III La purificación final o Purgatorio
1030 Los
que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente
purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su
muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en
la alegría del cielo.
1031 La
Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que
es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha
formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los
Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820: 1580). La
tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura
(por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio,
existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al
decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto
no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta
frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo,
pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39).
1032 Esta
enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la
que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este
sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del
pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la
memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el
sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan
llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de
penitencia en favor de los difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su
conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su
Padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por
los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los
que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo,
hom. in 1 Cor 41, 5).
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