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P. Jorge Loring, S. I. Para salvarte IntraText CT - Texto |
Décimo Mandamiento
72.- EL DÉCIMO
MANDAMIENTO DE LA LEY DE DIOS ES: NO CODICIARAS LOS
BIENES AJENOS.
72,1. Este mandamiento está contenido en el séptimo. Pero insiste en que
también se puede pecar deseando tomar lo ajeno. Se trata, naturalmente, de un
deseo desordenado y consentido. Eso no quiere decir que sea pecado el desear
tener, si pudieras lícitamente, una cosa como la de tu prójimo.
Este mandamiento no prohíbe un ordenado deseo de riquezas, como sería una
aspiración a un mayor bienestar legítimamente conseguido; manda conformarnos
con los bienes que Dios nos ha dado y con los que honradamente podamos
adquirir.
Pero sí sería pecado murmurar con rabia contra Dios porque no te da más; y
tener envidia de los bienes ajenos.
72,2. No dejes que la amargura de corazón corroa la paz de tu alma.
Aunque la vida sea dura y la queja asome a tus labios, no dejes que la amargura
se apodere de tu corazón. Esfuérzate por mejorar tu situación y satisfacer tus
necesidades, pero sin amargura. Dios lo quiere y la Iglesia -como madre tuya -
es la primera que lo procura, enseñando a todos lo que el trabajador se merece.
Recuerda lo que te he dicho en el cuarto mandamiento. Esfuérzate, sí; pero
siempre por medios lícitos; no con espíritu de rebeldía, ni de odios, sino con
espíritu cristiano, con fe en la Providencia de Dios, y sin olvidar que en esta
vida no se puede hacer desaparecer el sufrimiento.
Por otra parte, no olvides que no consiste todo en amontonar dinero.
Es mucho más importante hacer buenas obras, pues el premio eterno del cielo
vale más que todo el oro del mundo. Si creyéramos esto de verdad, pondríamos mucho más empeño en practicar el
bien.
La autoridad debe poner los medios para fomentar una mejor prosperidad
pública y mejorar el nivel de vida del pueblo, con una justa distribución de la
riqueza. Los padres deben procurar
los bienes convenientes para asegurar a sus hijos un buen porvenir. Los
poseedores de riquezas deben cuidar de su mayor rendimiento y de su acertada
inversión para crear otras fuentes de riqueza y nuevos puestos de trabajo, en
conformidad con las necesidades del bien común.
Todos debemos cooperar, con nuestro trabajo, al mayor bienestar y
prosperidad pública y privada.
Pero el deseo de riquezas debe estar moderado por la virtud de la justicia
distributiva y social. Y no podemos aspirar a ellas sino por medios lícitos y
con fines honestos. El deseo inmoderado de riquezas con fines egoístas y medios
injustos provoca luchas sociales e incluso guerras entre las naciones.
Codicia es la idolatría del dinero. Es un deseo de poseer sin límites que lleva
a la explotación del prójimo, o a no compartir los bienes propios con los
necesitados.
El ansia de dinero puede esclavizar lo mismo al que lo tiene que al que no lo
tiene.
La Iglesia exalta el desprendimiento de los bienes de este mundo. Pero esto no
se opone al progreso que tiende a hacer desaparecer la miseria que impide
practicar la virtud de algunos sectores sociales.
72,3. Los trabajos fisiológicos de Bert sobre el oxígeno, necesario para
nuestras células, han demostrado que si están faltas de él, padecen y mueren;
pero un exceso, también les es nocivo, porque les resulta convulsivo
882.
Es decir, que nuestro organismo está hecho para una medida; y lo mismo resulta
nocivo una carencia que un exceso. Lo mismo que ocurre con el oxígeno, ocurre
con el azúcar, el calor o la libertad. Tan perjudicial es una carencia como un
exceso. Y también con los bienes
materiales.
Lo mismo que hay un mínimo económico vital, debería fijarse un máximo
vital no sobrepasable para poder permanecer en el equilibrio humano.
En los países donde el progreso ha alcanzado metas altísimas, y una libertad de
costumbres sin freno, han resultado hombres cansados de vivir. Por eso en ellos
se multiplican tanto los suicidios. La Iglesia tiene sus razones cuando enseña
una ascética de lucha y de vencimiento propio. Esta superación del hombre sobre
sí mismo, aunque exige esfuerzo y sacrificio, llena también de satisfacciones
la vida.
La felicidad no está en tener muchas cosas, sino en saber disfrutar de lo que
se tiene. La felicidad brota de lo más íntimo de nuestro ser.
Quien busca la felicidad fuera de sí mismo es como un caracol en busca de casa.
La alegría es posible en todas las
circunstancias de la vida.
Los que no la encuentran es porque la buscan donde no está. En lugar de
buscarla en uno mismo, la buscan en cosas exteriores que dejan el corazón
vacío, y después viene el tedio y la tristeza. La felicidad no depende
de lo que nos pasa, sino de cómo lo percibimos. La felicidad está en disfrutar
de lo que tenemos, y no en desear lo que no podemos tener. La persona feliz
siempre encuentra algo positivo en lo negativo.