III ¿Cuándo celebrar?
El tiempo litúrgico
1163
"La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de
salvación de su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a
través del año. Cada semana, en el día que llamó 'del Señor', conmemora su
resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en
la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla
todo el misterio de Cristo... Al
conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y
de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo,
durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la
gracia de la salvación" (SC 102).
1164 El pueblo de Dios, desde la ley mosaica,
tuvo fiestas fijas a partir de la Pascua, para conmemorar las acciones
maravillosas del Dios Salvador, para darle gracias por ellas, perpetuar su
recuerdo y enseñar a las nuevas generaciones a conformar con ellas su conducta.
En el tiempo de la Iglesia, situado entre la Pascua de Cristo, ya
realizada una vez por todas, y su consumación en el Reino de Dios, la liturgia
celebrada en días fijos está toda ella impregnada por la novedad del Misterio
de Cristo.
1165 Cuando
la Iglesia celebra el Misterio de Cristo, hay una palabra que jalona su
oración: ¡Hoy!, como eco de la oración que le enseñó su Señor (Mt 6,11)
y de la llamada del Espíritu Santo (Hb 3,7-4,11; Sal 95,7). Este "hoy" del Dios vivo al que el
hombre está llamado a entrar, es la "Hora" de la Pascua de Jesús que
es eje de toda la historia humana y la guía:
La vida se ha extendido sobre
todos los seres y todos están llenos de una amplia luz: el Oriente de los
orientes invade el universo, y el que existía "antes del lucero de la
mañana" y antes de todos los astros, inmortal e inmenso, el gran Cristo
brilla sobre todos los seres más que el sol. Por eso, para nosotros que creemos
en él, se instaura un día de luz, largo, eterno, que no se extingue: la Pascua
mística (S. Hipólito, pasc. 1-2).
El día del Señor
1166
"La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo
día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días,
en el día que se llama con razón 'día del Señor' o domingo" (SC 106). El
día de la Resurrección de Cristo es a la vez el "primer día de la
semana", memorial del primer día de la creación, y el "octavo
día" en que Cristo, tras su "reposo" del gran Sabbat, inaugura
el Día "que hace el Señor", el "día que no conoce ocaso"
(Liturgia bizantina). El "banquete del Señor" es su centro, porque es
aquí donde toda la comunidad de los fieles encuentra al Señor resucitado que
los invita a su banquete (cf Jn 21,12; Lc 24,30):
El día del Señor, el día de la Resurrección, el día de los cristianos, es
nuestro día. Por eso es llamado día del Señor: porque es en este día cuando el
Señor subió victorioso junto al Padre. Si los paganos lo llaman día del sol,
también lo hacemos con gusto; porque hoy ha amanecido la luz del mundo, hoy ha
aparecido el sol de justicia cuyos rayos traen la salvación (S. Jerónimo,
pasch.).
1167 El
domingo es el día por excelencia de la Asamblea litúrgica, en que los fieles
"deben reunirse para, escuchando loa palabra de Dios y participando en la
Eucaristía, recordar la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y
dar gracias a Dios, que los 'hizo renacer a la esperanza viva por la
resurrección de Jesucristo de entre los muertos'" (SC 106):
Cuando meditamos, oh Cristo, las maravillas que fueron realizadas en este
día del domingo de tu santa Resurrección, decimos: Bendito es el día del
domingo, porque en él tuvo comienzo la Creación...la salvación del mundo...la
renovación del género humano...en él el cielo y la tierra se regocijaron y el
universo entero quedó lleno de luz. Bendito es el día del domingo, porque en él
fueron abiertas las puertas del paraíso para que Adán y todos los desterrados
entraran en él sin temor (Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol 6, 1ª parte
del verano, p.193b).
El año litúrgico
1168 A
partir del "Triduo Pascual", como de su fuente de luz, el tiempo
nuevo de la Resurrección llena todo el año litúrgico con su resplandor. De esta
fuente, por todas partes, el año entero queda transfigurado por la Liturgia. Es
realmente "año de gracia del Señor" (cf Lc 4,19). La Economía de la
salvación actúa en el marco del tiempo, pero desde su cumplimiento en la Pascua
de Jesús y la efusión del Espíritu Santo, el fin de la historia es anticipado,
como pregustado, y el Reino de Dios irrumpe en el tiempo de la humanidad.
1169 Por
ello, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la
"Fiesta de las fiestas", "Solemnidad de las solemnidades",
como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). S.
Atanasio la llama "el gran domingo" (Ep. fest. 329), así como la Semana
santa es llamada en Oriente "la gran semana". El Misterio de la
Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro
viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido.
1170 En el
Concilio de Nicea (año 325) todas las Iglesias se pusieron de acuerdo para que
la Pascua cristiana fuese celebrada el domingo que sigue al plenilunio (14 del
mes de Nisán) después del equinoccio de primavera.Por causa de los diversos
métodos utilizados para calcular el 14 del mes de Nisán, en las Iglesias de
Occidente y de Oriente no siempre coincide la fecha de la Pascua. Por eso,
dichas Iglesias buscan hoy un acuerdo, para llegar de nuevo a celebrar en una
fecha común el día de la Resurrección del Señor.
1171 El año
litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual.
Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio
de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el comienzo
de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de Pascua.
El santoral en el año
litúrgico
1172
"En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la
santa Iglesia venera con especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la
Virgen María, unida con un vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo;
en ella mira y exalta el fruto excelente de la redención y contempla con gozo,
como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y
espera ser" (SC 103).
1173 Cuando
la Iglesia, en el ciclo anual, hace memoria de los mártires y los demás santos
"proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo
y han sido glorificados con El; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a
todos por medio de Cristo al Padre, y por sus méritos implora los beneficios
divinos" (SC 104; cf SC 108 y 111).
La Liturgia de las Horas
1174 El
Misterio de Cristo, su Encarnación y su Pascua, que celebramos en la
Eucaristía, especialmente en la Asamblea dominical, penetra y transfigura el
tiempo de cada día mediante la celebración de la Liturgia de las Horas,
"el Oficio divino" (cf SC IV). Esta celebración, en fidelidad a las
recomendaciones apostólicas de "orar sin cesar" (1 Ts 5,17; Ef 6,18),
"está estructurada de tal manera que la alabanza de Dios consagra el curso
entero del día y de la noche" (SC 84). Es "la oración pública de la Iglesia" (SC 98) en la cual los
fieles (clérigos, religiosos y laicos) ejercen el sacerdocio real de los bautizados.
Celebrada "según la forma aprobada" por la Iglesia, la
Liturgia de las Horas "realmente es la voz de la misma Esposa la que habla
al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al
Padre" (SC 84).
1175 La
Liturgia de las Horas está llamada a ser la oración de todo el Pueblo de Dios.
En ella, Cristo mismo "sigue ejerciendo su función sacerdotal a través de
su Iglesia" (SC 83); cada uno participa en ella según su lugar propio en
la Iglesia y las circunstancias de su vida: los sacerdotes en cuanto entregados
al ministerio pastoral, porque son llamados a permanecer asiduos en la oración
y el servicio de la Palabra (cf. SC 86 y 96; PO 5); los religiosos y religiosas
por el carisma de su vida consagrada (cf SC 98); todos los fieles según sus
posibilidades: "Los pastores de almas debe procurar que las Horas
principales, sobre todo las Vísperas, los domingos y fiestas solemnes, se
celebren en la en la Iglesia comunitariamente. Se recomienda que también los
laicos recen el Oficio divino, bien con los sacerdotes o reunidos entre sí, e
incluso solos" (SC 100).
1176
Celebrar la Liturgia de las Horas exige no solamente armonizar la voz con el
corazón que ora, sino también "adquirir una instrucción litúrgica y bíblica
más rica especialmente sobre los salmos" (SC 90).
1177 Los
signos y las letanías de la Oración de las Horas insertan la oración de los
salmos en el tiempo de la Iglesia, expresando el simbolismo del momento del
día, del tiempo litúrgico o de la fiesta celebrada. Además, la lectura de la
Palabra de Dios en cada Hora (con los responsorios y los troparios que le
siguen), y, a ciertas Horas, las lecturas de los Padres y maestros
espirituales, revelan más profundamente el sentido del Misterio celebrado,
ayudan a la inteligencia de los salmos y preparan para la oración silenciosa.
La lectio divina, en la que la Palabra de Dios es leída y meditada para
convertirse en oración, se enraíza así en la celebración litúrgica.
1178 La
Liturgia de las Horas, que es como una prolongación de la celebración
eucarística, no excluye sino acoge de manera complementaria las diversas
devociones del Pueblo de Dios, particularmente la adoración y el culto del
Santísimo Sacramento.
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