II Morir en Cristo Jesús
1005 Para
resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario "dejar
este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En esta "partida"
(Flp 1,23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá con su
cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf. SPF 28).
La muerte
1006 "Frente
a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre" (GS 18).
En un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que
realmente es "salario del pecado" (Rm 6, 23;cf. Gn 2, 17). Y para los
que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte del Señor
para poder participar también en su Resurrección (cf. Rm 6, 3-9; Flp 3, 10-11).
1007 La
muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el
tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres
vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la
vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de
nuestra mortalidad sirve también par hacernos pensar que no contamos más que
con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida:
Acuérdate de tu Creador en tus días mozos, ... mientras no vuelva el polvo a
la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio (Qo
12, 1. 7).
1008 La
muerte es consecuencia del pecado. Intérprete auténtico de las afirmaciones
de la Sagrada Escritura (cf. Gn 2, 17; 3, 3; 3, 19; Sb 1, 13; Rm 5, 12; 6, 23)
y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el
mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el hombre poseyera
una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte fue
contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como
consecuencia del pecado (cf. Sb 2, 23-24). "La muerte temporal de la cual
el hombre se habría liberado si no hubiera pecado" (GS 18), es así
"el último enemigo" del hombre que debe ser vencido (cf. 1 Co 15,
26).
1009 La
muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también
la muerte, propia de la condición h umana. Pero, a pesar de su angustia frente
a ella (cf. Mc 14, 33-34; Hb 5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento
total y libre a la voluntad del Padre.La obediencia de Jesús transformó la
maldición de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21).
El sentido de la muerte cristiana
1010
Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí,
la vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta
afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él" (2 Tm 2,
11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el
cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir
una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma
este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a El
en su acto redentor:
Para mí es mejor morir en (eis)
Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a
El, que ha muerto por nosotros; lo quiero a El, que ha resucitado por nosotros.
Mi parto se aproxima ...Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí,
seré un hombre (San Ignacio de Antioquía, Rom. 6, 1-2).
1011 En la
muerte Dios llama al hombre hacia Sí. Por eso, el cristiano puede experimentar
hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: "Deseo partir y estar
con Cristo" (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto
de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46):
Mi deseo terreno ha desaparecido; ... hay en mí un agua viva que murmura y
que dice desde dentro de mí "Ven al Padre" (San Ignacio de Antioquía,
Rom. 7, 2).
Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir (Santa Teresa de Jesús,
vida 1).
Yo no muero, entro en la vida (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
1012 La
visión cristiana de la muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo
privilegiado en la liturgia de la Iglesia:
La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al
deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el
cielo.(MR, Prefacio de difuntos).
1013 La
muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y
de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el
designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin "el
único curso de nuestra vida terrena" (LG 48), ya no volveremos a otras
vidas terrenas. "Está establecido que los hombres mueran una sola
vez" (Hb 9, 27). No hay "reencarnación" después de la muerte.
1014 La
Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la
muerte repentina e imprevista, líbranos Señor": antiguas Letanías de los
santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora
de nuestra muerte" (Ave María), y a confiarnos a San José, Patrono de la
buena muerte:
Habrías de ordenarte en toda cosa
como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no
temerías mucho la muerte. Mejor
sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado,
¿cómo lo estarás mañana? (Imitación de Cristo 1, 23, 1).
Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la
voluntad de Dios!
(San Francisco de Asís, cant.)
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