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P. Jorge Loring, S. I. Para salvarte IntraText CT - Texto |
Mandamientos de la Iglesia (73,1 - 75,6)
73.- Además de los mandamientos de la ley de Dios, la Iglesia
tiene cinco mandamientos.
73,1. En virtud del poder
recibido de Jesucristo, la Iglesia puede imponer preceptos que obliguen
gravemente a los hombres en orden a un mejor cumplimiento de la ley de Dios.
Los mandamientos de la Iglesia son de dos clases:
Los tres primeros mandan oír Misa, confesar y comulgar; pero de esto ya hemos
tratado. (Ver números 45 al 61)
El cuarto manda el ayuno y la abstinencia en los días determinados por la
Iglesia.
73,2. El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. Pero se
puede tomar algo por la mañana y por la noche.
En el desayuno se puede tomar, por ejemplo, leche, café o té, o un poco de
chocolate, con unos 60 gramos de pan, churros, tortas, etc. En la cena se puede
tomar hasta 250 gramos de alimentos. Si te parece esto muy complicado, puedes
atender a la norma práctica de algunos moralistas que dicen que quien tiene
obligación de ayunar basta con que en el desayuno y en la cena tome la mitad de
lo que tiene por costumbre tomar. Y si lo que se suele tomar es poco, la
cantidad que se suprima puede ser menor. Otra norma práctica es que sumando lo
que se toma en el desayuno y en la cena, no llegue a lo que se suele tomar al
mediodía883.
En la comida principal se puede tomar toda la cantidad que se quiera.
Pero durante el día no se puede tomar nada (comida o bebida) que sea alimento.
Sí se pueden tomar líquidos no alimenticios como refrescos, café, té y bebidas
alcohólicas; y también alguna pequeña tapa con que éstas suelen acompañarse;
aunque sería mejor abstenerse de ella.
La abstinencia consiste en no tomar carne; pero no está prohibido el caldo de
carne ni la grasa animal, si es condimento. También se pueden tomar huevos y productos lácteos.
Tienen obligación de ayunar todos los católicos que han cumplido dieciocho años
y no han cumplido los cincuenta y nueve.
La abstinencia obliga desde los catorce años cumplidos hasta el final de la
vida. «No están obligados al ayuno y abstinencia los verdaderamente pobres, los
enfermos y los obreros»884.
Tampoco están obligados los que no tienen habitualmente uso de razón.
El párroco y algunos confesores pueden dispensar cuando haya motivo
suficiente.
Son días de ayuno y abstinencia el
Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Son días de sólo abstinencia todos los
viernes del año, que no caigan en festivo. La abstinencia de los viernes fuera
de cuaresma puede ser sustituida total o parcialmente por otras formas de
penitencia, piedad o caridad, como limosnas, visitas a enfermos, privarse de
tabaco o espectáculos, o cualquier otro gusto. La abstinencia de los viernes de
cuaresma, y el ayuno y la abstinencia del Miércoles de Ceniza y Viernes Santo
no pueden ser sustituidos por propia iniciativa.
No debe considerarse pecado grave cualquier violación esporádica de la
ley; pero sí el dejar de cumplirla habitualmente o por menosprecio 885.
Lo importante es el espíritu de la ley. Se trata de que en esos pocos días del
año te quedes con un poco de hambre para hacer un sacrificio por Nuestro Señor.
La observancia sustancial de la disciplina eclesiástica sobre la penitencia es
gravemente obligatoria.
Pero adviértase que la Iglesia no quiere precisar con medidas y pormenores los
límites que determinarían en cada caso la gravedad de las faltas, porque desea
que los fieles no caigan en la servidumbre y en la rutina de una observancia
meramente externa, y prefiere, al contrario, que ellos mismos, sin omitir el
oportuno consejo, formen deliberadamente su conciencia en cada caso según las
indicaciones y el espíritu de la ley, con sentido de responsabilidad ante el
Señor que ha de juzgar la sinceridad y diligencia de nuestras actitudes. Pero,
sin duda, el desprecio y la inobservancia habitual de los preceptos de la
Iglesia constituiría pecado grave.
La Conferencia Episcopal Española espera que «la presente disciplina
penitencial, adaptada a España, servirá para aumentar en todos el sentido de
sacrificio, la autenticidad de una vida sinceramente cristiana, y la práctica,
más personal y consciente, de la mortificación y la caridad».
El Secretario del Episcopado francés ha propuesto a los católicos privarse del
tabaco o bebidas alcohólicas un día a la semana, como una nueva modalidad de
abstinencia.
Hacer penitencia es obligación de todo cristiano. Cada vez que cumplimos con
nuestro deber y se lo ofrecemos a Dios hacemos penitencia. Cuando, en obsequio a Dios, nos privamos de algo
que nos gusta o hacemos algo que nos desagrada, hacemos penitencia. Cuando, por
Dios, aceptamos la vida y sus dificultades, hacemos penitencia.
Cuando, también por Dios, somos justos y luchamos contra las injusticias de la
vida, hacemos penitencia. Arrepentirnos de nuestros pecados y hacernos amigos
de Dios, es hacer penitencia.
La penitencia necesita de algo interior: Dios quiere el corazón, no sólo
las obras externas. Si nuestra intención se detuviese en cumplir la ley, sin
ofrenda a Dios, no haríamos penitencia. La primera y obligatoria penitencia que tenemos que hacer es cumplir la ley
de Dios. Si no cumplimos lo que se nos manda, no hacemos penitencia. El principal lenguaje de un hombre son las
obras.
73,3. El quinto mandamiento de la
Iglesia manda que la ayudemos en sus necesidades y en sus obras.
No hay que olvidar que es deber de los fieles atender, según las
posibilidades de cada uno, con su ayuda económica al culto y al decoroso
sustento de los ministros de Dios.
Todos los bienes los hemos recibido
de Dios. El contribuir con ellos para ayudar a la Iglesia en sus necesidades,
es una manera de agradecer a Dios lo que nos ha dado, y rogarle que nos siga
bendiciendo. Los sacerdotes han consagrado su vida a trabajar exclusivamente
por el bien espiritual de los hombres, por lo tanto, de ellos deben recibir lo
necesario para satisfacer sus necesidades humanas, y poder seguir estudiando y
estar siempre bien preparados para el desempeño de su ministerio.
Dice el Nuevo Código de Derecho Canónico:«Los fieles tienen el deber de ayudar
a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga de lo necesario para el
culto divino, las obras apostólicas y de caridad, y el conveniente sustento de
los ministros»886.
Los buenos católicos deben también contribuir al sostenimiento del
Seminario de la Diócesis, donde se están formando los futuros sacerdotes que
han de atender a las almas.
Como en otras naciones, también es España, se puede hoy ayudar a la Iglesia
destinando a ella la pequeña parte asignada de lo que hay que pagar a Hacienda.
Todos hemos de sentir la Iglesia como propia. Es un deber de justicia ayudar a
la Iglesia en todo lo relativo al apostolado, porque de la Iglesia recibimos el
mayor bien que se puede recibir en este mundo: los medios para ir al cielo.
Nuestra colaboración a la Iglesia no debe limitarse a lo económico; debemos
también prestar nuestra colaboración personal, en la medida que nos sea
posible.
73,4. Además de estos mandamientos más generales, la Iglesia tienen también
otros, como por ejemplo, la prohibición de asistir a escuelas ateas o a centros
en los que se enseñen cosas contrarias a la doctrina católica.
«Los padres católicos que envían a sus hijos a estas escuelas, aunque sea con
el pretexto de que enseñan muy bien otras materias profanas, pecan
gravísimamente y son indignos de la absolución sacramental, por el grave
peligro a que exponen a sus hijos»887.
El Concilio Vaticano II «recuerda a
los padres cristianos la obligación de confiar sus hijos, en el tiempo y lugar
que puedan, a las escuelas católicas, de sostenerlas con todas sus fuerzas, y
de colaborar con ellas en bien de sus propios hijos» 888.
Por eso «deben disponer, y aun exigir, todo lo necesario para que sus hijos
puedan disfrutar de tales auxilios y progresar en la formación cristiana a la
par que en la profana»889.
Dicen los Obispos Españoles:«La clase de Religión en España, carente hoy del
debido rigor académico, se ve sometida a un proceso de deterioro que
repercutirá negativamente en los aspectos humanos y éticos de todo el marco
educativo». Leí en el ABC de Madrid, en la misma página, estos dos
titulares:«El gobierno socialista margina la asignatura de Religión». «En
Suecia la clase de Religión es obligatoria» 890.
Los padres tienen el derecho de educar a sus hijos conforme a sus convicciones
morales y religiosas.
Dice el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica: «Los padres tienen el derecho
de elegir para sus hijos una escuela que corresponda a sus propias
convicciones, y los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho
de los padres y de asegurar las condiciones reales de su ejercicio».
Como dijo el Papa Juan Pablo II en su visita a España en 1982: «Los padres
deben elegir para sus hijos una enseñanza en la que esté presente el pan de la
fe cristiana». Los padres tienen obligación de preocuparse de que sus hijos
sean educados en la religión católica. Si se desentienden de esto, que no se
quejen después cuando sus hijos les salgan torcidos.
No te contentes con solicitar la enseñanza de la Religión en el colegio de tus
hijos. Comprueba lo que les enseñan; y si les dan gato por liebre, protesta
enérgicamente como cualquier consumidor estafado.
La Comisión Episcopal de Enseñanza recuerda que «todos debemos exigir que se
pueda recibir educación católica en los centros de enseñanza»:
La formación religiosa católica en la escuela es un deber y un derecho, cuyo
servicio está regulado por las leyes, y cuya realización efectiva debe ser
apoyada por toda la comunidad cristiana. Los obispos indican a los padres
católicos el deber de inscribir a sus hijos en la asignatura de religión y
moral católicas. El mismo texto recuerda la obligación de los profesores
cristianos de colaborar en la formación religiosa católica de los alumnos cuyos
padres han elegido para ellos este tipo de formación. Por último insisten en el
deber de la sociedad y de los gobernantes de respetar el derecho de los padres
y de los alumnos en conformidad con los principios de la Constitución Española
y de los acuerdos internacionales firmados por el Estado Español con la Santa
Sede en materia de enseñanza.
El Consejo Pontificio para la Familia ha publicado un documento en el que dice
que los padres deben retirar a sus hijos de los centros donde se enseñe una
moral sexual contraria a la doctrina de la Iglesia.
Otro mandamiento de la Iglesia es no contraer matrimonio opuesto a las
leyes de la Iglesia.
73,5. En 1917 se publica el Código de Derecho Canónico que sistematiza un cúmulo de leyes eclesiásticas. En 1983 se publica un nuevo Código de Derecho Canónico que actualiza y perfecciona el anterior. El estudio de esta reforma ha durado veinticinco años, desde que lo inició Juan XXIII.
74.- Los
mandamientos de la ley de Dios se resumen en dos:
Primero: amarás a Dios sobre todas las cosas. Segundo: y al prójimo como
a ti mismo.
74,1. Esto es lo que significan los siguientes magníficos consejos:
«Cumple siempre todos los mandamientos».
«Por nada del mundo cometas un pecado grave».
«Procura agradar a Dios en todas las cosas».
«No hagas tú a los otros lo que no quieras que los otros te hagan a ti».
«Pórtate tú con los demás como
quieras que los demás se porten contigo».
74,2. Hay personas que reducen sus prácticas religiosas al servicio del
prójimo. Eso está bien, pero no basta. Hay acciones humanas que ni benefician
ni perjudican al prójimo, en cambio agradan o desagradan a Dios: como el
asistir a Misa o el decir blasfemias.
Hoy somos muy sensibles a la
justicia social. El remedio no está en cambiar las estructuras, que
seguirán siendo injustas si no cambiamos a los hombres. Si cambiamos a los hombres las estructuras serán
mejores y habrá más justicia. El mejor modo es la norma de Cristo :
«pórtate tú con los demás como quieres que los demás se porten contigo»
891.
75.- EL AMOR A DIOS Y AL PROJIMO ES LA SEÑAL CARACTERISTICA DEL BUEN CRISTIANO.
75,1. El cristiano debe cumplir sus obligaciones con la misma perfección que
uno que sea ateo pero de distinta manera , es decir, con amor a los demás, como
al mismo Jesucristo. Es más,
como Cristo los ama: «Amaos los unos a los otros como Yo os he
amado»892.
No se puede amar a Dios si no se ama al prójimo. Pero no todo amor al
prójimo es ya amor a Dios.
Tú puedes amar a una persona por ser hija de sus padres, a quienes amas; pero
también puedes amarla por ella misma, sin que eso suponga que amas a su padre,
que puede serte totalmente indiferente.
Por eso la caridad cristiana es amar al prójimo porque es hijo de Dios. Lo
contrario puede ser un humanismo ateo que se llama filantropía.
Solemos citar muchas veces los textos de la carta de San Juan en los que se
exige la caridad para con los demás de una forma enérgica: «Si uno dijere que
ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso» 893.
Pero se cita menos otra frase que en el pensamiento de San Juan no admite duda,
y necesita que se recuerde hoy de una manera especial: es cierto que la caridad
con Dios es cosa vana cuando no va unida al amor del prójimo, que es hijo de
Dios, pues ahí está la razón profunda de nuestro deber para con él; pero el
amor del prójimo que quisiera ignorar el amor de Dios, no sería verdadero: «En
esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios» 894.
Se oye con bastante frecuencia hoy día, que las palabras mandato y ley son
palabras condenadas a estar proscritas de manera absoluta; como si hablar de
cosas permitidas y de cosas prohibidas fuera una verdadera y peligrosa
desnaturalización de la vida moral.
Ante todo, es evidente que estas palabras, que se quieren proscribir,
pertenecen al mismo Evangelio. Son
auténticas palabras de Dios. Es difícil eliminar de la primera carta de San
Juan la palabra y la idea de mandato; aparecen repetidas sin cesar y en el
sentido más profundo.
Y de una manera sistemática e inaceptable se quiere eliminar, por lo mismo, la
palabra y la idea de ley; en la enseñanza de San Pablo. Lo que él condena es
una cierta concepción de la ley, mas para devolverle otra, a la que da
expresamente ese nombre, y cuyas exigencias no deja de señalar de forma clara.
En el fondo de la idea de ley y de mandato existe la afirmación de alguien que
es el Señor y que tiene derecho a hablarnos como tal.
Escuchemos a Jesucristo cuando habla del mandato de su Padre, de la voluntad de
su Padre; escuchemos a los santos, a los que figuran catalogados y aquellos a
quienes nos encontramos en la vida. Oiremos que resuena en ellos esa alabanza,
esa humildad, esa obediencia, que, lejos de inspirar repugnancia por la palabra
mandato, le dan un sabor indecible, como el salmo 119, en el que se hace un
elogio de la ley divina.
Es cierto que una moral que no tenga en la caridad su principio y su
fin, no es tal moral; o en todo caso, no es la moral cristiana. Mas no es menos cierto que una doctrina de la
caridad que quiera ignorar la moral y sus leyes, es una quimera peligrosa de la
que la caridad es la primera en pagar las consecuencias .
Evidentemente que el valor del cumplimiento de una ley depende del amor
que en ello se ponga. El cristiano que cumple una ley tan sólo como un
requisito externo revela que le falta lo más importante, que es el amor. Las leyes son necesarias en una
sociedad organizada. Las
leyes justas están siempre orientadas al bien común. Al cumplirlas hacemos un acto
de amor al prójimo, y también de amor a Dios, al aceptar el ser regidos por
leyes exigidas por la naturaleza que él nos ha dado.
Cuando se ama de verdad al prójimo, la espontaneidad interior puede
indicarme el camino de la rectitud. Pero no cabe duda de que esta espontaneidad
interior no basta en multitud de ocasiones, en las que es necesario acudir a
normas externas a nosotros mismos que nos señalen el camino mejor a seguir.
Pero, repito, el cristiano debe siempre poner mucho amor en su comportamiento.
El egoísmo es el gran pecado del hombre. Y tan egoísta es el que no cumple una
ley por propia comodidad, como el que la cumple sólo por evitar la sanción. El
buen cristiano cumple la ley; y la cumple con amor y por amor.
No existe moral sin caridad, que es su alma.
No hay caridad verdadera sin moral, que le da un cuerpo.
El fundamento de todo está en la aceptación de Dios.
Hay quienes no quieren más norma moral que su propia conciencia. Sin embargo
hay que advertir que su conciencia debe estar de acuerdo con la realidad
objetiva, es decir, acorde con lo que dicen los entendidos, los especialistas.
Por ejemplo, si los astrónomos dicen que la distancia de la Tierra a la Luna es
de 384 000 kilómetros, esto es una verdad independiente de lo que a mí me parezca.
A mí me puede parecer poco o mucho, pero lo que a mí me parezca no cambia la
distancia de la Tierra a la Luna, que es la que dicen los astrónomos que la han
medido. Igualmente, si el agua de una fuente no es potable, y las autoridades
sanitarias que la han analizado así lo avisan, es tonto beber de ella.
El agua no se convierte en potable por lo que a mí me parezca, sino que su
potabilidad depende del análisis que han hecho los especialistas.
75,2. Jesucristo quería que en
esto se nos reconozca a los cristianos:
en que nos amamos los unos a los otros. Hay que amar a todos en general, y no
odiar a nadie en particular.
Debemos practicar, según las ocasiones, múltiples formas de caridad.
Los catecismos nos hablaban de las Obras de Misericordia: son otras tantas
formas magníficas de practicar la caridad. Helas aquí:
OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES:
Visitar y cuidar enfermos. Dar de comer al hambriento. Dar de beber al
sediento. Atender a los que no tienen hogar. Procurar ropa a los necesitados. Ayudar a los encarcelados y exiliados.
Acompañar a los que sufren la muerte de un ser querido.
OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES:
Enseñar al que no sabe. Dar buen consejo al que lo necesita. Corregir al que yerra. Perdonar las injurias. Consolar
al triste. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Rogar a Dios por
vivos y difuntos.
Dice San Pablo :«Ya puedo tener una fe que mueva montañas; si no tengo
caridad, no soy nada»895.
El amor entre los hombres es la
señal que Cristo nos dejó como distintivo de los cristianos. Si esto no
existe, la Iglesia no se da a conocer en el mundo.
Y el amor no consiste solamente en no hacer daño, sino, sobre todo, en hacer el
bien. Jesucristo ha dicho que todo lo que hagamos al prójimo por su amor,
aunque sea darle un vaso de agua, nos lo premiará como hecho a Él mismo.
Orientar la vida de forma generosa es la vía óptima para hacerse plenamente
hombre y ser de verdad feliz.
Es verdad que tampoco es cristiano practicar la caridad y olvidarse de la
justicia. Pero, como ha dicho repetidas veces el Papa Juan Pablo II, tampoco
basta la justicia. Es necesaria también la caridad: la caridad de la sonrisa,
de la amabilidad, de la servicialidad, del cariño, y de la limosna.
Otro modo de practicar la caridad es dedicar parte de nuestro tiempo libre en
servicio del prójimo.
Además de la caridad sincrónica con los que convivimos en este mundo, tenemos
que pensar también en la caridad diacrónica pensando en los seres humanos que
nos van a suceder en el planeta, para no dejarles una naturaleza contaminada. Éste es el sentido de la ecología que hoy
es de tanta actualidad.
Estamos obligados al respeto de la integridad de la creación, que está
destinada al bien común de la humanidad pasada, presente y futura.
75,3. Esfuérzate por ser una persona buena y agradable con todos; siempre
con una acogedora amabilidad, una inagotable disponibilidad; tener para cada
uno la palabra adecuada, la sonrisa, la broma... En fin, todo lo que constituya
una discreta y sincera simpatía. Es
muy importante que seas amable. Amabilidad es la cualidad por la cual
una persona es digna de ser amada. Consiste en considerar, respetar, aceptar a
las personas como son y alegrarse con sus éxitos. Amabilidad es atender a cada
persona según lo que necesite en ese momento. La amabilidad es sigo de madurez y grandeza de espíritu. Procura ser
una persona educada, respetuosa, agradecida, honrada, buena y servicial con
todos. Y sobre todo muy cristiana. Así serás una persona estimada por todo el
mundo.
Tú mismo te sentirás satisfecho de tu proceder; y, sobre todo, Dios te lo
premiará.
La vida en común es una continua ocasión de ayudarse mutuamente. Al principio
quizás tengas que esforzarte para ser una persona atenta; pero después, esto
será para ti una costumbre y no te costará trabajo alguno. Los que te rodean se sentirán influidos por tu
amabilidad y recurrirán a ti espontáneamente y con frecuencia. Ten constancia y
no te canses al verte importunado por unos y otros, que será mucho el bien que
puedas hacerles. El buen cristiano está siempre en actitud del máximo
servicio al prójimo, según sus posibilidades.
Preocúpate muy vivamente de tus
compañeros enfermos o heridos. Ve a visitarlos, si te es posible.
Quién sabe si se encuentran aplanados, tristes y abandonados! Si es así,
el rasgo tuyo te ganará su amistad para siempre.
Evita todo lo que pueda molestar a tus compañeros y procura disimular lo que de
ellos a ti te moleste, haciendo todo lo posible por mostrarte con afabilidad y
servicial con ellos. El ser caritativo, además de ser una virtud, es señal de
buena educación.Todos tenemos faltas y defectos que molestan a los demás, y
debemos tener paciencia cuando los demás nos molestan con los suyos.
Elogia sinceramente lo digno de elogio. Toda persona tiene defectos y
limitaciones. Pero también tiene
virtudes y cosas positivas. El ver que los demás saben apreciar lo bueno que
hay en nosotros es una de las cosas más alentadoras de la vida. Pon siempre tu
persona y tus cosas a disposición de todos, dentro de lo razonable. No dudes
nunca en hacer un favor a otros, aunque para eso tengas que fastidiarte. El
sacrificarte por el prójimo llevará a tu alma una sana alegría.
Además, con esto ganarás el corazón de tus compañeros y así te será más fácil
hacerles el bien. No puede existir un hombre, humana y espiritualmente
perfecto, sin una alegría cordial que ilumine a cuantos le rodeen.
Procura ser alegre y optimista. El optimismo no es miopía que no ve los males;
ni estoicismo que niega el dolor. El optimismo no niega el mal, ni el
sufrimiento, ni la necesidad del esfuerzo, ni la dureza de la vida..., sino que
se esfuerza en hallar en todo esto un lado bueno, un punto de vista
confortador, un fin útil, un valor real, desconocido a primera vista. Si sabemos iluminar con algún bien todo
mal, embelleceremos nuestra vida y haremos más felices a los que nos rodean.
Otra cosa muy importante es saber escuchar. En tus visitas a los enfermos hay que saber
escuchar.
Escuchar con interés es la mejor manera de consolar al que sufre. A todos los
hombres nos gusta que nos escuchen. Pero mucho más al que sufre. Y si
además tu palabra cálida le transmite paz y alegría interior, habrás hecho una
gran obra.
No es lo mismo ser bueno que ser estúpido. Hacer el bien llena al ser humano de
alegría y felicidad.
Pero no hay que confundir la bondad con el dejarse pisotear y humillar por
alguna persona frustrada que para reafirmarse necesita hacer daño.
Para evitar que se salga con la suya, lo mejor es ignorarla: como si sus
ofensas no nos afectaran. Pero hay
que saber defenderse sin ira y sin rabia, que nos alteran el espíritu
desfavorablemente. Nos descompone y desequilibra física, psíquica y
emocionalmente. Debemos hacerlo, si no con dominio propio, con sentido del
humor, y mejor con ironía. Pero siempre de forma razonable..
No hay que confundir la soberbia y el orgullo, que son una supervaloración de
sí mismo con desprecio de los demás, con una razonable autoestima. La
autoestima es valorarme en lo que soy y para lo que valgo. Sería ridículo creer
que valgo para todo. Pero también es triste creer que no valgo para nada. Conocer mis posibilidades y limitaciones,
y valorarme en lo que soy. El sentirme competente en algo y ser estimado
por algo me da paz, alegría y confianza en mí mismo. Esto ayuda a ser feliz.
Sobre todo si mi capacidad la pongo al servicio de los demás.
Dice un proverbio chino: «Toda gran marcha empieza con un primer paso». La
esencia del ser humano es encontrar el verdadero sentido de la vida. La
autoestima nos ayuda a vivir alegres, cordiales, felices y optimistas al
apreciar que somos bien aceptados por los demás tal como somos, y servimos para
algo útil, aunque para esto tengamos que esforzarnos y sacrificarnos. Y cuando
las cosas no suceden a nuestro gusto, no desesperarnos ni desalentarnos.
Aceptar las cosas como vienen y seguir adelante. Mi felicidad está dentro de
mí. Depende de mi actitud ante la vida. En lugar de pretender cambiar las
personas, las cosas y las situaciones de la vida que no están a mi alcance,
puedo cambiar mi actitud ante ellas, no empeñándome en lo que me es imposible,
y no perder mi paz y serenidad interior. Lo que verdaderamente vale son las
cualidades espirituales. La
sencillez, la bondad, la generosidad, la honradez, la simpatía, la
servicialidad, etc., están en nuestras manos. La persona verdaderamente
cristiana da prioridad en todas las cosas al punto de vista sobrenatural. Por
eso vive segura, confía en Dios, y siempre tiene el ánimo alegre y optimista.
No trates a nadie con arrogancia, sino por el contrario, condesciende buenamente
con todos, en lo que no se oponga a tu conciencia; y si crees que has ofendido
a alguien, no dudes en darle alguna explicación. Cuando otra persona te dé explicaciones de las
ofensas que te ha hecho, admítelas fácilmente, aunque tú creas que no son suficientemente
satisfactorias.
75,4. Todo esto, además de ser
normas de buena educación son consecuencias de la caridad cristiana, cuya
manifestación en el amor y sacrificio por el prójimo fue una de las principales
recomendaciones que nos dejó Jesucristo en su Evangelio.
La actitud de servicio es fundamental en un cristiano. Basta con mirar
el ejemplo de Cristo que no vino «a ser servido, sino a servir» 896.
Por eso dice el Concilio Vaticano II que «el cristiano no puede encontrar su
propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás»
897.
No sé quién escribió:
«Vivir amando. Amar sufriendo.
Sufrir callando.
Y siempre,
sonriendo».
El hombre se humaniza sirviendo a los demás con amor: eso es lo que
hizo Jesús.
Este pensamiento lo expone bellamente el premio Nobel de Literatura
Rabindranath Tagore:
«Dormía y soñaba que la vida era alegría.
Me desperté, y vi que la vida era servir.
Serví, y vi que el servir era la alegría».
El secreto de la felicidad está en el servicio a los demás.
Lo mismo expresa este bonito pensamiento: «Quien no vive para servir, no sirve
para vivir».
No recuerdo dónde leí: «Haz de hoy un día bueno: en servicio, generosidad,
alegría. Y tendrás una vida plena: en satisfacciones, felicidad. Mañana,
repite».
En una sociedad en la que los poderosos son envidiados, y se nos ofrecen
continuamente caminos para adquirir poder, el cristianismo nos muestra el
camino del servicio como el único que transforma realmente una sociedad; porque
hace que pasemos de ser rivales, a ser hermanos; de dominar a los demás, a
ayudarles.
Procura que todos se persuadan que tienen en ti una persona fiel, pero que no
conseguirán nada cuando se trate de violentar tu conciencia.
Esto es de una importancia capital. La experiencia demuestra que no hay nada
que tanto gane la simpatía para con una persona como su rectitud de conciencia:
esa entereza de carácter ante la cual se estrellan todas las insinuaciones, más
o menos indirectas, que pretenden desviarle hacia el mal. Los mismos que pretendieron
rebajarle, terminan por reconocer, incluso en público, la gran idea que han
concebido de su virtud y carácter. La sonrisa despectiva de algunos es la
reacción del mediocre para no reconocer los valores que admira en su interior,
pero no se atreve a imitar.
75,5. Y si tienes ascendiente
entre tus compañeros, aprovéchalo para hacerles todo el bien que puedas.
Lánzate a conquistar almas para Cristo. Con discreción, pero con
entusiasmo. Por qué vamos a dejar
libre el camino a los propagadores del mal? Una persona católica convencida no
se contenta con vivir su religión privadamente, sino que trabaja con todas sus
fuerzas para derribar el mal y restablecer el reino de Dios en los corazones de
los hombres, en la sociedad y en el mundo entero.
En esta lucha tenemos un Jefe, Jesucristo, nuestro Rey y nuestro Capitán, que
va delante de nosotros, nos ayuda con su poder de Dios, y nos promete la
victoria final. Pero quiere que luchemos.
«Dios quiere que todos los hombres
se salven»898. Por lo tanto, quiere la solución de todos los problemas
(aun materiales) que se oponen a ello: problema social, inmoralidad, ateísmo,
escasez de clero, egoísmo, hambre, etc. Ahora bien, esta voluntad de
Dios no es absoluta y sin condiciones.
En ese caso no habría fuerza creada capaz de oponerse a este plan de Dios. Esta voluntad de Dios es condicionada a la
libre cooperación de los hombres. Por lo tanto, si los hombres quieren
salvarse, Dios les ayuda; si los hombres quieren cooperar a la salvación de los
demás, Dios también les ayuda. Jesucristo, que pudo realizar la Obra de la
Salvación por sí mismo, la puso en manos de los hombres: «Id por todo el mundo
y predicad a todas las gentes. Quien crea se salvará; quien no crea,
será condenado»899.
El Concilio Vaticano II ha dedicado un Decreto al apostolado de los seglares.
Dice que «este apostolado nunca puede faltar en la Iglesia (n 1), pues es el
plan de Dios sobre el mundo, que los hombres lo perfeccionen sin cesar (n 7) y
los seglares deben impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el
espíritu evangélico (n 5).
Deben ejercer su apostolado en el mundo a manera de fermento (n 2), y aunque la
fecundidad de su apostolado depende de su unión vital con Cristo (n 4), deben
formarse muy bien (n 29) para revelar al mundo el mensaje de Cristo no sólo con
el testimonio de la vida cristiana, sino también con la palabra (n 6). Mientras
que todo el ejercicio del apostolado debe proceder y recibir su fuerza de la
caridad, algunas obras, por su propia naturaleza, son aptas para convertirse en
expresión viva de la misma caridad, que quiso Cristo-Señor fuese prueba de su
misión mesiánica... Por lo cual la misericordia para con los necesitados y
enfermos, y las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar todas
las necesidades humanas son consideradas por la Iglesia como un singular
honor...».
El Padre Antonio Royo, O.P., comentando este Decreto Conciliar sobre el
apostolado de los seglares en las conferencias cuaresmales de 1966 en la
Basílica de Atocha, en Madrid, dijo: «La virtud más importante del cristiano es
la caridad. La caridad tiene tres aspectos: Amor a Dios, amor al prójimo, amor
a uno mismo. Desde cualquiera de esos ángulos brota la exigencia del apostolado
para el seglar. Porque, se puede amar a Dios y desentenderse del prójimo, hijo
de Dios? Se puede amar al prójimo y desentenderse de sus intereses espirituales
y materiales? Puede uno amarse a sí mismo de verdad y perderse esa inmensa
fuente de beneficios espirituales que es ayudar a salvarse a los demás?
Dice el Apóstol Santiago al final de su Carta: «Quien convierte a un pecador,
salva su alma»900.
Por último, el estado actual del mundo es un nuevo argumento que apremia al
seglar hacia el apostolado... La invasión del materialismo que ha caído sobre
nuestra sociedad y la penuria de sacerdotes son para el seglar cristiano
motivos suficientes para entregarse al apostolado.
No pocos cristianos son del parecer que puesto que ellos no son sacerdotes no
tienen que abogar en su vida pública en favor de la fe cristiana. La verdad es
que por razón del bautismo y de la confirmación la tarea de conquistar el mundo
para Cristo recae sobre todos los cristianos. En los primeros siglos del
cristianismo fueron sobre todo los seglares, los simples creyentes, los que en
sus diarios contactos con sus semejantes difundieron de una manera enteramente
espontánea el mensaje cristiano en su medio ambiente. También hoy en día deberían todos los cristianos
ser conscientes de que es la totalidad de la comunidad de los creyentes la que
constituye el nuevo pueblo de Dios establecido por Cristo y de que no son los
sacerdotes solamente, sino los seglares cristianos que se encuentran en el
mundo los que pueden hacer que se despliegue visiblemente la eficacia de la
vida divina en la familia, en la vida profesional, en los múltiples campos de
la actividad social y cultural, así como en el empleo del tiempo libre. Todo
adulto cristiano debería trabajar con celo apostólico y misionero por la causa
de Cristo.
Aun cuando el trabajo misional sea de hecho incumbencia sobre todo de
determinadas órdenes religiosas, congregaciones y otras actividades misioneras,
la responsabilidad misional recae sin embargo sobre la totalidad de la Iglesia.
Todo cristiano, por consiguiente, de manera adecuada a su situación, tiene la
obligación de apoyar el sacrificado trabajo de los misioneros, así como sus
obras en sus múltiples necesidades.
«Todos los discípulos de Cristo tienen el deber de dar testimonio de Cristo en
todo lugar, y a quien se lo pidiere han de dar también razón de la esperanza
que tienen en la vida eterna»901.
Es necesario que todos los católicos hagan apostolado en el propio ambiente:
a). Por la oración: es lo más importante. Hablarle a Dios de él, antes que a él de Dios.
b). Por el ejemplo: el propio testimonio es indispensable para que se acepte
nuestro mensaje. El ejemplo convence mucho más que las palabras. Las palabras
pueden mover, pero los ejemplos arrastran.
c). Por la palabra: es el apostolado que practicó Jesucristo. Y el mandato que
dio a sus Apóstoles: predicar. Todo el mundo puede tener una palabra
amable, dar un buen consejo, una sencilla exhortación, un cariñoso reproche
dado en un momento oportuno, o una larga conversación. Y también la palabra
escrita: regalar un buen libro. Si este libro que tienes en las manos te gusta,
podrías regalárselo a alguien.
d). Por el sacrificio que da más eficacia a la palabra. Como dijo el Papa Juan Pablo II, el 25 de junio de
1993: «La evangelización depende, más que de técnica y métodos pastorales, de
la gracia que brota de la cruz de Cristo; a la cual unimos nuestro dolor. La
evangelización obtiene inagotables energías de la cooperación de los
pacientes».
e). Por la caridad: que nos gana el corazón de los demás.
Y echada la semilla dejar que Dios la haga germinar. Dios no nos pide el éxito,
sino el trabajo.
El que fue Obispo de Málaga y Palencia, D. Manuel González, que murió con fama
de santo, solía hablar de los apostolados menudos, pequeños detalles de hacer
el bien que sale al encuentro: una sonrisa, un favor, un consuelo, una palabra
de ánimo. Aprovechar todo momento para dar testimonio de Jesús.
«Todos los fieles tienen el deber de
trabajar para que el mensaje de salvación alcance más y más a los hombres del
orbe entero»902.
Debemos ser como la llama, que comunica a otros su luz, pero no se
agota. Siempre dispuesta a seguir comunicando. Una comunidad cristiana es
ecclesial sólo si, y en la medida que, participa en la tarea evangelizadora de
la Iglesia. «La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación
también al apostolado»903.
El creyente ha recibido la fe de otro y debe transmitirla a otro.
Siendo propio de los seglares vivir en medio del mundo, Dios les llama a que
ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento.
Dijo Pío XII en la encíclica Mystici Corporis: «Misterio verdaderamente
tremendo el que la salvación de muchos dependa de las oraciones y
mortificaciones de los miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo. (...) Aunque
parezca extraño Cristo quiere ser ayudado por ellos en su misión redentora.
«El apostolado de los seglares es la participación en la misma misión salvífica
de la Iglesia904.
Participación que pueden ejercer de dos maneras: «Primeramente hay una forma de
apostolado que corresponde a la vocación propia del seglar.
Ésta consiste en buscar el Reino de
Dios tratando y ordenando, según Él, los asuntos temporales. Viven en el siglo,
es decir, en todas y cada una de las actividades y profesiones, así como en las
condiciones ordinarias de la vida familiar y social con la que su existencia
está entretejida. Allí están llamados por Dios a cumplir su propio
cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la
levadura, contribuyen desde dentro a la santificación del mundo y de este modo
descubren a Cristo a los demás, brillando ante todo, con el testimonio de su
vida, fe, esperanza y caridad. A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y
organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados,
de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y
se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor» 905.
«Los seglares, están llamados particularmente a hacer presente y operante a la
Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no puede ser sal de la tierra
si no es a través de ellos. (...). Además de este apostolado, que incumbe
absolutamente a todos los fieles, los seglares pueden también ser llamados de
diversos modos a una cooperación más inmediata con el apostolado de la
jerarquía, como aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol San Pablo en
la evangelización, trabajando mucho en el Señor. [Pueden ser catequistas, difundir libros
religiosos, colaborar en las obras parroquiales, ser miembros de asociaciones
católicas, etc.]. Los seglares son aptos para que la jerarquía les confíe el
ejercicio de determinados cargos eclesiásticos, ordenados a un fin espiritual»
906.
Algunos de entre ellos, al faltar los ministros sagrados o estar impedidos
éstos en caso de persecución, les suplen en determinados oficios sagrados en la
medida de sus facultades.
«En fin, el Espíritu Santo, repartiendo sus dones a cada uno según quiere,
puede, hoy lo mismo que en los orígenes de la Iglesia, dar al más humilde de
los fieles estos carismas extraordinarios que sirven para el bien común de todo
el Cuerpo Místico y responden a sus necesidades» 907.
Pero el «juicio sobre su aplicación pertenece a los que presiden la
Iglesia, a quienes compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino probarlo y
quedarse con lo bueno»908.
Los cristianos de hoy han redescubierto la importancia del testimonio de vida y
del diálogo fraterno con los no católicos. Pero sería lamentable que se
reemplace el apostolado por el testimonio, y la evangelización por el diálogo.
Los Obispos españoles pedimos a todos los seglares que se entreguen con
redoblado celo al apostolado de evangelización, ya de manera individual, ya
dentro de asociaciones apostólicas. El cristiano sabe bien su deber de ser
promotor de la justicia social, de la paz y la libertad, pues la humanidad se
debe perfeccionar y engrandecer hasta que alcance su perfección total prevista
por Dios. En una sociedad oscurecida por la hipocresía y la injusticia, el
cristiano se opone a todas las formas de explotación, de vejaciones y
prejuicios, posponiendo su persona en favor de la promoción de los demás.
Trabajar por la promoción humana es para el cristiano un fin que tiene un valor
intrínseco y que él persigue de consuno con otros hombres de diversas
creencias. Mas él no puede contentarse con este esfuerzo de humanización, pues
es miembro de la Iglesia, cuya misión es anunciar a todos los hombres que Dios
les ama y que les ha enviado a su Hijo Jesucristo para hacerles conocer su
amor».
«Hay que tener cuidado para no caer en un nuevo pelagianismo, que busca la
salvación en la reforma de las estructuras antes que en la conversión a Dios.
La pasividad en la Iglesia, es bien claro, no es la actitud propia de los
seglares. Ellos son Iglesia y tienen que actuar como protagonistas de su
historia. Una historia que está muy condicionada por el nivel y el sentido que
tenga la intervención de los seglares en el cumplimiento de su misión
salvífica. Por esto es de máxima importancia que los seglares tomen conciencia
de la tarea que ellos tienen que realizar como miembros vivos del Pueblo de
Dios. La incorporación activa de los seglares a las tareas de la Iglesia es el
signo más sintomático de un catolicismo adulto...
Los seglares, como queda afirmado, no pueden limitarse a trabajar por la
edificación del Pueblo de Dios o la salvación de su alma para la eternidad,
sino que han de empeñarse en la instauración cristiana del orden temporal.
Por su situación en el mundo, los seglares son los responsables directos de la
presencia eficaz de la Iglesia en cuanto a la organización de la sociedad en
conformidad con el espíritu del Evangelio: a ellos muy en especial corresponde
iluminar y organizar los asuntos temporales a los que están estrechamente
vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de
Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador Redentor.
Un primer grado de este compromiso apostólico consiste en la inserción
cristiana de los seglares en el mundo, mediante el cumplimiento de sus deberes
de estado; es un aspecto fundamental de su testimonio como miembros activos y
responsables del Pueblo de Dios y de la comunidad humana.
Este testimonio es exigencia común para todos los bautizados y condición esencial
para que de ellos pueda decirse que llevan una vida cristiana».
«Los seglares están llamados por Dios para que desempeñando su propia
profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación
del mundo»909.
Los católicos «siéntanse obligados a promover el verdadero bien común y hagan
pesar de esa forma su opinión para que el poder civil se ejerza justamente y
las leyes respondan a los principios morales y al bien común» 910.
«El Reino de Cristo no es una realidad puramente interior y espiritual; ni la
salvación que nos trae se reduce a la esfera privada. Al contrario, Jesucristo
quiere penetrarlo todo con su espíritu, con su verdad y con su vida: el ámbito
individual y el de la sociedad, el mundo de la familia, del trabajo y del
tiempo libre».
«Se equivocan los cristianos que, bajo pretexto de que no tenemos aquí ciudad
permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas
temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al
más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada
uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que
pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen
ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a
ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales.
El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como
uno de los más graves errores de nuestra época» 911.
El compromiso cristiano nos lleva a ponernos al servicio de nuestros hermanos
para construir un mundo de paz y justicia. Pero el cristiano sabe que el futuro
no depende solamente del esfuerzo humano. Sabe que es necesaria la ayuda de Dios.
«El cristiano rechaza la postura de aquellos que esperan la auténtica y total
liberación del hombre, del sólo esfuerzo humano» 912.
Modos de hacer apostolado:
a) Regalar las revistas buenas ya leídas o meterlas en los buzones de las
porterías.
b) Regalar libros buenos, como éste que tienes en las manos.
c) Regalar prendas usadas, que estén pasables, a instituciones que las manden a
países necesitados.
d) Colaborar en la catequesis de la parroquia.
e) Visitar enfermos en sus casas, hospitales, asilos, etc., aunque no sean
conocidos, y hablarles de Dios, oportunamente.
f) Dar buen ejemplo y buenos consejos.
g) Dar limosnas para las obras de caridad o apostólicas.
h) Dedicar tiempo al servicio del prójimo en obras de caridad o apostolado.
75,6. No es lo mismo el proselitismo de las sectas que el apostolado
católico. Al misionero católico lo que le preocupa es salvar al hombre, a la
persona. Lo que mueve al misionero católico es el deseo de compartir el gozo de
la fe.
Como decía Pablo VI en «Ecclesiam suam»: «Hemos de preocuparnos de poner en
circulación el mensaje del que somos depositarios» . Luz que no ilumina, no es
luz. La predicación misionera no se impone con la violencia, ni embauca con
sofismas. La fe se ofrece con la verdad, no con engaños.
El misionero católico ofrece la fe; si el misionado no la quiere, él se lo
pierde. Los católicos ofrecemos la fe sin coaccionar.
Una mujer musulmana, convertida a la fe católica en Italia, pidió protección a
la policía ante el peligro de ser condenada a muerte, en venganza, por los
integristas islámicos.
Algunos, para descalificar a grupos
religiosos católicos que no les gustan, les ponen la etiqueta de sectas: por
ejemplo al «Opus Dei».
Pero esto no es justo. Para poder dar el nombre de secta a un grupo, deben
darse en él, conjuntamente, estas dos notas:
a) que su doctrina no concuerde con la enseñanza oficial de la Iglesia
Católica;
b) que no se someta a la Autoridad de la Jerarquía Católica.
Evidentemente que el «Opus Dei» no
encaja en la etiqueta de secta.
Las sectas son auténticas mafias económicas que se disfrazan de religiosidad
para ser más intocables e invulnerables. Son auténticas entidades destructivas
de la libertad individual, unas manipuladoras de mentes y creadoras de
autómatas a su servicio.
Una de las sectas más difundidas durante los últimos años es la llamada Nueva
Era («New Age»).
Se trata de una secta de origen norteamericano, sincretista y panteísta.
Es decir, es una mezcla de todas las religiones del mundo, incluso del
esoterismo y la brujería. Se presenta como la única religión del futuro,
tratando de exterminar a todas las demás. Su panteísmo diviniza al hombre
imitando a Lucifer que quiso ser como Dios. En la Nueva Era se da culto a
Lucifer a quien se considera señor de la humanidad913.
Trabajan activamente por la llegada del Anticristo.
Las sectas comienzan acogiendo y ayudando, pero no por ayudar, sino por
contactar. Lo que les interesa es el número de adeptos. Y a los adeptos los
hacen adictos, destruyendo su personalidad con técnicas psicológicas. Son
auténticos homicidios psicológicos.
Puede ser interesante mi vídeo «Las sectas desenmascaradas». Pedidos al autor. Todos los sistemas.