VII La Eucaristía, "Pignus futurae gloriae"
1402 En una
antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía:
"O sacrum convivium in quo Christus sumitur . Recolitur
memoria passionis eius; mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus
datur" ("¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra
comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se
nos da la prenda de la gloria futura!"). Si la Eucaristía es el memorial
de la Pascua del Señor y s i por nuestra comunión en el altar somos colmados
"de toda bendición celestial y gracia" (MR, Canon Romano 96:
"Supplices te rogamus"), la Eucaristía es también la anticipación de
la gloria celestial.
1403 En la
última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el
cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde ahora
no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de
nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada
vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se
dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora su
venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap
22,20), "que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
1404 La
Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en
medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos
la Eucaristía "expectantes beatam spem et adventum
Salvatoris nostri Jesu Christi" ("Mientras esperamos la
gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo", Embolismo después del
Padre Nuestro; cf Tt 2,13), pidiendo entrar "en tu reino, donde esperamos
gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las
lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos
para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por
Cristo, Señor Nuestro" (MR, Plegaria Eucarística 3, 128: oración por los
difuntos).
1405 De
esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que
habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más
manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio,
"se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un
mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para
vivir en Jesucristo para siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2).
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