VI El banquete pascual
1382 La
misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se
perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el
Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico
está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por
medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por
nosotros.
1383 El
altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía,
representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la
mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo
de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como
la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se
nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo sino la imagen del Cuerpo
de Cristo?", dice S. Ambrosio (sacr. 5,7), y en otro lugar: "El altar
representa el Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el
altar" (sacr. 4,7). La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la
comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora:
Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a
tu presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos
recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar,
seamos colmados de gracia y bendición.
“Tomad y comed todos de él”:
la comunión
1384 El Señor nos dirige una invitación
urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: "En verdad en
verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su
sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6,53).
1385 Para
responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan
grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el
pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre
del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del
cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio
castigo" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave
debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
1386 Ante
la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con
fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor, no soy
digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme".
En la Liturgia de S. Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu:
Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios. Porque no diré el secreto a tus enemigos ni te
daré el beso de Judas. Sino que, como el buen ladrón, te digo: Acuérdate de mí,
Señor, en tu Reino.
1387 Para
prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben
observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf [link] CIC can.
919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el
respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro
huésped.
1388 Es
conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas
disposiciones (cf [link] CIC, can. 916), comulguen
cuando participan en la misa (cf [link] CIC, can
917. Los fieles, en el mismo día, pueden recibir la Santísima
Eucaristía sólo una segunda vez: Cf Pontificia Commissio Codici Iuris Canonici
Authentice Interpretando, Responsa ad proposita dubia, 1: AAS 76 (1984) 746):
"Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa,
recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo
sacrificio, el cuerpo del Señor" (SC 55).
1389 La
Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la
divina liturgia (cf OE 15) y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, s
i es posible en tiempo pascual (cf [link] CIC, can. 920),
preparados por el sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda
vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de
fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días.
1390
Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la
comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de
gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar
se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino.
"La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se
hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se
manifiesta el signo del banquete eucarístico" (IGMR 240). Es la forma habitual de comulgar en los ritos
orientales.
Los frutos de la comunión
1391 La
comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la
comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto,
el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en
él" (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete
eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por
el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):
Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo,
proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como
cuando el ángel dijo a María de Magdala: "¡Cristo ha resucitado!" He
aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe
a Cristo (Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237 a-b).
1392 Lo que
el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza
de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de
Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5),
conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este
crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión
eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte,
cuando nos sea dada como viático.
1393 La
comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por
nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el
perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a
Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos
de futuros pecados:
"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor" (1 Co
11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los
pecados . Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los
pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo
que peco siempre, debo tener siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4, 28).
1394 Como
el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía
fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta
caridad vivificada borra los pecados veniales (cf Cc. de Trento: DS
1638). Dándose a nosotros, Cristo
reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con
las criaturas y de arraigarnos en él:
Porque Cristo murió por nuestro
amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos
que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente
que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea
infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios corazones, con objeto de que
consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir
crucificados para el mundo...y, llenos de caridad, muertos para el pecado
vivamos para Dios (S. Fulgencio de Ruspe, Fab. 28,16-19).
1395 Por la misma caridad que enciende en
nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto
más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto
más difícil se nos hará romper con él por el pecado mortal. La
Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio
del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el
sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.
1396 La
unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más
estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los
fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica,
profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el
Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13). La
Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no
es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es
comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un
solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co
10,16-17):
Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que
es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro.
Respondéis "Amén" (es decir, "sí", "es verdad") a
lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes
"amén". Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para
que tu "amén" sea también verdadero (S. Agustín, serm. 272).
1397 La Eucaristía entraña un compromiso en
favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de
Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres,
sus hermanos (cf Mt 25,40):
Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta
mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno
de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha
invitado a ella. Y tú, aún
así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co
27,4).
1398 La Eucaristía y la unidad de los
cristianos. Ante la grandeza de esta misterio, S. Agustín exclama: "O
sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!"
("¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de
caridad!", Ev. Jo. 26,13; cf SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen
sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la
mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para que
lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en él.
1399 Las Iglesias
orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica celebran la
Eucaristía con gran amor. "Mas como estas Iglesias, aunque separadas,
tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión
apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con
nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta comunión in
sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no solamente es posible, sino
que se aconseja...en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica"
(UR 15, cf [link] CIC can. 844,3).
1400 Las
comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica,
"sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la
sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico" (UR 22). Por esto,
para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no
es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la
Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión
de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (UR 22).
1401 Si, a
juicio del ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros católicos
pueden administrar los sacramentos (eucaristía, penitencia, unción de los
enfermos) a cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica,
pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se precisa
que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien
dispuestos (cf [link] CIC, can. 844,4).
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