RESUMEN
1406 Jesús
dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá
para siempre...el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida
eterna...permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 51.54.56).
1407 La
Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella
Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y
acción de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio
de este sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es
la Iglesia.
1408 La
celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la Palabra de
Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo
por el don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación en
el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor:
estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.
1409 La
Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la
salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra
que se hace presente por la acción litúrgica.
1410 Es
Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien, por el
ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el
mismo Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la
ofrenda del sacrificio eucarístico.
1411 Sólo
los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar
el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
1412 Los
signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid,
sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero
pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última cena:
"Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros...Este es el cáliz de mi
Sangre..."
1413 Por
la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino,
Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y
substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc. de
Trento: DS 1640; 1651).
1414 En
cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de los
pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios
espirituales o temporales.
1415 El
que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en estado
de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe
acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el
sacramento de la Penitencia.
1416 La
Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del
comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de
pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo
son reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la
Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
1417 La
Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada comunión
cuando participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la
obligación de hacerlo al menos una vez al año.
1418 Puesto
que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es preciso honrarlo
con culto de adoración. "La visita al Santísimo Sacramento es una prueba
de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro
Señor" (MF).
1419 Cristo,
que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria
que tendremos junto a él: la participación en el Santo Sacrificio nos
identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar
de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la
Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.
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