V El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia
1356 Si los
cristianos celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma que, en su
substancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de
liturgias, sucede porque sabemos que estamos sujetos al mandato del Señor, dado
la víspera de su pasión: "haced esto en memoria mía" (1 Co 11,24-25).
1357
Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de su sacrificio.
Al hacerlo, ofrecemos al Padre lo que él mismo nos ha dado: los dones de
su Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder del Espíritu Santo y
las palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: Así Cristo
se hace real y misteriosamente presente.
1358 Por
tanto, debemos considerar la Eucaristía
— como acción de gracias y alabanza al Padre
— como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
— como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu.
La acción de gracias y la alabanza al Padre
1359 La
Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es
también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la
creación. En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es
presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo,
la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por
todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la
humanidad.
1360 La
Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la
cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por
todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación.
"Eucaristía" significa, ante todo, acción de gracias.
1361 La
Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia
canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio de
alabanza sólo es posible a través de Cristo: él une los fieles a su persona, a
su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al
Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en
él.
El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia
1362 La
Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda
sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su
Cuerpo. En todas las plegarias
eucarísticas encontramos, tras las palabras de la institución, una oración
llamada anámnesis o memorial.
1363 En el sentido empleado por la Sagrada
Escritura, el memorial no es solamente el recuerdo de los
acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha
realizado en favor de los hombres (cf Ex 13,3). En la celebración litúrgica,
estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta
manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la pascua,
los acontecimientos del Exodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes
a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos.
1364 El
memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia
celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y esta se hace
presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz,
permanece siempre actual (cf Hb 7,25-27): "Cuantas veces se renueva en el
altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado,
se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3).
1365 Por
ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio.
El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas
de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por
vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será
derramada por vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la
cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos para remisión de los
pecados" (Mt 26,28).
1366 La
Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente)
el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su
fruto:
(Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas,
muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para
ellos (los hombres) una redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía
poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche en
que fue entregado" (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa
amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana), donde
sería representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez
en la cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23)
y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecados que
cometemos cada día (Cc. de Trento: DS 1740).
1367 El
sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único
sacrificio: "Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el
ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz.
Sólo difiere la manera de ofrecer": (Cc. de Trento, Sess. 22a., Doctrina
de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en este divino
sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola incruentamente el
mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí mismo una vez de
modo cruento"; …este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio"
(Ibid).
1368 La
Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el
Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece
totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la
Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de
su Cuerpo. La vida de los fieles, su
alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a
su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de
Cristo, presente sobre el altar, da a todas alas generaciones de cristianos la
posibilidad de unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es
con frecuencia representada como una mujer en oración, los brazos extendidos en
actitud de orante. Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz, por él,
con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres.
1369 Toda
la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo. Encargado del
ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado a toda
celebración de la Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor de la
unidad de la Iglesia universal. El obispo del lugar es siempre
responsable de la Eucaristía, incluso cuando es presidida por un presbítero;
el nombre del obispo se pronuncia en ella para significar su presidencia de la
Iglesia particular en medio del presbiterio y con la asistencia de los diáconos.
La comunidad intercede también por todos los ministros que, por ella y con
ella, ofrecen el sacrificio eucarístico:
Que sólo sea considerada como legítima la eucaristía que se hace bajo la
presidencia del obispo o de quien él ha señalado para ello (S. Ignacio de
Antioquía, Smyrn. 8,1).
Por medio del ministerio de los presbíteros, se realiza a la perfección el
sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, único
Mediador. Este, en nombre de toda la Iglesia, por manos de los presbíteros, se
ofrece incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor venga
(PO 2).
1370 A la
ofrenda de Cristo se unen no sólo los miembros que están todavía aquí abajo,
sino también los que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece
el sacrificio eucarístico en comunión con la santísima Virgen María y haciendo
memoria de ella así como de todos los santos y santas. En la Eucaristía, la
Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la
intercesión de Cristo.
1371 El sacrificio
eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos "que han
muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados" (Cc. de
Trento: DS 1743), para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo:
Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado;
solamente os ruego que, dondequiera que os hallareis, os acordéis de mi ante el
altar del Señor (S. Mónica, antes de su muerte, a S. Agustín y su hermano;
Conf. 9,9,27).
A continuación oramos (en la anáfora) por los santos padres y obispos
difuntos, y en general por todos los que han muerto antes que nosotros,
creyendo que será de gran provecho para las almas, en favor de las cuales es
ofrecida la súplica, mientras se halla presente la santa y adorable
víctima...Presentando a Dios nuestras súplicas por los que han muerto, aunque
fuesen pecadores,... presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados,
haciendo propicio para ellos y para nosotros al Dios amigo de los hombres (s.
Cirilo de Jerusalén, Cateq. mist. 5, 9.10).
1372 S.
Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que nos impulsa a una
participación cada vez más completa en el sacrificio de nuestro Redentor que
celebramos en la Eucaristía:
Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de los
santos, es ofrecida a Dios como un sacrificio universal por el Sumo Sacerdote
que, bajo la forma de esclavo, llegó a ofrecerse por nosotros en su pasión,
para hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza...Tal es el sacrificio
de los cristianos: "siendo muchos, no formamos más que un sólo cuerpo en
Cristo" (Rm 12,5). Y este sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo
en el Sacramento del altar bien conocido de los fieles, donde se muestra que en
lo que ella ofrece se ofrece a sí misma (civ. 10,6).
La presencia de Cristo por el
poder de su Palabra y del Espíritu Santo
1373 "Cristo Jesús que murió, resucitó,
que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,34), está
presente de múltiples maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la
oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi
nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46),
en los sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y en la
persona del ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo
las especies eucarísticas" (SC 7).
1374 El
modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos
los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y
el fin al que tienden todos los sacramentos" (S. Tomás de A., s.th. 3, 73,
3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera,
real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la
divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo
entero" (Cc. de Trento: DS 1651). "Esta presencia se
denomina `real', no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen
`reales', sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo,
Dios y hombre, se hace totalmente presente" (MF 39).
1375
Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo
se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con
fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la
acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, S. Juan Crisóstomo
declara que:
No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y
Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El
sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su
gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra
transforma las cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6).
Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:
Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha
producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la
bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza
misma resulta cambiada...La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que
no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía?
Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela (myst.
9,50.52).
1376 El
Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo,
nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era
verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta
convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan
y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia
del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la
substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente
a este cambio transubstanciación" (DS 1642).
1377 La
presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y
dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo
entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus
partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Cc. de Trento:
DS 1641).
1378 El
culto de la Eucaristía. En la
liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo
las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o
inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. "La
Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe
al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera
de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas,
presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en
procesión" (MF 56).
1379 El
Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la
Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la
misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su
Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa
del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe
estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar
construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real
de Cristo en el santo sacramento.
1380 Es
grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de
esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma
visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en
la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con
que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida.
En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de
nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda
bajo los signos que expresan y comunican este amor:
La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús
nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a
encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a
reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración.
(Juan Pablo II, lit. Dominicae Cenae, 3).
1381
"La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de
Cristo en este sacramento, `no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino
solo por la fe , la cual se apoya en la autoridad de Dios'. Por ello,
comentando el texto de S. Lucas 22,19: `Esto es mi Cuerpo que será entregado
por vosotros', S. Cirilo declara: `No te preguntes si esto es verdad, sino
acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no
miente" (S. Tomás de Aquino, s.th. 3,75,1, citado por Pablo VI, MF 18):
Adoro te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia te contemplans totum deficit.
Visus, gustus, tactus in te fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur:
Credo quidquod dixit Dei Filius:
Nil hoc Veritatis verbo verius.
(Adórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente:
A ti mi corazón totalmente se somete,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.
La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;
sólo con el oído se llega a tener fe segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de Verdad.)
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