II Por qué un sacramento de la reconciliación después del bautismo
1425 "Habéis sido lavados, habéis sido santificados,
habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de
nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don
de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para
comprender hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquél que "se
ha revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol S. Juan dice también:
"Si decimos: `no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en
nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona
nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al
perdón que Dios concederá a nuestros pecados.
1426 La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento
por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo
recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante él"
(Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada
ante él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación
cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni
la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que
permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate
de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (cf DS 1515). Esta lucha es
la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el
Señor no cesa de llamarnos (cf DS 1545; LG 40).
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