IV Efectos de la celebración de este sacramento
1520 Un
don particular del Espíritu Santo. La gracia primera de este sacramento es
un gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades propias
del estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez. Esta gracia es
un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y fortalece
contra las tentaciones del maligno, especialmente tentación de desaliento y de
angustia ante la muerte (cf. Hb 2,15). Esta asistencia del Señor por la fuerza
de su Espíritu quiere conducir al enfermo a la curación del alma, pero también
a la del cuerpo, si tal es la voluntad de Dios (cf Cc. de Florencia: DS 1325).
Además, "si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St 5,15;
cf Cc. de Trento: DS 1717).
1521 La
unión a la Pasión de Cristo. Por la gracia de est e sacramento, el enfermo
recibe la fuerza y el don de unirse más íntimamente a la Pasión de Cristo: en
cierta manera es consagrado para dar fruto por su configuración con la
Pasión redentora del Salvador. El sufrimiento, secuela del pecado original,
recibe un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica de
Jesús.
1522 Una
gracia eclesial. Los enfermos que reciben este sacramento, "uniéndose
libremente a la pasión y muerte de Cristo, contribuyen al bien del Pueblo de
Dios" (LG 11). Cuando celebra este sacramento, la Iglesia, en la comunión
de los santos, intercede por el bien del enfermo. Y el enfermo, a su vez, por
la gracia de este sacramento, contribuye a la santificación de la Iglesia y al
bien de todos los hombres por los que la Iglesia sufre y se ofrece, por Cristo,
a Dios Padre.
1523 Una
preparación para el último tránsito. Si el sacramento de la unción de los enfermos es concedido a todos los que
sufren enfermedades y dolencias graves, lo es con mayor razón "a los que
están a punto de salir de esta vida" ("in exitu viae
constituti"; Cc. de Trento: DS 1698), de manera que se la llamado también "sacramentum
exeuntium" ("sacramento de los que parten", ibid.). La
Unción de los enfermos acaba de conformarnos con la muerte y a la resurrección
de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la última de las
sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo había
sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos había fortalecido
para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece al término de nuestra
vida terrena un sólido puente levadizo para entrar en la Casa del Padre defendiéndose
en los últimos combates (cf ibid.: DS 1694).
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