Párrafo 2
JESÚS MURIÓ CRUCIFICADO
I El proceso de Jesús
Divisiones de las autoridades
judías respecto a Jesús
595 Entre las autoridades religiosas de
Jerusalén, no solamente el fariseo Nicodemo (cf. Jn 7, 50) o el notable José de
Arimatea eran en secreto discípulos de Jesús (cf. Jn 19, 38-39), sino que durante
mucho tiempo hubo disensiones a propósito de El (cf. Jn 9, 16-17; 10, 19-21)
hasta el punto de que en la misma víspera de su pasión, S. Juan pudo decir de
ellos que "un buen número creyó en él", aunque de una manera muy
imperfecta (Jn 12, 42). Eso no tiene nada de extraño si se considera que al día
siguiente de Pentecostés "multitud de sacerdotes iban aceptando la
fe" (Hch 6, 7) y que "algunos de la secta de los Fariseos ... habían
abrazado la fe" (Hch 15, 5) hasta el punto de que Santiago puede decir a
S. Pablo que "miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son
celosos partidarios de la Ley" (Hch 21, 20).
596 Las autoridades religiosas de Jerusalén
no fueron unánimes en la conducta a seguir respecto de Jesús (cf. Jn 9, 16; 10,
19). Los fariseos amenazaron de excomunión a los que le siguieran (cf. Jn 9,
22). A los que temían que "todos creerían en él; y vendrían los romanos y
destruirían nuestro Lugar Santo y nuestra nación" (Jn 11, 48), el sumo
sacerdote Caifás les propuso profetizando: "Es mejor que muera uno solo
por el pueblo y no que perezca toda la nación" (Jn 11, 49-50). El Sanedrín
declaró a Jesús "reo de muerte" (Mt 26, 66) como blasfemo, pero,
habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Jn 18, 31), entregó
a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política (cf. Lc 23, 2) lo que le
pondrá en paralelo con Barrabás acusado de "sedición" (Lc 23, 19).
Son también las amenazas políticas las que los sumos sacerdotes ejercen sobre
Pilato para que éste condene a muerte a Jesús (cf. Jn 19, 12. 15. 21).
Los Judíos no son responsables
colectivamente de la muerte de Jesús
597 Teniendo en cuenta la complejidad
histórica manifestada en las narraciones evangélicas sobre el proceso de Jesús
y sea cual sea el pecado personal de los protagonistas del proceso (Judas, el
Sanedrín, Pilato) lo cual solo Dios conoce, no se puede atribuir la
responsabilidad del proceso al conjunto de los judíos de Jerusalén, a pesar de
los gritos de una muchedumbre manipulada (Cf. Mc 15, 11) y de las acusaciones
colectivas contenidas en las exhortaciones a la conversión después de
Pentecostés (cf. Hch 2, 23. 36; 3, 13-14; 4, 10; 5, 30; 7, 52; 10, 39; 13,
27-28; 1 Ts 2, 14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23, 34) y
Pedro siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia" (Hch 3, 17) de
los Judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Y aún menos, apoyándose en el
grito del pueblo: "¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!"
(Mt 27, 25), que significa una fórmula de ratificación (cf. Hch 5, 28; 18, 6),
se podría ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el espacio y
en el tiempo:
Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II:
"Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a
todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy...no se ha de
señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se
dedujera de la Sagrada Escritura" (NA 4).
Todos los pecadores fueron los
autores de la Pasión de Cristo
598 La Iglesia, en el magisterio de su fe y
en el testimonio de sus santos no ha olvidado jamás que "los pecadores
mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que
soportó el divino Redentor" (Catech. R. I, 5, 11; cf. Hb 12, 3). Teniendo
en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9,
4-5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más
grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con demasiada
frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:
Debemos considerar como culpables
de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son
nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el
suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y
en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a
pública infamia (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este
caso es mayor que el de los Judíos. Porque según el testimonio del
Apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor
de la Gloria" (1 Co 2, 8). Nosotros,
en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de El con
nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras manos criminales
(Catech. R. 1, 5, 11).
Y los demonios no son los que le
han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues
crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados (S. Francisco
de Asís, admon. 5, 3).
II La muerte redentora de Cristo en el designio divino de salvación
"Jesús entregado según el preciso designio de Dios"
599 La
muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación
de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica
S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés:
"fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de
Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han
"entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos
de un drama escrito de antemano por Dios.
600 Para
Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece
su designio eterno de "predestinación" incluyendo en él la respuesta
libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se han reunido en
esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio
Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de
tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría,
habías predestinado" (Hch 4, 27-28). Dios ha permitido los actos nacidos
de su ceguera (cf. Mt 26, 54; Jn 18, 36; 19, 11) para realizar su designio de
salvación (cf. Hch 3, 17-18).
"Muerto por nuestros pecados según las Escrituras"
601 Este
designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el
Justo" (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la
Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que
libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8,
34-36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber
"recibido" (1 Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros
pecados según las Escrituras" (ibidem: cf. también Hch 3, 18; 7,
52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la
profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo
presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf.
Mt 20, 28). Después de su
Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de
Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).
"Dios le hizo pecado por nosotros"
602 En
consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino
de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de
vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa,
como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la
creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de
vosotros" (1 P 1, 18-20). Los
pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con
la muerte (cf. Rm 5, 12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la
condición de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la
muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3), Dios "a quien no conoció pecado,
le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en
él" (2 Co 5, 21).
603 Jesús
no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero,
en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió
desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de
poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22,2). Al haberle hecho así solidario con
nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le
entregó por todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos
"reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al
entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre
nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por
nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado
a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía
pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).
605 Jesús ha recordado al final de la parábola
de la oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma manera,
no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos
pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por
muchos" (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el
conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para
salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5,
15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin
excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya
padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853: DS 624).
III Cristo se ofreció a su Padre por nuestros pecados
Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre
606 El Hijo
de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que
le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: ... He
aquí que vengo ... para hacer, oh Dios, tu voluntad ... En virtud de esta
voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del
cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su
Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión
redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y
llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los
pecados del mundo entero" (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de
amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17).
"El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha
ordenado" (Jn 14, 31).
607 Este
deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de
Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la
razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he
llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado
el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn
18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn
19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).
"El cordero que quita el pecado del mundo"
608 Juan
Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores
(cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios
que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así
que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al
matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf.
Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de Israel cuando
celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14;cf. Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida
de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por
muchos" (Mc 10, 45).
Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre
609 Jesús,
al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los
amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "Nadie tiene mayor amor que
el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento
como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su
amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15;
5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre
y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la
doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de
Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).
Jesús anticipó en la cena la
ofrenda libre de su vida
610 Jesús expresó de forma suprema la ofrenda
libre de sí mismo en la cena tomada con los Doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en
"la noche en que fue entregado" (1 Co 11, 23). En la víspera de su
Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus apóstoles
el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la salvación
de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por
vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada
por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
611 La
Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Co 11,
25) de su sacrificio. Jesús incluye
a los apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19).
Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por
ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la
verdad" (Jn 17, 19; cf. Cc Trento: DS 1752, 1764).
La agonía de Getsemaní
612 El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús
anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a
continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42)
haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8).
Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz .." (Mt
26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza
humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna;
además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb
4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está
asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15),
de "el que vive" (Ap 1, 18; cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su
voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su
muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el
madero" (1 P 2, 24).
La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
613 La
muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la
redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del
"cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y
el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al
hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por
"la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,
28;cf. Lv 16, 15-16).
614 Este
sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios
(cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien
entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es
ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15,
13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo
(cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615
"Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos
justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo
la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en expiación",
"cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y cuyas
culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y
satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529).
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El "amor hasta el extremo"(Jn
13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y
de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos
en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo
nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto
murieron" (2 Co 5, 14). Ningún
hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los
pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia
en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza
a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad,
hace posible su sacrificio redentor por todos.
617 "Sua sanctissima passione in ligno
crucis nobis justif icationem meruit" ("Por su sacratísima pasión en
el madero de la cruz nos mereció la justificación")enseña el Concilio de
Trento (DS 1529) subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como
"causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la
Cruz cantando: "O crux, ave, spes unica" ("Salve, oh cruz, única
esperanza", himno "Vexilla Regis").
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz
es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los
hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada,
"se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2), él
"ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida,
se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). El llama a sus discípulos
a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque él "sufrió por
nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). El
quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus
primeros beneficiarios(cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza
en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de
su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):
Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo (Sta. Rosa de
Lima, vida)
RESUMEN
619 "Cristo
murió por nuestros pecados según las Escrituras"(1 Co 15, 3).
620 Nuestra
salvación procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque
"El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados"
(1 Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo"
(2 Co 5, 19).
621 Jesús
se ofreció libremente por nuestra salvación. Este don lo significa y lo realiza
por anticipado durante la última cena: "Este es mi cuerpo que va a ser
entregado por vosotros" (Lc 22, 19).
622 La
redención de Cristo consiste en que él "ha venido a dar su vida como
rescate por muchos" (Mt 20, 28), es decir "a amar a los suyos hasta
el extremo" (Jn 13, 1) para que ellos fuesen "rescatados de la
conducta necia heredada de sus padres" (1 P 1, 18).
623 Por
su obediencia amorosa a su Padre, "hasta la muerte de cruz" (Flp 2,
8) Jesús cumplió la misión expiatoria (cf. Is 53, 10) del Siervo doliente que
"justifica a muchos cargando con las culpas de ellos". (Is 53, 11; cf. Rm 5, 19).
|