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P. Jorge Loring, S. I. Para salvarte IntraText CT - Texto |
Oración (44,1 - 44,7)
44.- Orar es hablar con Dios, nuestro Padre celestial, para
adorarle, alabarle, darle gracias y pedirle toda clase de bienes.
44,1. Orar es hablar con Dios para manifestarle nuestro amor, tributarle el
honor que se merece, agradecerle sus beneficios, ofrecerle nuestros trabajos y
sufrimientos, pedirle consejo, confiarle las personas que amamos, los asuntos
que nos preocupan y desahogarnos con él.
Habla a Dios con sencillez y naturalidad.
Háblale con tus propias palabras.
Se puede orar con fórmulas ya hechas, o espontáneas.
Y también repitiendo siempre la misma frase.
Para hablar con Dios no es necesario pronunciar palabras materialmente. Se
puede hablar también sólo con el corazón.
La oración no se aprende. Sale sola. Lo mismo que no se aprende a reír o a
llorar.
La oración sale espontáneamente del corazón que ama a Dios.
La oración debe hacerse con atención, reverencia, humildad, confianza, fervor,
perseverancia y resignación con lo que Dios quiera. Hacerla con fe muy firme de
que si conviene, Dios concederá lo que pedimos; pero no podemos anteponer
nuestra voluntad a la de Dios. Además
de irreverente y absurdo, sería completamente inútil y estéril.
Es necesario orar, y orar a menudo, porque Dios así lo manda: «Pedid y
recibiréis»554 y «es necesario orar siempre y no
desfallecer»555 ; pero además porque ordinariamente Dios no concede las
gracias espirituales y materiales si no se las pedimos.
Ojalá te acostumbraras a tener tus ratos de charla con Nuestro Señor en el
sagrario!
Por lo menos, no dejes de
rezar todos los días las oraciones que te pongo en los Apéndices.
Pero te advierto que la oración bien hecha no es la recitación de
plegarias que se repiten distraídamente sólo con los labios. La verdadera
oración pone siempre en movimiento el corazón.
Dice Santa Teresa que orar es un trato amoroso con Dios No pedimos para obligar
a Dios que cambie sus planes, lo cual es imposible. Ni para informarle de lo
que necesitamos, pues él ya lo sabe. Ni para convencerle para que nos ayude, pues lo desea más que nosotros
mismos. Pedimos porque él quiere que lo hagamos para colaborar con él en
lo que quiere concedernos.
«Dios ha determinado concedernos algunas cosas a condición de que se las
pidamos bien, o sea, vinculándolas a nuestra oración.
Pero si no las pedimos, nos quedaremos sin ellas. No se trata de que Dios
cambie su voluntad, sino de que nosotros cumplamos la condición que él ha
señalado para concedernos tales gracias» 556.
La doctrina católica enseña:
a) que para salvarnos nos es necesario orar;
b) que sin orar no podemos permanecer mucho tiempo sin pecado;
c) que, aun para muchas cosas humanas, es muy necesario o conveniente la
oración;
d) que si oramos frecuentemente pidiendo a Dios nuestra salvación, nos
salvaremos seguro. Dice San Pablo que con la oración se pueden vencer todas las
tentaciones557.
Si pedimos bien una cosa necesaria para nuestra salvación, la eficacia es
segura558.
Si pedimos la salvación de otro, la eficacia depende de la libre voluntad del
otro; pero nuestra oración le conseguirá gracias de Dios para facilitar que él
se incline hacia el bien.
Pero no sólo pedir. También hay que
alabar y adorar a Dios.
Más vale rezar poco y bien que mucho y mal.
Si por dedicarte a largos rezos vas a hacerlos de forma distraída y
rutinaria, más vale que reces la mitad o la cuarta parte; pero concentrándote y
pensando lo que haces.
Glorificas más a Dios y enriqueces más tu alma con un acto intenso de fervor
que con mil remisos, superficiales y rutinarios .
Todos deberíamos dedicar algún
momento del día a hacer actos internos de amor de Dios.
En estos breves instantes se puede merecer más que en el resto de la jornada
diaria.
El momento más oportuno para hacerlos es después de comulgar, y al acostarse.
Hay que pedirle a Dios la gracia eficaz para hacer con mucho fervor estos actos
de amor.
Por otra parte, el buen hijo nunca se avergüenza de su padre, y Dios es
mi Padre y Creador. Ningún padre es tan padre como el que es Padre-Creador de
sus hijos.
Es una ingratitud regatear a Dios las manifestaciones de amor y reverencia.
Solía decir el emperador Carlos V : Nunca es el hombre más grande que cuando
está de rodillas delante de Dios. Los
animales nunca rezan.
44,2. Convendría que cada familia fijase un mínimo de rezo en común, el cual
podría ser:
1) Leer un trozo del Evangelio, de cuando en cuando, y comentarlo entre todos.
2) Dar gracias a Dios antes de comer, por poderlo hacer, y pedirle que nunca
nos falte lo necesario.
En los Apéndices tienes una oración para bendecir la mesa.
3) Rezar un misterio del rosario cada día. Al menos se podrían aprovechar los
desplazamientos de fin de semana en rezar un rosario entero, o algún misterio
suelto. Esta buena costumbre nos ayudaría, además, a alcanzar la protección de
Dios en la carretera. En los Apéndices tienes el modo de rezar el rosario.
-En tus alegrías, da gracias a Dios.
- En tus penas, ofréceselas a Dios por amor a él.
- En tus trabajos, hazlo todo siempre con buena intención.
- En tus pecados, pide perdón.
- Y en tu trato con los demás, ten espíritu de servicio.
44,3. Durante el día deberíamos estar unidos a Dios como dos personas que se
aman.
«En un matrimonio armónico saben hombre y mujer que viven el uno para el otro y
para su familia.
Lo saben incluso, cuando en el jaleo del día piensan poco de hecho el uno en el
otro.
La relación de amor existe de
continuo y da color a todas las actividades de ambos cónyuges.
La orientación a la mujer amada ayuda al hombre a hacer día tras día su
trabajo, con frecuencia aburrido. Sabe al fin y al cabo para quien trabaja.
La mujer lo sabe también y por ello saca fuerzas la mayor parte de las veces
para atender con esmero al mantenimiento de la casa.
Ambos viven en la atmósfera de la
unión, aunque los momentos en que conscientemente se ocupen uno de otro sean
escasos.
Viven el uno para el otro, y este existir el-uno-para-el-otro forma la
mayor parte del tiempo del trasfondo oculto ante el cual transcurre su vida.
En un matrimonio de este estilo tienen lugar de vez en cuando
"celebraciones" espontáneas, en las que todo lo que está ahí,
inadvertido pero real, se expresa de manera explícita y se eleva de ese
trasfondo a una vivencia de primer plano...
La vivencia de lo que está en el trasfondo, y la vivencia de lo que está en
primer plano no se oponen, sino que se superponen y se complementan»
559
Esto se puede aplicar a nuestro amor a Dios.
44,4. El valor de la oración es
muy grande. Con ella trabajamos más que nadie en favor del prójimo: convertimos
más pecadores que los sacerdotes, curamos más enfermos que los médicos,
defendemos a la Patria mejor que los mismos soldados; porque nuestras oraciones
hacen que Dios ayude a los soldados, a los médicos y a los sacerdotes para que
consigan lo que pretenden.
No hay que confundir la oración cristiana con el zen o el yoga . Hoy
están de moda las prácticas de meditación oriental como el zen y el yoga ; pero
estas prácticas implican riesgos para los católicos. Por eso el Vaticano ha
publicado un documento alertando a los católicos, porque el zen y el yoga
degradan las oraciones cristianas y pueden degenerar en un culto al cuerpo . También el Papa alerta a los que se abren
a las religiones orientales en técnicas de meditación y ascesis 560.
44,5. Ten la costumbre de acudir
a Dios en todas tus penas y alegrías.
En tus penas para encontrar consuelo y ayuda; en tus alegrías para dar gracias
y pedir que se prolonguen.
De suyo, la oración se hace a Dios ; pero muchas veces tomamos a la
Virgen o a los Santos como mediadores. Lo mismo que nos valemos de los secretarios de los grandes personajes. Dios
escucha a la Virgen y a los Santos mejor que a nosotros, porque ellos lo
merecen más.
Dios conoce nuestras necesidades y las remedia muchas veces sin que se lo
pidamos.
Pero de ordinario quiere que acudamos a él, porque con la oración practicamos
muchas virtudes: adoración, amor, confianza, humildad, agradecimiento,
conformidad, etc.
«La eficacia de la oración y su necesidad no es por el influjo que ejerce en
Dios, sino en el que ora.
Dios está siempre dispuesto a colmarnos de gracias: nosotros, en cambio, no
siempre estamos dispuestos a recibirlas; la oración nos hace aptos para ello»
561.
Nunca debo cansarme de pedir a Dios lo que necesito.
No es que Dios desconozca mis necesidades. Pero quiere que acuda a él.
Si no me lo concede, será porque no se lo pido bien, porque no me lo merezco o
porque no me conviene.
En ese caso, me dará otra cosa; pero la oración que sube al cielo nunca vuelve
vacía.
Como una madre que cuando un niño le pide un cuchillo con el que se puede
cortar, no se lo da; pero le da un juguete.
Y en caso de que en los planes de
Dios esté dejarnos una cruz, nos dará fuerzas para llevarla. Dijo San Agustín :
«Señor, dame fuerzas para lo que me pides, y pide lo que quieras» 562.
En nuestras peticiones se sobreentiende siempre la condición de si es bueno
para la salvación eterna .
Hay una cosa que ciertamente Dios está deseando
concedérnosla en cuanto se la pidamos. Es la fuerza interna necesaria para
vencer las tentaciones del pecado. Sobre todo, si lo pedimos mucho y bien, Dios
nos concederá la salvación eterna de nuestra alma.
Cuando se piden cosas absolutamente buenas para uno mismo, si se piden bien, la
eficacia de la oración es infalible.
Aunque a veces Dios modifica la petición en cuanto a las circunstancias,
tiempo, etc.
Si es para otro, puede ser que éste rechace la gracia: conversión de un
pecador. Dios nos exige un mínimo de
buena voluntad. Él lo pone casi todo ; pero hay un casi nada , que
depende de nosotros.
Una bonita oración podría ser:
Señor dame:
-la decisión para cambiar aquellas cosas que yo puedo cambiar;
-la paciencia para aceptar las cosas que yo no puedo cambiar;
-y la inteligencia para distinguir una cosa de otra .
6. Pero la vida de la gracia, además de respirar, necesita -lo mismo que la
vida natural - alimentarse .
Dios también nos ha dado un alimento para la vida sobrenatural de la gracia.
Ese alimento es la Sagrada Comunión, el verdadero Cuerpo del mismo Jesucristo
bajo la apariencia de pan, que se guarda en el sagrario y es la Sagrada
Eucaristía.
Es el recuerdo que Jesucristo nos
dejó antes de subir al cielo.
Él se iba, pero al mismo tiempo quiso quedarse con nosotros, hasta el
fin de los siglos, en el sagrario.