4.4 El pecador
justificado
28.
Juntos confesamos que en el bautismo, el Espíritu Santo nos hace uno en Cristo,
justifica y renueva verdaderamente al ser humano, pero el justificado, a lo
largo de toda su vida, debe acudir constantemente a la gracia incondicional y
justificadora de Dios. Por estar expuesto, también constantemente, al poder del
pecado y a sus ataques apremiantes (cf. Ro 6:12-14), el ser humano no
está eximido de luchar durante toda su vida con la oposición a Dios y la
codicia egoísta del viejo Adán (cf. Gá 5:16 y Ro 7:7-10).
Asimismo, el justificado debe pedir perdón a Dios todos los días, como en el
Padrenuestro (Mt 6:12 y 1 Jn 1:9), y es llamado incesantemente a
la conversión y la penitencia, y perdonado una y otra vez.
29. Los
luteranos entienden que ser cristiano es ser "al mismo tiempo justo y
pecador". El creyente es plenamente justo porque Dios le perdona sus
pecados mediante la Palabra y el Sacramento, y le concede la justicia de Cristo
que él hace suya en la fe. En Cristo, el creyente se vuelve justo ante Dios
pero viéndose a sí mismo, reconoce que también sigue siendo totalmente pecador;
el pecado sigue viviendo en él (1 Jn 1:8 y Ro 7:17-20), porque se
torna una y otra vez hacia falsos dioses y no ama a Dios con ese amor íntegro
que debería profesar a su Creador (Dt 6:5 y Mt 22:36-40). Esta
oposición a Dios es en sí un verdadero pecado pero su poder avasallador se
quebranta por mérito de Cristo y ya no domina al cristiano porque es dominado
por Cristo a quien el justificado está unido por la fe. En esta vida, entonces,
el cristiano puede llevar una existencia medianamente justa. A pesar del
pecado, el cristiano ya no está separado de Dios porque renace en el diario
retorno al bautismo, y a quien ha renacido por el bautismo y el Espíritu Santo,
se le perdona ese pecado. De ahí que el pecado ya no conduzca a la condenación
y la muerte eterna15. Por lo tanto, cuando los luteranos dicen que el
justificado es también pecador y que su oposición a Dios es un pecado en sí, no
niegan que, a pesar de ese pecado, no sean separados de Dios y que dicho pecado
sea un pecado "dominado". En estas afirmaciones coinciden con los
católicos romanos, a pesar de la diferencia de la interpretación del pecado en
el justificado.
30. Los
católicos mantienen que la gracia impartida por Jesucristo en el bautismo lava
de todo aquello que es pecado "propiamente dicho" y que es pasible de
"condenación" (Ro 8:1)16. Pero de todos modos, en el
ser humano queda una propensión (concupiscencia) que proviene del pecado y
compele al pecado. Dado que según la convicción católica, el pecado siempre
entraña un elemento personal y dado que este elemento no interviene en dicha
propensión, los católicos no la consideran pecado propiamente dicho. Por lo
tanto, no niegan que esta propensión no corresponda al designio inicial de Dios
para la humanidad ni que esté en contradicción con Él y sea un enemigo que hay
que combatir a lo largo de toda la vida. Agradecidos por la redención en
Cristo, subrayan que esta propensión que se opone a Dios no merece el castigo
de la muerte eterna17 ni aparta de Dios al justificado. Ahora bien, una
vez que el ser humano se aparta de Dios por voluntad propia, no basta con que
vuelva a observar los mandamientos ya que debe recibir perdón y paz en el
Sacramento de la Reconciliación mediante la palabra de perdón que le es dado en
virtud de la labor reconciliadora de Dios en Cristo (véase fuentes de la
sección 4.4).
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