VI La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva
1042 Al fin
de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del juicio
final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y
alma, y el mismo universo será renovado:
La Iglesia ... sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo...cuando
llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad,
también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza
su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo (LG 48).
1043 La
Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta
renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf.
Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de
"hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo
que está en la tierra" (Ef 1, 10).
1044 En
este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá
su morada entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de su ojos, y no
habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha
pasado" (Ap 21, 4;cf. 21, 27).
1045 Para
el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del
género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia
peregrina era "como el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a
Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21,
2), "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el
pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la
comunidad terrena de los hombres. La
visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los
elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.
1046 En
cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del
mundo material y del hombre:
Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los
hijos de Dios ... en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la
corrupción ... Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y
sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las
primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando
el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8, 19-23).
1047 Así
pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, "a
fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún
obstáculo esté al servicio de los justos", participando en su glorificación
en Jesucristo resucitado (San Ireneo, haer. 5, 32, 1).
1048 "Ignoramos
el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos
cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo,
deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una
nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya
bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en
los corazones de los hombres"(GS 39, 1).
1049
"No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más
bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo
de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo
nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno
del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en
que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al
Reino de Dios" (GS 39, 2).
1050
"Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia,
tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su
mandato, los encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y
transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y
universal" (GS 39, 3; cf. LG 2). Dios será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la vida
eterna:
La vida subsistente y verdadera
es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción
los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres,
hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna (San Cirilo de
Jerusalén, catech. ill. 18, 29).
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