IX Los efectos de este sacramento
1468 "Toda la virtud de la penitencia
reside en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con él con profunda
amistad" (Catech. R. 2, 5, 18). El fin y el efecto de este sacramento son,
pues, la reconciliación con Dios. En los que reciben el sacramento de la
Penitencia con un corazón contrito y con una disposición religiosa, "tiene
como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un
profundo consuelo espiritual" (Cc. de Trento: DS 1674). En efecto, el
sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera
"resurrección espiritual", una restitución de la dignidad y de los
bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la
amistad de Dios (Lc 15,32).
1469 Este
sacramento reconcilia con la Iglesia al penitente. El pecado menoscaba o
rompe la comunión fraterna. El sacramento de la Penitencia la repara o la
restaura. En este sentido, no cura solamente al que se reintegra en la comunión
eclesial, tiene también un efecto vivificante sobre la vida de la Iglesia que
ha sufrido por el pecado de uno de sus miembros (cf 1 Co 12,26). Restablecido o
afirmado en la comunión de los santos, el pecador es fortalecido por el
intercambio de los bienes espirituales entre todos los miembros vivos del
Cuerpo de Cristo, estén todavía en situación de peregrinos o que se hallen ya
en la patria celestial (cf LG 48-50):
Pero hay que añadir que tal reconciliación con Dios tiene como consecuencia,
por así decir, otras reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el
pecado: el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más
íntimo de su propio ser, en el que recupera la propia verdad interior; se
reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se
reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación (RP 31).
1470 En
este sacramento, el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa
en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida
terrena. Porque es ahora, en esta vida, cuando nos es ofrecida la elección
entre la vida y la muerte, y sólo por el camino de la conversión podemos entrar
en el Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap
22,15). Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de
la muerte a la vida "y no incurre en juicio" (Jn 5,24).
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