III El Espíritu y la Palabra de Dios en el tiempo
de las promesas
702 Desde
el comienzo y hasta "la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), la Misión
conjunta del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero
activa. El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías, y ambos,
sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser
esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el
Antiguo Testamento (cf. 2 Co 3, 14), investiga en él (cf. Jn 5, 39-46) lo que
el Espíritu, "que habló por los profetas", quiere decirnos acerca de
Cristo.
Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los que
fueron inspirados por el Espíritu Santo en el vivo anuncio y en la redacción de
los Libros Santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tradición
judía distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas
[que nosotros llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos
[sobre todo sapienciales, en particular los Salmos, cf. Lc 24, 44].
En la Creación
703 La
Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de toda
creatura (cf. Sal 33, 6; 104, 30; Gn 1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10):
Es justo que el Espíritu Santo
reine, santifique y anime la creación porque es Dios consubstancial al Padre y
al Hijo ... A El se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios
guarda la creación en el Padre por el Hijo (Liturgia bizantina, Tropario de
maitines, domingos del segundo modo).
704
"En cuanto al hombre, es con sus propias manos [es decir, el Hijo y el
Espíritu Santo] como Dios lo hizo ... y él dibujó sobre la carne moldeada su propia
forma, de modo que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina"
(San Ireneo, dem. 11).
El Espíritu de la promesa
705
Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continua siendo "a
imagen de Dios", a imagen del Hijo, pero "privado de la Gloria de
Dios" (Rm 3, 23), privado de la "semejanza". La Promesa hecha a
Abraham inaugura la Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo
asumirá "la imagen" (cf. Jn 1, 14; Flp 2, 7) y la restaurará en
"la semejanza" con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu
"que da la Vida".
706 Contra
toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia, como fruto de
la fe y del poder del Espíritu Santo (cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella
serán bendecidas todas las naciones de la tierra (cf. Gn 12, 3). Esta
descendencia será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien la efusión del Espíritu Santo
formará "la unidad de los hijos de Dios dispersos" (cf. Jn 11, 52).
Comprometiéndose con juramento (cf. Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su
Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8, 32;Jn 3, 16) y al don del "Espíritu
Santo de la Promesa, que es prenda ... para redención del Pueblo de su
posesión" (Ef 1, 13-14; cf. Ga 3, 14).
En las Teofanías y en la Ley
707 Las Teofanías [manifestaciones de Dios]
iluminan el camino de la Promesa, desde los Patriarcas a Moisés y desde Josué
hasta las visiones que inauguran la misión de los grandes profetas. La
tradición cristiana siempre ha reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de
Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelado y "cubierto" por la nube
del Espíritu Santo.
708 Esta
pedagogía de Dios aparece especialmente en el don de la Ley (cf. Ex 19-20; Dt
1-11; 29-30), que fue dada como un "pedagogo" para conducir al Pueblo
hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su impotencia para salvar al hombre privado de la
"semejanza" divina y el conocimiento creciente que ella da del pecado
(cf. Rm 3, 20) suscitan el deseo del Espíritu Santo. Los gemidos de los Salmos lo atestiguan.
En el Reino y en el Exilio
709 La Ley,
signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón y las
instituciones del Pueblo salido de la fe de Abraham. "Si de veras escucháis
mi voz y guardáis mi alianza, ... seréis para mí un reino de sacerdotes y una
nación santa" (Ex 19,5-6; cf. 1 P 2, 9). Pero, después de David, Israel
sucumbe a la tentación de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues
bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David (cf. 2 S 7; Sal 89; Lc 1,
32-33) será obra del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres según el
Espíritu.
710 El
olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio,
aparente fracaso de las Promesas, es en realidad fidelidad misteriosa del Dios
Salvador y comienzo de una restauración prometida, pero según el Espíritu. Era
necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación (cf. Lc 24, 26); el
Exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de
pobres que vuelven del Exilio es una de la figuras más transparentes de la
Iglesia.
La espera del Mesías y de su Espíritu
711
"He aquí que yo lo renuevo"(Is 43, 19): dos líneas proféticas se van
a perfilar, una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio de un
Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los
Pobres (cf. So 2, 3), que aguardan en la esperanza la "consolación de
Israel" y "la redención de Jerusalén" (cf. Lc 2, 25. 38).
Ya se ha dicho cómo Jesús cumple
las profecías que a él se refieren. A continuación se describen aquellas en que
aparece sobre todo la relación del Mesías y de su Espíritu.
712 Los rasgos del rostro del Mesías
esperado comienzan a aparecer en el Libro del Emmanuel (cf. Is 6, 12)
("cuando Isaías tuvo la visión de la Gloria" de Cristo: Jn 12, 41),
en particular en Is 11, 1-2:
Saldrá un vástago del tronco de
Jesé,
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el Espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor.
713 Los rasgos del Mesías se revelan sobre
todo en los Cantos del Siervo (cf. Is 42, 1-9; cf. Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-34;
después Is 49, 1-6; cf. Mt 3, 17; Lc 2, 32, y en fin Is 50, 4-10 y 52, 13-53,
12). Estos cantos anuncian el sentido de la Pasión de Jesús, e indican
así cómo enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde
fuera, sino desposándose con nuestra "condición de esclavos" (Flp 2,
7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de
vida.
714 Por eso
Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este pasaje de
Isaías (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2):
El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,
a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
715 Los
textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son
oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la
Promesa, con los acentos del "amor y de la fidelidad" (cf. Ez. 11,
19; 36, 25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo cumplimiento
proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés, cf. Hch 2, 17-21). Según estas
promesas, en los "últimos tiempos", el Espíritu del Señor renovará el
corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará
a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios
habitará en ella con los hombres en la paz.
716 El
Pueblo de los "pobres" (cf. So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3; Is 49, 13;
61, 1; etc.), los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios
misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del
Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión escondida del
Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para preparar la venida de
Cristo. Esta es la calidad de corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el
Espíritu, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara
para el Señor "un pueblo bien dispuesto" (cf. Lc 1, 17).
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