4.6 Certeza de
salvación
34.
Juntos confesamos que el creyente puede confiar en la misericordia y las promesas
de Dios. A pesar de su propia flaqueza y de las múltiples amenazas que acechan
su fe, en virtud de la muerte y resurrección de Cristo puede edificar a partir
de la promesa efectiva de la gracia de Dios en la Palabra y el Sacramento y
estar seguros de esa gracia.
35. Los
reformadores pusieron un énfasis particular en ello: En medio de la tentación,
el creyente no debería mirarse a sí mismo sino contemplar únicamente a Cristo y
confiar tan solo en él. Al confiar en la promesa de Dios tiene la certeza de su
salvación que nunca tendrá mirándose a sí mismo.
36. Los
católicos pueden compartir la preocupación de los reformadores por arraigar la
fe en la realidad objetiva de la promesa de Cristo, prescindiendo de la propia
experiencia y confiando solo en la palabra de perdón de Cristo (cf. Mt
16:19 y 18:18). Con el Concilio Vaticano II, las católicos declaran: Tener fe
es encomendarse plenamente a Dios19 que nos libera de la oscuridad del
pecado y la muerte y nos despierta a la vida eterna20. Al respecto,
cabe señalar que no se puede creer en Dios y, a la vez, considerar que la
divina promesa es indigna de confianza. Nadie puede dudar de la misericordia de
Dios ni del mérito de Cristo. No obstante, todo ser humano puede interrogarse
acerca de su salvación, al constatar sus flaquezas e imperfecciones. Ahora
bien, reconociendo sus propios defectos, puede tener la certeza de que Dios ha
previsto su salvación (véase fuentes de la sección 4.6).
|