III El Epíritu Santo y la Iglesia en la liturgia
1091
En la Liturgia, el
Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el artífice de las
"obras maestras de Dios" que son los sacramentos de la Nueva Alianza.
El deseo y la obra del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de
la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra en nosotros la respuesta
de fe que él ha suscitado, entonces se realiza una verdadera cooperación. Por
ella, la Liturgia viene a ser la obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia.
1092 En
esta dispensación sacramental del misterio de Cristo, el Espíritu Santo actúa
de la misma manera que en los otros tiempos de la Economía de la salvación:
prepara la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a
Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el misterio de Cristo
por su poder transformador; finalmente, el Espíritu de comunión une la Iglesia
a la vida y a la misión de Cristo.
El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
1093 El
Espíritu Santo realiza en la economía sacramental las figuras de la Antigua
Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba "preparada
maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza"
(LG 2), la Liturgia de la Iglesia conserva como una parte integrante e
irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua
Alianza:
– principalmente la lectura del Antiguo Testamento;
– la oración de los Salmos;
– y sobre todo la memoria de los
acontecimientos salvíficos y de las realidades significativas que encontraron
su cumplimiento en el misterio de Cristo (la Promesa y la Alianza; el Exodo y
la Pascua, el Reino y el Templo; el Exilio y el Retorno).
1094 Sobre esta armonía de los dos Testamentos
(cf DV 14-16) se articula la catequesis pascual del Señor (cf Lc 24,13- 49), y
luego la de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis
pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento:
el misterio de Cristo. Es llamada
catequesis "tipológica", porque revela la novedad de Cristo a partir
de "figuras" (tipos) que la anunciaban en los hechos, las palabras y
los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de Verdad
a partir de Cristo, las figuras son explicadas (cf 2 Co 3, 14-16). Así,
el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf 1 P
3,21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la
figura de los dones espirituales de Cristo (cf 1 Co 10,1-6); el maná del
desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo" (Jn
6,32).
1095 Por
eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre
todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos acontecimientos de la
historia de la salvación en el "hoy" de su Liturgia. Pero esto exige
también que la catequesis ayude a los fieles a abrirse a esta inteligencia
"espiritual" de la Economía de la salvación, tal como la Liturgia de
la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir.
1096 Liturgia
judía y liturgia cristiana. Un mejor conocimiento de la fe y la vida
religiosa del pueblo judío tal como son profesadas y vividas aún hoy, puede
ayudar a comprender mejor ciertos aspectos de la Liturgia cristiana. Para los
judíos y para los cristianos la Sagrada Escritura es una parte esencial de sus
respectivas liturgias: para la proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta
a esta Palabra, la adoración de alabanza y de intercesión por los vivos y los
difuntos, el recurso a la misericordia divina. La liturgia de la Palabra, en su
estructura propia, tiene su origen en la oración judía. La oración de las
Horas, y otros textos y formularios litúrgicos tienen sus paralelos también en
ella, igual que las mismas fórmulas de nuestras oraciones más venerables, por
ejemplo, el Padre Nuestro. Las
plegarias eucarísticas se inspiran también en modelos de la tradición judía. La
relación entre liturgia judía y liturgia cristiana, pero también la diferencia
de sus contenidos, son particularmente visibles en las grandes fiestas del año
litúrgico como la Pascua. Los cristianos y los judíos celebran la Pascua:
Pascua de la historia, orientada hacia el porvenir en los judíos; Pascua realizada
en la muerte y la resurrección de Cristo en los cristianos, aunque siempre en
espera de la consumación definitiva.
1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza,
toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía y de los
sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea litúrgica
recibe su unidad de la "comunión del Espíritu Santo" que reúne a los
hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las
afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.
1098 La
Asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser "un
pueblo bien dispuesto". Esta
preparación de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de la
Asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu Santo
tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad
del Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias
ofrecidas en la celebración misma y a los frutos de vida nueva que está llamada
a producir.
El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo
1099 El
Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su obra de
salvación en la Liturgia. Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en
los otros sacramentos, la Liturgia es Memorial del Misterio de la
salvación. El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf Jn 14,26).
1100 La Palabra
de Dios. El Espíritu Santo recuerda primeramente a la asamblea litúrgica el
sentido del acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que
es anunciada para ser recibida y vivida:
La importancia de la Sagrada
Escritura en la celebración de la liturgia es máxima. En efecto, de ella se
toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se
cantan; las preces, oraciones e himnos litúrgicos están impregnados de su
aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las acciones y los
signos (SC 24).
1101 El Espíritu Santo es quien da a los lectores
y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia
espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras, las acciones y los
símbolos que constituyen la trama de una celebración, el Espíritu Santo pone a
los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del
Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen,
contemplan y realizan en la celebración.
1102 "La fe se suscita en el corazón de
los no creyentes y se alimenta en el corazón de los creyentes con la palabra de
la salvación. Con la fe empieza y se desarrolla la comunidad de los
creyentes" (PO 4). El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a una
enseñanza: exige la respuesta de fe, como consentimiento y compromiso,
con miras a la Alianza entre Dios y su pueblo. Es también el Espíritu Santo
quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad. La
asamblea litúrgica es ante todo comunión en la fe.
1103 La
Anamnesis. La celebración
litúrgica se refiere siempre a las intervenciones salvíficas de Dios en la
historia. "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras
intrínsecamente ligadas; ... las palabras proclaman las obras y explican su
misterio" (DV 2). En la Liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo
"recuerda" a la Asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros.
Según la naturaleza de las acciones litúrgicas y las tradiciones rituales de
las Iglesias, una celebración "hace memoria" de las maravillas de Dios
en una Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu Santo, que despierta así
la memoria de la Iglesia, suscita entonces la acción de gracias y la alabanza
(Doxología).
El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo
1104 La
Liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino
que los actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de Cristo se
celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de
ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único
Misterio.
1105 La Epiclesis
("invocación sobre") es la intercesión mediante la cual el sacerdote
suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se
conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al
recibirlos, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios.
1106 Junto
con la Anámnesis, la Epíclesis es el centro de toda celebración sacramental, y
muy particularmente de la Eucaristía:
Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino...en
Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que
sobrepasa toda palabra y todo pensamiento...Que te baste oír que es por la
acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al
mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la carne humana
(S. Juan Damasceno, f.o., IV, 13).
1107 El
poder transformador del Espíritu Santo en la Liturgia apresura la venida del
Reino y la consumación del Misterio de la salvación. En la espera y en la
esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa.
Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la
vida a los que lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora, "las
arras" de su herencia (cf Ef 1,14; 2 Co 1,22).
La comunión del Espíritu Santo
1108 La
finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en
comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es como la savia
de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf Jn 15,1-17; Ga
5,22). En la Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre el Espíritu
Santo y la Iglesia. El Espíritu de Comunión permanece indefectiblemente en la
Iglesia, y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que
reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu en la Liturgia es
inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna (cf 1 Jn
1,3-7).
1109 La
Epíclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de la Asamblea
con el Misterio de Cristo. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor
de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo" (2 Co 13,13) deben
permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la celebración
eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre que envíe el Espíritu Santo
para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la
transformación espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad de
la Iglesia y la participación en su misión por el testimonio y el servicio de
la caridad.
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