4.7 Las buenas obras
del justificado
37.
Juntos confesamos que las buenas obras, una vida cristiana de fe, esperanza y
amor, surgen después de la justificación y son fruto de ella. Cuando el
justificado vive en Cristo y actúa en la gracia que le fue concedida, en
términos bíblicos, produce buen fruto. Dado que el cristiano lucha contra el
pecado toda su vida, esta consecuencia de la justificación también es para él
un deber que debe cumplir. Por consiguiente, tanto Jesús como los escritos
apostólicos amonestan al cristiano a producir las obras del amor.
38. Según
la interpretación católica, las buenas obras, posibilitadas por obra y gracia
del Espíritu Santo, contribuyen a crecer en gracia para que la justicia de Dios
sea preservada y se ahonde la comunión en Cristo. Cuando los católicos afirman
el carácter "meritorio" de las buenas obras, por ello entienden que,
conforme al testimonio bíblico, se les promete una recompensa en el cielo. Su
intención no es cuestionar la índole de esas obras en cuanto don, ni mucho
menos negar que la justificación siempre es un don inmerecido de la gracia,
sino poner el énfasis en la responsabilidad del ser humanos por sus actos.
39. Los
luteranos también sustentan el concepto de preservar la gracia y de crecer en
gracia y fe, haciendo hincapié en que la justicia en cuanto ser aceptado por
Dios y compartir la justicia de Cristo es siempre completa. Asimismo, declaran
que puede haber crecimiento por su incidencia en la vida cristiana. Cuando
consideran que las buenas obras del cristiano son frutos y señales de la
justificación y no de los propios "méritos", también entienden por
ello que, conforme al Nuevo Testamento, la vida eterna es una
"recompensa" inmerecida en el sentido del cumplimiento de la promesa
de Dios al creyente (véase fuentes de la sección 4.7).
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