 

Varios de los coloquios y de las loas de sor Marcela se refieren a esta "falta", bien sea en broma o en serio. Escenas y acontecimientos de la vida conventual aparecen hasta en el más espiritual de sus poemas, otra característica que la liga a santa Teresa. Así vemos que en la loa que acabamos de señalar, advierte que la diferencia entre una mujer prisionera y una mujer santa se basa en la devoción, en el empleo sabio del apartamiento:

 

Que la celda material

ha de servir como caja

que guarde la interior celda

donde el esposo descansa.

 

 

 

Que si faltase el espíritu

y la oración en el alma,

más que santa religiosa,

será mujer encerrada.

(13, vv. 85-92)

 




10  Las citas se hallan en el n° 8, vv. 193-196, 285-288. Se darán, en adelante, el número de la composición que le hemos dado en estas obras completas, y el número de los versos entre paréntesis al final de la cita.



11  Fundación..., f. 20.7.



12  Fundación..., f. 216; también cita la frase Ramón Laca, p. 112.



13  Fundación..., f. 195.



14  Fue elegida prelada por los siguientes 15 años: 1660-1663, 1668-1671, 1674-1683. Fundación..., ff. 24 y 28.



15  Fundación..., ff. 104-105; 131-132; 142-143.






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