II Para juzgar a vivos y muertos
678 Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10;
Joel 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su
predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta
de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3;
Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5). Entonces será condenada la
incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf Mt
11, 20-24; 12, 41-42). La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o
el rechazo de la gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en
el último día: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más
pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
679 Cristo
es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las
obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del
mundo. "Adquirió" este derecho por su Cruz. El Padre también ha
entregado "todo juicio al Hijo" (Jn 5, 22;cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31;
Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar
sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf. Jn 5, 26).
Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a
sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (cf. 1 Co 3, 12-
15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor (cf.
Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
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