II Cristo
436 Cristo
viene de la traducción griega del término hebreo "Mesías" que quiere
decir "ungido". No pasa a ser nombre propio de Jesús sino porque él
cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de
Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de él. Este
era el caso de los reyes (cf. 1 S 9, 16; 10, 1; 16, 1. 12-13; 1 R 1, 39), de los sacerdotes (cf. Ex 29,
7; Lv 8, 12) y, excepcionalmente, de los profetas (cf. 1 R 19, 16). Este
debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar
definitivamente su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch 4, 26-27). El Mesías debía ser
ungido por el Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2) a la vez como rey y sacerdote
(cf. Za 4, 14; 6, 13) pero también como profeta (cf. Is 61, 1; Lc 4, 16-21).
Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de
sacerdote, profeta y rey.
437 El
ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el del Mesías
prometido a Israel: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador,
que es el Cristo Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio él es "a quien
el Padre ha santificado y enviado al mundo"(Jn 10, 36), concebido como
"santo" (Lc 1, 35) en el seno virginal de María. José fue llamado por
Dios para "tomar consigo a María su esposa" encinta "del que fue
engendrado en ella por el Espíritu Santo" (Mt 1, 20) para que Jesús
"llamado Cristo" nazca de la esposa de José en la descendencia
mesiánica de David (Mt 1, 16; cf. Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8; Ap 22, 16).
438 La
consagración mesiánica de Jesús manifiesta su misión divina. "Por otra
parte eso es lo que significa su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo
está sobre entendido El que ha ungido, El que ha sido ungido y la Unción misma
con la que ha sido ungido: El que ha ungido, es el Padre. El que ha sido
ungido, es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción" (S.
Ireneo de Lyon, haer. 3, 18, 3). Su eterna consagración mesiánica fue revelada
en el tiempo de su vida terrena en el momento de su bautismo por Juan cuando
"Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder"(Hch 10, 38)
"para que él fuese manifestado a Israel" (Jn 1, 31) como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a
conocer como "el santo de Dios" (Mc 1, 24; Jn 6, 69; Hch 3, 14).
439 Numerosos judíos e incluso ciertos
paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales
del mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2,
2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús aceptó el título de Mesías
al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11, 27), pero no sin reservas porque una
parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado
humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21).
440 Jesús acogió la confesión de fe de Pedro
que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del
Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el auténtico contenido de su realeza
mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del Hombre "que ha bajado
del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7, 13) a la vez que en su misión
redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20,
28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se
ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23,
39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser
proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda
la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien
vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 36).
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