III La conversión de los
bautizados
1427 Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una
parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino
de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la
predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no
conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal
de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el
Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir,
la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.
1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue
resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una
tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a
los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de
purificación constante,busca sin cesar la penitencia y la renovación" (LG
8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento
del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia
(cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado
primero (cf 1 Jn 4,10).
1429 De ello da testimonio la conversión de S. Pedro tras
la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús
provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del
Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda
conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la
llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap 2,5.16).
S. Ambrosio dice acerca de las dos
conversiones que, en la Iglesia, "existen el agua y las lágrimas: el agua
del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia" (Ep. 41,12).
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