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P. Jorge Loring, S. I. Para salvarte IntraText CT - Texto |
Partes de la Confesión (76,1 - 94,1)
76.- LAS COSAS NECESARIAS PARA HACER UNA BUENA CONFESIÓN SON
CINCO:
EXAMEN DE CONCIENCIA,
DOLOR DE LOS PECADOS,
PROPOSITO DE LA ENMIENDA,
DECIR LOS PECADOS AL CONFESOR
Y CUMPLIR LA PENITENCIA .
76,1. Quien ha tenido la desgracia de pecar gravemente, si quiere salvarse,
no tiene más remedio que confesarse para que se le perdonen sus pecados.
Es cierto que con el acto de perfecta contrición , puede uno recobrar la
gracia, pero para esto hay que tener, además, el propósito firme de confesar
después estos pecados, aunque estén ya perdonados; pues Jesucristo ha querido
someter al sacramento de la confesión todos los pecados graves.
Por voluntad del Cristo , la Iglesia posee el poder de perdonar los pecados de
los bautizados, y ella lo ejerce de modo habitual en el sacramento de la
penitencia por medio de los obispos y de los presbíteros .
Este sacramento se llama también de la Reconciliación, pues nos reconcilia con
Dios y con la Comunidad Cristiana de la cual el pecador se separa vitalmente,
al perder la gracia por el pecado grave.
No vivas nunca en pecado. Si tienes la desgracia de caer, ese mismo día haz un
acto de contrición perfecta, y luego confiésate cuanto antes. No lo dejes para
después.
El que se confiesa a menudo no es porque tenga muchos pecados, sino para no
tenerlos. El que se lava de tarde en
tarde, estará más sucio que el que se lava a menudo.
La misericordia de Dios es infinita. Dice la Biblia: Como el viento
norte borra las nubes del cielo, así mi misericordia borra los pecados de tu
alma . . Y en otro sitio: «Cogeré tus pecados y los lanzaré al fondo del mar
para que nunca más vuelvan a salir a flote» 914 .
Pero también su justicia es infinita, y por lo tanto no puede perdonar a quien
no se arrepiente. Esto sería una monstruosidad que Dios no puede hacer
915.
76,2. Pío XII en la Encíclica Mystici Corporis habla de los valores de la confesión frecuente diciendo que aumenta el recto conocimiento de uno mismo, crece la humildad cristiana, se desarraiga la maldad de las costumbres, se pone un dique a la pereza y negligencia espiritual, y se aumenta la gracia por la misma fuerza del sacramento . Y el Concilio Vaticano II habla de la confesión sacramental frecuente que, preparada por el examen de conciencia cotidiano, tanto ayuda a la necesaria conversión del corazón .
76,3.
Quien vive en pecado grave es muy fácil que se condene por tres razones:
1) Porque después es muy posible que le falte la voluntad de confesarse, como
le falta ahora.
2) Porque, aun suponiendo que no le falte esta voluntad, es posible que
le sorprenda la muerte sin tiempo para confesarse.
3) Finalmente, quien descuida la confesión, y va amontonando pecados y pecados,
cada vez encontrará más dificultades para romper. Un hilo se rompe mucho mejor
que una maroma. Para arrepentirse sería entonces necesario un golpe de gracia
prodigioso; y esta gracia sobreabundante Dios no suele concederla a quien se
obstina en el mal.
Jesucristo se lo advierte así a los que quieren jugar con Dios: «Me buscaréis y
no me encontraréis, y moriréis en vuestro pecado» 916.
77.- Examen de conciencia consiste en recordar los pecados cometidos desde la última confesión bien hecha.
77,1.
Naturalmente, el examen se hace antes de la confesión para decir después al
confesor todos los pecados que se han recordado; y cuántas veces cada uno, si
se trata de pecados graves.
Si sabes el número exacto de cada clase de pecados graves, debes decirlo con
exactitud. Pero si te es muy difícil, basta que lo digas con la mayor
aproximación que puedas: por ejemplo, cuántas veces, más o menos, a la semana,
al mes, etc. Y si después de confesar resulta que recuerdas con certeza ser
muchos más los pecados que habías cometido, lo dices así en la próxima
confesión. Pero no es necesario que después de confesar sigas pensando en el
número de pecados cometidos, pues entonces nunca quedaríamos tranquilos. Si
hiciste el examen con diligencia, no debes preocuparte ya más: todo está
perdonado.
El examen debe hacerse con diligencia, seriedad y sinceridad; pero sin
angustiarse . La confesión no es un suplicio ni una tortura, sino un acto de
confianza y amor a Dios. No se trata de atormentar el alma, sino de dar a Dios
cuenta filial. Dios es Padre.
78.- El examen de conciencia se hace procurando recordar los pecados cometidos de pensamiento, palabra y obra, o por omisión, contra los mandamientos de la ley de Dios, de la Iglesia o contra las obligaciones particulares. Todo desde la última confesión bien hecha.
78,1. Para ayudarte a hacer el examen, he puesto al final, en los Apéndices, un modo de hacerlo recorriendo los mandamientos. El examen que ahí te pongo es muy largo y casi exhaustivo. Para quien se confiesa con frecuencia, basta una mirada seria y sincera a su conciencia, con arrepentimiento y propósito de enmienda, pensando en el modo de evitar las ocasiones de pecado.
79.- Dolor de los pecados es arrepentirse de haber pecado y de haber ofendido a Dios.
79,1.
Arrepentirse de haber hecho una cosa es querer no haberla hecho, comprender que
está mal hecha, y dolerse de haberla hecho. El arrepentimiento es un
aborrecimiento del pecado cometido; un detestar el pecado .
No basta dolerse de haber pecado por un motivo meramente humano. Por ejemplo,
en cuanto que el pecado es una falta de educación (irreverencia a los padres),
o en cuanto que es una cosa mal vista (adulterio), o que puede traerme
consecuencias perjudiciales para la salud (prostitución), etc., etc.
El arrepentido aborrece la ofensa a Dios, y propone no volver a ofenderlo.
No es lo mismo el dolor de una herida -que se siente en el cuerpo - que el
dolor de la muerte de una madre -que se siente en el alma -. El arrepentimiento
es «dolor del alma». Pero el dolor de corazón que se requiere para hacer una
buena confesión no es necesario que sea sensible realmente, como se siente un
gran disgusto. Basta que se tenga un deseo sincero de tenerlo. El
arrepentimiento es cuestión de voluntad. Quien diga sinceramente quisiera no
haber cometido tal pecado tiene verdadero dolor.
El dolor es lo más importante de la
confesión. Es indispensable: sin dolor no hay perdón de los pecados
917.
Por eso es un disparate esperar a que los enfermos estén muy graves para llamar
a un sacerdote. Si el enfermo pierde sus facultades, podrá arrepentirse» Pues
sin arrepentimiento, no hay perdón de los pecados, ni salvación posible. El
dolor debe tenerse -antes de recibir la absolución - de todos los pecados
graves que se hayan cometido. Si sólo hay pecados veniales es necesario
dolerse al menos de uno, o confesar algún pecado de la vida pasada.
80.- Hay dos clases de arrepentimiento: contrición perfecta y atrición.
81.- Contrición perfecta es un pesar sobrenatural del pecado por amor a Dios, por ser Él tan bueno, porque es mi Padre que tanto me ama, y porque no merece que se le ofenda, sino que se le dé gusto en todo y sobre todas las cosas. Contrición es arrepentirse de haber pecado porque el pecado es ofensa de Dios. Siempre con propósito se enmendarse desde ahora y de confesarse cuando se pueda . La contrición es dolor perfecto .
81,1. Aunque la contrición perdona, la Iglesia
obliga a una confesión posterior, porque es necesario que el pecador haga una
adecuada satisfacción; y ésta, es el sacerdote el que debe imponérsela, porque
es el delegado por Dios para reconciliar con la Iglesia.
El acto de contrición es la manifestación de la pena que nos causa haber
ofendido a Dios por lo bueno que es y por lo mucho que nos ama:
lágrimas no sólo por temor al castigo, sino por la pena de haberle
entristecido.
82.- Atrición es un pesar sobrenatural de haber ofendido a Dios por temor a los castigos que Dios puede enviar en esta vida y en la otra, o por la fealdad del pecado cometido, que es una ingratitud para con Dios y un acto de rebeldía. Siempre con propósito de enmendarse y de confesarse. La atrición es dolor imperfecto, pero basta para la confesión .
82,1. Un ejemplo: un chico jugando a la pelota en su casa rompe un jarrón de porcelana que su madre conservaba con cariño y, al ver lo que ha hecho, se arrepiente. Si lo que teme es el castigo que le espera, tiene dolor semejante a la atrición; pero si lo que le duele es el disgusto que se va a llevar su madre, tiene un dolor semejante a la contrición.
82,2. Es lógico que la contrición y la atrición
vayan un poco unidas.
Aunque uno tenga contrición, eso no impide que también tenga miedo al infierno,
como corresponde a todo el que tiene fe. Y aunque uno se arrepienta por
atrición, hay que suponer algún grado de amor para recuperar la amistad con
Dios.
83.- Es mejor la contrición perfecta, pues con propósito de confesión y enmienda, perdona todos los pecados, aunque sean graves .
83,1. Cuando uno, en peligro de muerte, está en
pecado grave y no tiene cerca un sacerdote que le perdone sus pecados, hay
obligación de hacer un acto de perfecta contrición con propósito de confesarse
cuando pueda. El acto de contrición le perdona sus pecados, y si llega a morir
en aquel trance, se salvará. Si se arrepiente sólo con atrición, no consigue el
perdón de sus pecados graves, a menos que se confiese , o reciba la unción de
los enfermos. Se salvarían muchos más si se acostumbraran a hacer con frecuencia
un acto de contrición bien hecho.
Deberíamos hacer un acto de contrición siempre que tengamos la desgracia de
caer en un pecado grave. Así nos
ponemos en gracia de Dios hasta que llegue el momento de confesarnos.
Deberíamos hacer actos de arrepentimiento cada noche, y cada vez que caemos en
la cuenta de que hemos pecado. Dios está deseando perdonarnos. Pero si
no le pedimos perdón, no nos puede perdonar.
Sería una monstruosidad perdonar una falta a quien no quiere arrepentirse de
ella. «De Dios no se ríe
nadie»918.
El arrepentimiento es condición indispensable para recibir el perdón.
El verdadero arrepentimiento incluye el pedir perdón a Dios. No sería sincero
nuestro arrepentimiento si pretendiésemos despreciar el modo ordinario
establecido por Dios para perdonarnos.
84.- EL ACTO DE CONTRICIÓN SE HACE REZANDO DE CORAZÓN EL «SEÑOR MIO JESUCRISTO...» (lo tienes en los Apéndices) O, MAS FACILMENTE, DICIENDO DE TODO CORAZÓN:
84,1. «Dios mío, yo te amo con todo mi corazón y sobre todas las cosas. Yo me arrepiento de todos mis pecados,
porque te ofenden a Ti, que eres tan bueno. Señor, perdóname y ayúdame para que
nunca más vuelva a ofenderte, que yo así te lo prometo».
Y si quieres uno más breve para momentos de peligro:
«Dios mío, perdóname, que yo te amo sobre todas las cosas»
Además, este acto de contrición tan breve, te sirve también para cuando vayas a
confesarte si no sabes el «Señor mío Jesucristo». Si sabes el acto de
contrición largo, lo puedes hacer con devoción y consciente de lo que dices;
pero si crees que no te va a salir bien, o lo vas a decir rutinariamente, más
vale que repitas varias veces de corazón: «Dios mío, perdóname!, Dios mío,
perdóname!».
Pero además, este acto de contrición en tres palabras, puede servir también
para que ayudes a bien morir a otras personas: parientes, conocidos o incluso
desconocidos, si encuentras, por ejemplo, un accidente en la carretera. Aunque
parezcan muertos, el oído es lo último que se pierde; y muchos que parecían
muertos, después, cuando se recuperaron, dijeron que se habían enterado de todo
lo que ocurrió, aunque ellos no podían decir una palabra ni mover un solo
músculo de su cuerpo. Por eso, si alguna vez te encuentras en la carretera un
accidente, no dudes en ponerte de rodillas en el suelo, aplicar tu boca a su
oído y decirle por lo menos tres veces: «Dios mío, perdóname! , Dios mío,
perdóname! , Dios mío, perdóname!». Que si lo oye y lo acepta, le ayudas
a que salve su alma. Y nadie en la
vida le ha hecho mayor favor que tú, que en la hora de la muerte le ayudaste a
ganar el cielo.
Debemos preocuparnos de ayudar a bien morir a los moribundos. Hoy está
muy paganizado el sentido de la muerte, y muchas personas ante un accidente o
un moribundo, se preocupan del médico, y muy pocos se preocupan de preparar el
alma para la eternidad. Ocúpate tú
si ves que nadie se acuerda de hacerlo.
Ojalá que ayudes a bien morir a muchas personas. El día que te encuentres con
ellos en el cielo verás cómo te lo agradecen; y sentirás felicidad por haber
colaborado a la salvación de otros.
Creo que con este acto de contrición, en tres palabras, te ayudo a que puedas
enfrentarte con tranquilidad a la muerte, si en ese momento trascendental no
tienes al lado un sacerdote que te perdone; y además puedes ayudar a otros a
bien morir, y de esta manera colaborar a su salvación eterna.
Cuando estuve en la Argentina, para la gran misión de Buenos Aires, en octubre
de 1960, conocí el acto de contrición que allí se usa. Me gustó mucho y lo
transcribo aquí:
«Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido. Pésame
por el infierno que merecí y por el cielo que perdí;
pero mucho más me pesa porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande
como Vos. Antes querría haber muerto que haberos ofendido; y propongo
firmemente no pecar más, y evitar todas las ocasiones próximas de pecado. Amén».
También es un acto de contrición perfecta este precioso soneto:
No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido para dejar, por eso, de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte clavado en esa cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera, porque aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero, te quisiera.
Este soneto, atribuido a distintos autores, según el conocido periodista Bartolomé Mostaza , se debe al doctor Antonio de Rojas, místico notorio del siglo XVII .
84,2. Para hacer un acto de contrición no es necesario usar ninguna fórmula
determinada. Basta detestar de corazón todos los pecados por ser ofensa a Dios.
Cuando quieras hacer un acto de contrición perfecta también puedes hacerlo
pensando en Cristo crucificado, y arrepintiéndote, por amor suyo, de tus
pecados, ya que fueron causa de su Pasión y Muerte.
El acto de contrición es un acto de
la voluntad. Puede estar bien hecho, aunque te parezca que no sientes
sensiblemente lo que dices. Si quieres amar a Dios sobre todas las cosas
y no volver a pecar, es lo suficiente. Pero debes querer que sea verdad lo que
dices. No basta decir el acto de contrición sólo con los labios. Es necesario
decirlo con todo el corazón.
Es de capital importancia el saber
hacer un acto de perfecta contrición, pues es muy frecuente tenerlo que hacer:
son muchos los que a la hora de la muerte no tienen a mano un sacerdote que los
confiese.
Además, conviene hacer el acto de contrición todas las noches, después de haber
hecho un breve examen de conciencia, añadiendo siempre el propósito de
enmendarse y confesarse.
No deberíamos olvidar nunca aquel admirable consejo:
Pecador, no te acuestes nunca en pecado;
no sea que despiertes
ya condenado.
Son más de los que nos figuramos
los que se acuestan tranquilos y despiertan en la otra vida, muertos de
repente.
En la calle Capitán Arenas, de Barcelona, el 6 de marzo de 1972 a las tres de
la madrugada se produjo una explosión de gas y se hundió un moderno edificio de
muchas plantas. Murieron todos los vecinos. Lo mismo ha ocurrido
repetidas veces en terremotos .
Sobre el acto de contrición puede ser interesante mi vídeo: «Salida de
emergencia: el perdón de los pecados sin sacerdote».
85.- Propósito de enmienda es una firme resolución de no
volver a pecar.
85,1. El propósito brota espontáneamente del dolor . Si tienes
arrepentimiento de verdad, harás el propósito de no volver a pecar.
Dice el profeta Isaías: «Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus
planes; que regrese al Señor, y Él tendrá piedad» 919.
Es absurdo decirse al pecar: después me arrepentiré . Si después piensas
arrepentirte de verdad, para qué haces ahora lo que luego te pesará de haber
hecho» Nadie se rompe voluntariamente una pierna diciendo: después me curaré .
El propósito hay que hacerlo antes de la confesión, y es necesario que perdure
(por no haberlo retractado) al recibir la absolución. El propósito tiene que
ser universal, es decir, propósito de no volver a cometer ningún pecado grave.
No basta que se limite a los pecados de la confesión presente. Y debe ser «para
siempre». Sería ridículo que uno que ha ofendido a otro le dijera: «Siento lo
ocurrido, pero me reservo el derecho de hacerlo otra vez, si me da la gana».
Si no hay verdadero propósito de la enmienda, la confesión es inválida y
sacrílega .
No creas que tu propósito no es sincero porque preveas que volverás a caer. El
propósito es de la voluntad; el prever es de la razón. Basta que tengas ahora
una firme determinación, con la ayuda de Dios, de no volver a pecar. El temor
de que quizás vuelvas después a caer no destruye tu voluntad actual de no
querer volver a pecar. Y esto último es lo que se requiere. Para poder
confesarse no hace falta estar ciertos de no volver a caer. Esta seguridad no
la tiene nadie. Basta estar ciertos de que ahora no quieres volver a caer. Lo
mismo que al salir de casa no sabes si tropezarás, pero sí sabes que no quieres
tropezar .
Dice Juan Pablo II: Es posible que, aun en la lealtad del propósito de no
volver a pecar, la experiencia del pasado y la conciencia de la debilidad
actual susciten el temor de nuevas caídas; pero eso no va en contra de la
autenticidad del propósito, cuando a ese temor va unida la voluntad, apoyada
por la oración, de hacer lo que es posible para evitar la culpa .
85,2. Pero no olvides que para que el propósito sea eficaz es necesario
apartarse seriamente de las ocasiones de pecar , porque, dice la Biblia: «
quien ama el peligro perecerá en él»920.
Y si te metes en malas ocasiones,
serás malo . Hay batallas que el modo de ganarlas es evitarlas. Combatir
siempre que sea necesario, es de valientes; pero combatir sin necesidad es de
estúpidos y fanfarrones.
Si no quieres quemarte, no te acerques demasiado al fuego. Si no quieres
cortarte, no juegues con una navaja de afeitar. Quien quiere verlo todo, oírlo
todo, leerlo todo, es moralmente imposible que guarde pureza. Es necesario
frenar los sentidos..., y la concupiscencia! La concupiscencia es una fiera
insaciable. Aunque se le dé lo que pide, siempre quiere más. Y cuanto más le des, más te pedirá y con más
fuerza. La fiera de la concupiscencia hay que matarla de hambre. Si la tienes
castigada, te será más fácil dominarla.
En las ocasiones de pecar hay que saber cortar cuanto antes. Si tonteas, vendrá
un momento en que la tentación te cegará y llegarás a cosas que después, en
frío, te parecerá imposible que tú hayas podido realizar. La experiencia
de la vida confirma continuamente esto que te digo.
Si el propósito no se extendiese también a poner todos los medios necesarios
para evitar las ocasiones próximas de pecar, no sería eficaz, mostraría una
voluntad apegada al pecado, y, por lo tanto, indigna de perdón.
Quien, pudiendo, no quiere dejar una ocasión próxima de pecado grave, no puede
recibir la absolución. Y si la recibe, esta absolución es inválida y sacrílega.
Ocasión de pecado es toda persona, cosa o circunstancia, exterior a nosotros,
que nos da oportunidad de pecar, que nos facilita el pecado, que nos atrae
hacia él y constituye un peligro de pecar. Se llama ocasión próxima si lo más probable es que nos haga pecar; pues, ya
sea por la propia naturaleza, ya por las circunstancias, en tales ocasiones la
mayoría de las veces se peca.
Hay obligación grave de evitar, si se puede, la ocasión próxima de pecar
gravemente. De manera que quien se expusiera voluntaria y libremente a peligro
próximo de pecado grave, aunque de hecho no cayese en el pecado, pecaría
gravemente por exponerse de esa manera, sin causa que lo justifique.
La ocasión próxima de pecar se diferencia de la ocasión remota en que esta
última es poco probable que nos arrastre al pecado.
Si la ocasión de pecado es necesaria y no se puede evitar, hay que tomar
muy en serio el poner los medios para no caer. Para esto consultar con el
confesor.
Jesucristo tiene palabras muy duras
sobre la obligación de huir de las ocasiones de pecar. Llega a decir que si tu
mano te es ocasión de pecado, te la cortes; y que si tu ojo es ocasión de
pecado, te lo arranques; pues más vale entrar en el Reino de los Cielos manco o
tuerto, que ser arrojado con las dos manos o los dos ojos en el fuego del
infierno .
Una persona que tiene una pierna gangrenada se
la corta para salvar su vida. Vale la pena sacrificar lo menos para salvar lo
más.
Evitar un pecado cuesta menos que desarraigar un vicio. Esto es a veces muy
difícil. Es mucho más fácil no plantar una bellota que arrancar una encina.
Los actos repetidos crean
hábito y pueden esclavizar. Dice el proverbio latino: Gutta cavat
petram, non semel sed saepe cadendo. La gota de agua, a fuerza de caer,
termina por horadar la piedra.
Para apartarse con energía de las ocasiones de pecar, es necesario rezar y orar:
pedirlo mucho al Señor y a la Virgen, y fortificar nuestra alma comulgando a
menudo.
86.- Al confesor hay que decirle voluntariamente, con humildad, y sin engaño ni mentira, todos y cada uno de los pecados graves no acusados todavía en confesión individual bien hecha ; y en orden a obtener la absolución . No tendría carácter de confesión sacramental manifestar los pecados para pedir consejo, obligarle a callar, etc. .
86,1. Antes de empezar la confesión el sacerdote puede leer al penitente, o
recordarle, algún texto o pasaje de la Sagrada Escritura en que se muestre la
misericordia de Dios y la llamada del hombre a la conversión .
Dijo el Papa Juan Pablo II el 30 de enero de 1981: «Sigue vigente y seguirá
vigente para siempre, la enseñanza del Concilio Tridentino en torno a la
necesidad de confesión íntegra de los pecados mortales». Es indispensable
manifestar los pecados con toda sinceridad y franqueza, sin intención de
ocultarlos o desfigurarlos. Si confesamos con frases vagas o ambiguas con la
esperanza de que el confesor no se entere de lo que estamos diciendo, nuestra
confesión puede ser inválida y hasta sacrílega. Al confesor hay que
manifestarle con claridad los pecados cometidos para que él juzgue el estado
del alma según el número y gravedad de los pecados confesados.
La absolución exige, cuando se trate
de pecados mortales, que el sacerdote comprenda claramente y valore la calidad
y el número de los pecados . El confesor debe conocer las posibles
circunstancias atenuantes o agravantes, y también las posibles
responsabilidades contraídas por ese pecado.
También hace falta que el penitente esté en presencia del confesor. No
es válida la confesión por teléfono921.
Si queda olvidado algún pecado grave, no importa; pecado olvidado, pecado
perdonado. Pero si después me acuerdo, tengo que declararlo en otra confesión.
Mientras tanto, se puede comulgar. Y no es necesario confesarse únicamente para
decirlo, porque ya está perdonado .
Pero si la confesión estuvo mal hecha, es necesario confesar de nuevo todos
esos pecados graves, en otra confesión bien hecha.
En alguna circunstancia excepcional se justifica el callar un pecado grave en
la confesión: una vergüenza invencible de decirlo a un determinado confesor,
por ejemplo, por la amistad que se tiene con él y no ser posible acudir a otro;
si peligra el secreto, porque hay alguien cerca que puede enterarse, y no hay
modo de evitarlo (sala de un hospital, confesonario rodeado de gente, etc.).
Pero ese pecado grave, ahora lícitamente omitido, hay obligación de
manifestarlo en otra confesión922.
Si en alguna ocasión quieres confesarte y no encuentras un sacerdote que
entienda el español, o tú no puedes hablar, basta que le des a entender el
arrepentimiento de tus pecados, por ejemplo, dándote golpes de pecho . Tu gesto
basta para que el sacerdote te dé la absolución. Pero estos pecados así perdonados, tienes que
manifestarlos la primera vez que te confieses con un sacerdote que entienda el
idioma que tú hablas.
86,2. Recientemente la Sagrada
Congregación de la Fe ha publicado un documento en el que se dan normas sobre
la manifestación individual de los pecados en la confesión, y circunstancias en
las que puede darse la absolución colectiva : «La confesión individual y
completa, seguida de la absolución, es el único modo ordinario mediante el cual
los fieles pueden reconciliarse con Dios y con la Iglesia 923.
«A no ser que una imposibilidad física o moral les dispense de tal
confesión»924.
«Es lícito dar la absolución sacramental a muchos fieles simultáneamente,
confesados sólo de un modo genérico, pero convenientemente exhortados al
arrepentimiento, cuando visto el número de penitentes, no hubiera a disposición
suficientes sacerdotes para escuchar convenientemente la confesión de cada uno
en un tiempo razonable, y por consiguiente los penitentes se verían obligados,
sin culpa suya, a quedar privados por largo tiempo de la Gracia Sacramental o
de la Sagrada Comunión»925.
Estas condiciones, según algunos, son necesarias para la validez del
sacramento, pero los fieles que reciben la absolución colectiva siempre pueden
quedar tranquilos, pues Dios suple, ya que ellos pusieron todo de su parte .Hay
un principio teológico que dice: Al que hace lo que está de su parte, Dios no
le niega su gracia .
Es el Obispo diocesano quien debe juzgar de esta conveniencia . Bien pidiéndole
permiso previamente, bien comunicándoselo después, si no hubo tiempo de pedirle
antes permiso .
El 18 de noviembre de 1988 la Conferencia Episcopal Española publicó un
documento, aprobado por la Santa Sede, en el que declara que hoy en España no
existen circunstancias que justifiquen la absolución sacramental general. Y el
arzobispo de Oviedo, D. Gabino Díaz Merchán , dijo a los sacerdotes del Arciprestazgo
de Avilés-Centro, que las absoluciones colectivas, sin cumplir las condiciones
dadas por la Iglesia, son ilícitas e inválidas. La razón es que el ministro que
confecciona el sacramento tiene que tener intención de hacer lo que quiere
hacer la Iglesia, y la Iglesia no quiere que se administre el sacramento de la
penitencia fuera de las condiciones que ella ha puesto 926.
Quienes hayan recibido una absolución comunitaria de pecados graves deben
después confesarse individualmente antes de recibir de nuevo otra absolución
colectiva, y, en todo caso, antes del año, a no ser que, por justa causa, no
les sea posible hacerlo .
Los fieles que quieran beneficiarse de la absolución colectiva, por estar
debidamente dispuestos, deben manifestar mediante algún signo externo que
quieren recibir dicha absolución, por ejemplo, arrodillándose, inclinando la
cabeza, etc. .
Un caso concreto de aplicación de la absolución colectiva sería en peligro de
muerte colectiva e inminente, sin tiempo de oír en confesión a cada uno , por
ejemplo, momentos antes de estrellarse un avión averiado
87.- Los pecados veniales no es necesario decirlos, pero conviene .
87,1. La fiebre, aunque sean sólo unas décimas, es señal de que algo va mal en el organismo. El mal siempre hay que combatirlo, aunque no sea grave. En el hospital declaras al médico no sólo las cosas graves, sino también las leves; no sea que se compliquen. Hazlo así al sacerdote para que cure tu alma.
88.- Además de los pecados graves, hay que decirle al confesor cuántas veces se han cometido, y si hay alguna circunstancia agravante que varíe la especie o malicia del pecado .
88,1. El Concilio de Trento dice que «por derecho divino es necesario para
el perdón de los pecados en el Sacramento de la Penitencia confesar todos y
cada uno de los pecados mortales de que se acuerde después de un diligente y
debido examen, y las circunstancias agravantes que cambian la especie del
pecado»927.
Acerca del averiguar el número de pecados cometidos recuerda lo que te dije en
el número 77.
88,2. No es necesario que cuentes la historia del pecado, pero sí tienes que
decir las circunstancias agravantes que varíen la especie o malicia del pecado.
Una circunstancia varía la especie o malicia de un pecado, si convierte en
grave lo que es leve, o lo opone a distintas virtudes o mandamientos .
Por ejemplo: no es lo mismo asesinar a un hombre cualquiera que al propio
padre. En el primer caso se peca contra el quinto mandamiento, que manda
respetar la vida del prójimo.
En el segundo caso se peca, además, contra el cuarto, que manda honrar a
nuestros padres.
Las circunstancias pueden cambiar la moralidad de una acción . Nunca las
circunstancias pueden hacer buena una acción que de suyo es mala; pero pueden
hacer mala una acción que era buena, o hacer peor una acción que ya era de suyo
mala .
Las circunstancias agravantes de tu pecado tienes que manifestarlas, si al
cometerlo advertiste su malicia especial.
También hay circunstancias atenuantes que disminuyen la gravedad del pecado .
Por eso no te extrañe que el
confesor te pregunte sobre tus pecados; porque debe conocer cuántos y en qué
circunstancias cometiste esos pecados que él va a perdonarte. El sacerdote
debe ayudarte a hacer una confesión íntegra y a que tu arrepentimiento sea
sincero. Debe también darte consejos oportunos e instruirte para que lleves una
vida cristiana .
Las principales circunstancias
agravantes o atenuantes son:
Quién : adulterio, si uno de los dos es casado.
Qué: robar mil pesetas o un millón.
Cómo : robar con violencia.
Cuándo : blasfemar en la misa.
Dónde : pecar en público, con escándalo de otros.
Porqué : insultar para hacer blasfemar.
88,3. Los pecados dudosos -como ya dijimos en
el número 61- no es obligatorio confesarlos, pero conviene hacerlo para más
tranquilidad.
Los pecados ciertos debes confesarlos como ciertos; y los dudosos, como
dudosos.
Si confesaste, de buena fe, un pecado grave como dudoso y después descubres que
fue cierto, no tienes que acusarte de nuevo, pues la absolución lo perdonó tal
como era en realidad . Para que haya obligación de confesar un pecado grave
debe constar que ciertamente se ha cometido y ciertamente no se ha confesado.
Al confesor conviene decirle también cuánto tiempo ha pasado desde la última
vez que te confesaste.
Esto es conveniente decirlo al empezar la confesión.
En los Apéndices tienes el modo práctico de confesarte.
89.- EL QUE CALLA VOLUNTARIAMENTE EN LA CONFESION UN PECADO GRAVE, HACE UNA MALA CONFESION, NO SE LE PERDONA NINGUN PECADO, Y, ADEMAS, AÑADE OTRO PECADO TERRIBLE, QUE SE LLAMA SACRILEGIO .
89,1. Todas las confesiones siguientes en que
se vuelva a callar este pecado voluntariamente, también son sacrílegas . Pero
si se olvida, ese pecado queda perdonado, porque pecado olvidado, pecado
perdonado .
Pero si después uno se acuerda, tiene que manifestarlo diciendo lo que pasó.
Para que haya obligación de confesar un pecado olvidado, hacen falta tres
cosas: estar seguro de que:
a) el pecado se cometió ciertamente.
b) que fue ciertamente grave.
c) que ciertamente no se ha confesado.
Si hay duda de alguna de estas tres cosas, no hay obligación de confesarlo.
Pero estará mejor hacerlo, manifestando la duda.
90.- QUIEN SE CALLA VOLUNTARIAMENTE UN PECADO GRAVE EN LA CONFESION, SI QUIERE SALVARSE , TIENE QUE REPETIR LA CONFESION ENTERA Y DECIR EL PECADO QUE CALLO, DICIENDO QUE LO CALLO DANDOSE CUENTA DE ELLO .
90,1. Los que han tenido la desgracia de hacer una confesión sacrílega, y
desde entonces vienen arrastrando su conciencia, de ninguna manera pueden
seguir en ese horrible estado. No desconfíen de la misericordia de Dios. Acudan
a un sacerdote prudente, que les acogerá con todo cariño.
Bendecirán para siempre el día en que quitaron de su alma ese enorme peso que
la atormentaba.
Además, el confesor no se asusta de nada, porque, por el estudio y la práctica
que tiene de confesar, conoce ya toda clase de pecados.
Es una tontería callar pecados graves en la confesión por vergüenza, porque el
confesor no puede decir nada de lo que oye en confesión .
Aunque le cueste la vida callar el secreto . Ha habido sacerdotes que han dado
su vida antes que faltar al secreto de confesión.
Este secreto, que no admite excepción, se llama sigilo sacramental .
Es pecado ponerse a escuchar confesiones ajenas. Los que, sin querer, se han
enterado de una confesión ajena no pecan; pero tienen obligación de guardar
secreto .
Es curioso que los mismos que ponen
dificultades en decir sus pecados al confesor los propagan entre sus amigos, y
con frecuencia exagerando fanfarronamente. Lo que pasa es que esas cosas ante
sus amigos son hazañas, pero ante el confesor son pecados; y esto es
humillante. Por eso para confesarse hay que ser muy sincero. Los que no
son sinceros, no se confiesan bien.
Nunca calles voluntariamente un pecado grave, porque tendrás después que sufrir
mucho para decirlo, y al fin lo tendrás que decir, y te costará más cuanto más
tardes, y si no lo dices, te condenarás .
Si tienes un pecado que te da vergüenza confesarlo, te aconsejo que lo digas el
primero. Este acto de vencimiento te ayudará a hacer una buena confesión.
90,2. El confesor será siempre tu mejor amigo . A él puedes acudir siempre
que lo necesites, que con toda seguridad encontrarás cariño y aprecio. Además de perdonarte los pecados, el
confesor puede consolarte, orientarte, aconsejarte, etc. Pregúntale las dudas
morales que tengas. Pídele los consejos que necesites. Dile todo lo que
se te ocurra con confianza. Te guardará el secreto más riguroso.
Los sacerdotes estamos aquí para que
los hombres, por nuestro medio, encuentren su salvación en Dios. El
perdón de un pecado que, desde el punto de vista sociológico, acaso no tiene
gran transcendencia, es en realidad más importante que todo cuanto podamos
hacer para mejorar la existencia de los hombres . Hasta Nietzshe , a pesar de
su violentísimo anticristianismo, decía que el sacerdote es una víctima
sacrificada en bien de la humanidad .
El sacerdote guía a la comunidad cristiana con la predicación de la palabra de
Dios, con sus consejos, con sus orientaciones, con su actitud de diálogo, de
acogida, de comprensión, con su fidelidad a Jesucristo. El sacerdote es, ante
todo, un educador .
Dice Juan Pablo II, en su libro Don y Misterio, citando San Pablo , que el
sacerdote es administrador de los misterios de Dios: El sacerdote recibe de
Cristo los bienes de la salvación para distribuirlos debidamente entre las
personas .
Cuenta el historiador José de Sigüenza hablando de Fray Hernando de Talavera,
Primer Arzobispo de Granada, que la reina Isabel la Católica lo llamó para
confesarse con él. Era la primera vez que lo hacía con él. Habían preparado dos
reclinatorios, pero el obispo se sentó. Le dijo la reina:
- Ambos hemos de estar de rodillas.
Pero el confesor contestó:
- No,Señora. Vuestra Alteza sí debe estar de rodillas, para confesar sus
pecados; pero yo he de estar sentado, porque éste es el Tribunal de Dios y yo
estoy aquí representándolo.
Calló la reina y se confesó de
rodillas. Después dijo:
- Éste es el confesor que yo buscaba .
No sé cómo llegó a mis manos una
hoja que decía:
Pobre cura!
Si es joven, le falta experiencia. Si es viejo, ya debe retirarse.
Si canta mal, se ríen. Si canta bien, es un vanidoso.
Si se alarga en el sermón, es un pesado. Si es corto, no sabe qué decir.
Si habla en voz alta, regaña. Si lo hace en tono natural, no se le oye.
Si escucha en el confesonario, es un chismoso. Si confiesa aprisa, no escucha.
Si visita a los feligreses, no está nunca en el despacho. Si no lo hace, es
arisco.
Si tiene coche, vive como un rico. Si va a pie, es un antiguo.
Si pide ayuda, es un pesetero. Si no arregla la iglesia, es un abandonado.
Y cuando se muera, muchos lo echarán de menos.
90,3. Si tienes la desgracia de tropezar con un religioso o con un sacerdote
que no vive conforme a su estado, no te alarmes por eso. A veces, se dan caídas incluso en los que tienen
más obligación de servir a Dios . Pero por eso no debe vacilar tu fe.
Nuestra fe no descansa en ningún hombre, sino en Dios, que nunca falla. Los
hombres están sujetos a cambios. El que hoy es bueno, mañana deja de serlo; y
viceversa. También entre los doce
Apóstoles hubo un Judas traidor. El sacerdote que no cumple bien sus
obligaciones, será juzgado por Dios como se merece. Sin embargo, la religión no
deja de ser verdad aunque haya sacerdotes débiles, que no vencen sus pasiones. Lo
mismo que la Medicina sigue siendo verdad, aunque hubiera médicos toxicómanos.
Hay sacerdotes malos, pero en proporción muchísimo menor que en cualquier otra
profesión . Y por otra parte, la virtud en grado elevado se ha dado siempre en
el sacerdocio más que en cualquier otra profesión.
Cuando un sacerdote peca, una persona culta piensa: qué heroísmo el de tantos
otros sacerdotes que teniendo las mismas inclinaciones y pasiones sin embargo
no sucumben .
Es una injusticia generalizar las faltas, que excepcionalmente se dan en un
caso aislado, achacándolas a todos los demás sacerdotes. Como si yo, porque conozco a dos de tu pueblo que
son unos borrachos, dijera que todos los de allí sois unos borrachos. Sería
injusto con vosotros.
Además las faltas en un sacerdote llaman más la atención, precisamente por eso,
por lo excepcionales; una mancha de tinta se ve mucho más en un pantalón claro
que el «mono» grasiento de un mecánico. Sobre las acusaciones que se oyen contra los curas te recomiendo: «Yo no
creo en los curas» de Yanes .
Es una equivocación el mal concepto que muchos tienen de los sacerdotes. Ningún
muchacho se hace sacerdote para pasarlo bien. Y se da cuenta de ello en los
largos años de estudios sacerdotales, sometido a una disciplina dura y a unas
renuncias muy fuertes: como es renunciar a una novia y renunciar a un hogar.
Además, los estudios de un sacerdote son tan largos y costosos como los de un
médico o los de un ingeniero, y sin embargo la mayoría de los sacerdotes en
España ganan el salario mínimo interprofesional . Hoy, en España, el clero vive
por lo general peor que la clase media . Sería ridículo que un muchacho pensara
en ser sacerdote para pasarlo bien. Los que aspiran al sacerdocio lo hacen para
ser ellos mejores y para hacer el mundo mejor. Porque si no hubiera sacerdotes, los de arriba serían peores de lo que son,
los de abajo tendrían menos defensores, y tú en lugar de tener este libro entre
tus manos quizás tendrías otro para mal de tu alma .
Y si algún sacerdote no te da buen ejemplo, no te guíes por lo que hace,
sino por la doctrina de Cristo que te predica. Ya te avisó Cristo : «Haced lo
que os dicen, pero no hagáis según sus obras» 928.
Ellos son responsables de sus obras, y darán a Dios estrecha cuenta de ellas;
pero tú tendrás que dar a Dios cuenta de las tuyas. El que otro cometa pecados
no justifica el que tú también los cometas. Los dos iréis al infierno, si no
pedís perdón a Dios.
90,4. La confesión, al perdonarnos los pecados, nos devuelve la gracia santificante (o nos la aumenta, si no la habíamos perdido por el pecado grave). Y con la gracia también nos devuelve el derecho al cielo y nos restaura todos los méritos pasados, que habíamos perdido por el pecado grave.
90,5.
La confesión es un gran beneficio de Dios que debemos saber estimar y
aprovechar. Qué sería de nosotros en la otra vida, si no tuviéramos en ésta un
medio para alcanzar el perdón de nuestros pecados»
Por eso la Iglesia, que quiere que aseguremos la salvación, manda que nos
confesemos por lo menos una vez al año .
La confesión anual es obligatoria. Pero deberíamos confesarnos con
frecuencia. Al menos cada mes. Y esto aunque no haya pecados graves, pues la
confesión es un sacramento, que nos dará gracia para ser cada vez mejores.
Si no tienes pecados graves, te confiesas de algún venial, que nunca falta. Y
aunque ya te dije que los pecados veniales no es obligatorio confesarlos,
siempre es conveniente.
Sin embargo, aunque Dios quiere que me confiese a menudo, y a mí me conviene
hacerlo, ningún hombre puede forzarme. Ni mis jefes, ni mis amigos, ni mis familiares, ni un sacerdote, ni nadie.
Los otros podrán aconsejarme que me confiese; pero forzarme, no. La confesión tiene que ser libre.
Que me salga de dentro. Porque la estimo y quiero salvarme. Aunque me
cueste. Las medicinas no siempre gustan. Si voy a la confesión forzado y sin
dolor, la confesión será una comedia. Y esto es un pecado gravísimo. Para que
la confesión valga, tiene que haber arrepentimiento. Si en alguna rarísima
ocasión alguien te obliga a confesarte, y tú no estás en disposición de ello,
antes de hacer una mala confesión, dile al sacerdote que no vas a con intención
de confesarte y que te dé la bendición: los demás no notarán nada, y tú no
habrás cometido un sacrilegio.
Por muchos pecados que tengas, y por
grandes que sean, nunca debes desconfiar de Dios, sino que debes acudir
humildemente a Él y pedir el perdón que Él está deseando darte. Dios
odia el pecado, pero ama al pecador; y sólo quiere que se convierta y se salve
. Todo confesor tiene obligación de confesar a todo aquel que se lo pida
razonablemente .
La absolución del sacerdote es el signo eficaz del perdón de Dios y el momento
culminante de la celebración del sacramento de la penitencia.
La absolución tiene lugar cuando el sacerdote pronuncia la fórmula sacramental:
Yo te absuelvo de tus pecados , al mismo tiempo que traza la señal de la cruz
sobre el penitente.
91.- Cumplir la penitencia es rezar o hacer lo que el confesor me diga.
91,1. La exhortación pontificia de Juan Pablo II Reconciliación y Penitencia (31,3) dice que las obras de satisfacción deben consistir en acciones de culto, caridad, misericordia y reparación.
92.- Si no sé o no puedo cumplirla, debo decírselo al confesor para que me ponga una penitencia distinta.
92,1. La penitencia se llama también satisfacción, pues de algún modo quiere
expresar nuestra voluntad de reparación a la Iglesia del daño que le hemos
producido al pecar, convirtiéndonos en miembros cancerosos del Cuerpo Místico
de Cristo . Cumplir la penitencia es también expresión de nuestra voluntad de
conversión cristiana.
La penitencia hay que cumplirla en el plazo que diga el confesor. Si el
confesor no ha fijado el tiempo, lo mejor es cumplirla cuanto antes, para que
no se nos olvide; pero se puede cumplir también después de comulgar; y también
confesarse de nuevo antes de haberla cumplido, con tal de que haya intención de
cumplirla .
Si la penitencia no se cumple por olvido involuntario, no hay que preocuparse;
los pecados quedan perdonados. Pero si no se cumple culpablemente, aunque los
pecados quedan perdonados, se comete un nuevo pecado mortal o venial, según que
la penitencia fuera grave o leve. Penitencia grave es la que normalmente
corresponde a pecados graves . Si después de la confesión no recuerdas la
penitencia que te puso el confesor, o no puedes cumplirla, lo dices así en la
próxima confesión. En caso de no acordarte qué penitencia te puso el confesor,
puedes rezar o hacer lo que en otras confesiones parecidas te impusieron.
92,2. La penitencia es siempre muy pequeña comparada con nuestros pecados
Pero, a pesar de ser tan pequeña, es suficiente, porque participamos de lo que
se llama la Comunión de los Santos: todos los que pertenecemos a la Iglesia
Católica formamos como una gran familia -que se llama el Cuerpo Místico de
Cristo (Ver nº 41)- en la cual todos los bienes espirituales son comunes.
«Lo que cada uno hace o sufre en y por Cristo da fruto para todos» 929.
Todos nos beneficiamos de los
bienes, dones y gracias que cada uno ha recibido de Dios . Por lo tanto, cada
uno puede gozar del gran tesoro espiritual formado con los méritos de
Jesucristo , de la Virgen y de todos los Santos que están en el cielo, y con
las buenas obras de los católicos .
92,3. La Iglesia hace uso de los méritos de
este gran tesoro espiritual, al concedernos las indulgencias . La Iglesia condena
a quienes afirmen que la Iglesia no tenga potestad para concederlas o que éstas
no sean útiles930.
La práctica de las indulgencias se fundamenta en la doctrina del Cuerpo Místico
de Cristo . Las indulgencias son la remisión de la pena temporal debida por los
pecados ya perdonados en cuanto a la culpa .
Según la Teología católica, todo pecado grave da origen, en quien lo comete, a
una culpa y a una pena. La culpa se borra con la absolución del confesor. La
pena ha de ser pagada con el sufrimiento en el purgatorio o con las buenas
acciones en esta vida . Aquí entra la aplicación de las indulgencias con las
cuales se perdona a los católicos, que cumplen ciertas condiciones, la pena
temporal debida por los pecados ya perdonados en cuanto a la culpa. Es como
borrar la cicatriz de la herida que el pecado ha dejado en el alma.
Con las indulgencias podemos
ayudar a los difuntos .
El primero de enero de 1967, Pablo VI publicó una Constitución
Apostólica sobre la reforma de las indulgencias . Se ha suprimido el antiguo modo de hablar de
trescientos días , siete años , etc., que se refería a los días de penitencia
pública que tenían que hacer los pecadores, en los primeros siglos de la
Iglesia, antes de recibir la absolución de sus pecados graves. El nuevo
documento se puede resumir en las siguientes normas:
1) Las indulgencias se dividen en parciales y plenarias.
2) El fiel que con corazón contrito realice una acción que tenga
indulgencia parcial obtendrá además del mérito que produce esa acción, otro idéntico,
por intervención de la Iglesia. Es decir, que merece el doble.
3) La indulgencia plenaria sólo se puede ganar una vez al día, salvo en caso de
peligro de muerte.
4) Para adquirir la indulgencia plenaria, además de realizar la acción
indulgenciada, y de que no exista por parte del fiel ningún afecto o adhesión
al pecado incluso venial, hay que cumplir tres condiciones:
confesión sacramental, comunión eucarística y rezo de una oración por las
intenciones del Papa. La confesión puede hacerse varios días antes o después de
cumplir la obra prescrita . La comunión puede hacerse desde la víspera a la
octava. Una sola confesión sirve para ganar varias indulgencias plenarias. En
cambio, con una sola comunión y una sola oración por las intenciones del Papa,
únicamente se puede conseguir una sola indulgencia plenaria. La oración por el
Papa basta que sea un Padrenuestro con un Avemaría y Gloria.
Según esta reforma de las indulgencias, las indulgencias plenarias que se
pueden ganar, una al día, en las condiciones ordinarias, se han reducido a
cuatro:
a) Ejercicio del Vía-Crucis.
b) Rezo del Rosario ante el sagrario o en común.
c) Media hora de adoración al Santísimo Sacramento.
d) Media hora de lectura de la Biblia .
Si no se cumplen las condiciones debidas, o falta la buena disposición, la
indulgencia será solamente parcial.
Aquellos fieles que, por motivos personales o de lugar, no puedan confesar ni
comulgar, podrán obtener la indulgencia si se proponen cumplir lo antes posible
estos dos requisitos.
Las indulgencias tanto parciales como plenarias pueden ser siempre aplicadas a
los difuntos a modo de sufragio . Se puede ganar una indulgencia plenaria
aplicable a los difuntos aunque no se haya logrado el desafecto al pecado antes
indicado .
En el momento de la muerte, cualquier fiel, debidamente dispuesto
espiritualmente, podrá ganar la indulgencia plenaria, aunque carezca en aquel
momento de un sacerdote que pueda impartírsela, con tal que durante su vida
haya rezado habitualmente alguna oración. Es una obra de caridad para con las
almas del purgatorio el ganar para ellas indulgencias plenarias. (Ver n 101 ).
Recomiendo mi vídeo: «Cómo ayudar a los difuntos».
93.- EN ÚLTIMO CASO , SI UNO NO SABE LO QUE TIENE QUE HACER PARA CONFESARSE BIEN, PUEDE DECIR AL CONFESOR: «PADRE, AYÚDEME USTED».
93,1. Al confesor se le dicen las cosas con
sinceridad, tal como uno las siente en la conciencia. Pero, si no te atreves
porque te da vergüenza, le puedes decir al confesor que tienes vergüenza, y el
Padre te ayudará con todo cariño.
Y si te acuerdas de algún pecado que hayas cometido, aunque el confesor no te
lo pregunte, díselo tú para que te lo perdone.
Mientras el sacerdote te da la absolución y te bendice, reza el Señor mío Jesucristo
, y si no lo sabes, date golpes de pecho diciendo varias veces con toda tu
alma: Dios mío, perdóname! Dios mío, perdóname!...
94.- En la confesión se perdonan todos los pecados que nosotros hemos cometido después del bautismo, por muy grandes que sean, con tal que se digan con arrepentimiento y propósito de la enmienda; pero no el pecado original.