IV Los sacramentos de la salvación
1127 Celebrados dignamente en la fe, los
sacramentos confieren la gracia que significan (cf Cc. de Trento: DS 1605 y
1606). Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo; El es quien
bautiza, él quien actúa en sus sacramentos con el fin de comunicar la gracia
que el sacramento significa. El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia
de su Hijo que, en la epíclesis de cada sacramento, expresa su fe en el poder
del Espíritu. Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el
Espíritu Santo transforma en Vida divina lo que se somete a su poder.
1128 Tal es
el sentido de la siguiente afirmación de la Iglesia (cf Cc. de Trento: DS
1608): los sacramentos obran ex opere operato (según las palabras mismas
del Concilio: "por el hecho mismo de que la acción es realizada"), es
decir, en virtud de la obra salvífica de Cristo, realizada de una vez por
todas. De ahí se sigue que "el sacramento no actúa en virtud de la
justicia del hombre que lo da o que lo recibe, sino por el poder de Dios"
(S. Tomás de A., STh 3,68,8). En consecuencia, siempre que un sacramento es
celebrado conforme a la intención de la Iglesia, el poder de Cristo y de su
Espíritu actúa en él y por él, independientemente de la santidad personal del
ministro. Sin embargo, los frutos de
los sacramentos dependen también de las disposiciones del que los recibe.
1129 La
Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos de la Nueva Alianza son
necesarios para la salvación (cf Cc. de Trento: DS 1604). La "gracia
sacramental" es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de
cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben
conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en
que el Espíritu de adopción deifica (cf 2 P 1,4) a los fieles uniéndolos
vitalmente al Hijo único, el Salvador.
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