IV Señor
446 En la
traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con
el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por
"Kyrios" ["Señor"]. Señor se convierte desde
entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de
Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título
"Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la
novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8).
447 El
mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los
fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2,
34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus apóstoles
(cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre
la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el
pecado, demostraban su soberanía divina.
448 Con
mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús
llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de
los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14,
30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento
del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte
en adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una
connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición
cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
449 Atribuyendo a Jesús el título divino de
Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el principio
(cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre
convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque el es de
"condición divina" (Flp 2, 6) y el Padre manifestó esta soberanía de
Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10,
9;1 Co 12, 3; Flp 2,11).
450 Desde el comienzo de la historia
cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la
historia (cf. Ap 11, 15) significa también reconocer que el hombre no debe
someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino
sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el "Señor" (cf.
Mc 12, 17; Hch 5, 29). " La Iglesia cree.. que la clave, el centro y el fin de toda historia
humana se encuentra en su Señor y Maestro" (GS 10, 2; cf. 45, 2).
451 La oración cristiana está marcada por el
título "Señor", ya sea en la invitación a la oración "el Señor
esté con vosotros", o en su conclusión "por Jesucristo nuestro
Señor" o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza:
"Maran atha" ("¡el Señor viene!") o "Maran atha"
("¡Ven, Señor!") (1 Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
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