I La misión conjunta del Hijo y del
Espíritu Santo
689 Aquel
al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo (cf. Ga
4, 6) es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable
de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el
mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e
individible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas.
Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su aliento: misión conjunta en la
que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna
duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es
el Espíritu Santo quien lo revela.
690 Jesús
es Cristo, "ungido", porque el Espíritu es su Unción y todo lo que
sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34). Cuando
por fin Cristo es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre,
enviar el Espíritu a los que creen en él: El les comunica su Gloria (cf. Jn 17,
22), es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica (cf. Jn 16, 14). La misión conjunta y mutua se desplegará
desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la
misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en él:
La noción de la unción sugiere
...que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto, de la
misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción del aceite ni la
razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así es inmediato el
contacto del Hijo con el Espíritu... de tal modo que quien va a tener contacto
con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente con el
óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por
eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en el Espíritu
Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes
delante de los que se acercan por la fe (San Gregorio Niceno, Spir. 3, 1).
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