VII Los efectos del sacramento del Orden
El carácter indeleble
1581 Este
sacramento configura con Cristo mediante una gracia especial del Espíritu Santo
a fin de servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia. Por la
ordenación recibe la capacidad de actuar como representante de Cristo, Cabeza
de la Iglesia, en su triple función de sacerdote, profeta y rey.
1582 Como
en el caso del Bautismo y de la Confirmación, esta participación en la misión
de Cristo es concedida de una vez para siempre. El sacramento del Orden
confiere también un carácter espiritual indeleble y no puede ser
reiterado ni ser conferido para un tiempo determinado (cf Cc. de Trento: DS
1767; LG 21.28.29; PO 2).
1583 Un
sujeto válidamente ordenado puede ciertamente, por causas graves, ser liberado
de las obligaciones y las funciones vinculadas a la ordenación, o se le puede
impedir ejercerlas (cf [link] CIC, can. 290-293; [link] 1336,1,
nn 3 y 5; [link] 1338,2), pero no puede
convertirse de nuevo en laico en sentido estricto (cf. CC. de Trento: DS 1774)
porque el carácter impreso por la ordenación es para siempre. La vocación y la
misión recibidas el día de su ordenación, lo marcan de manera permanente.
1584 Puesto
que en último término es Cristo quien actúa y realiza la salvación a través del
ministro ordenado, la indignidad de éste no impide a Cristo actuar (cf Cc. de
Trento: DS 1612; 1154). S. Agustín lo dice con firmeza:
En cuanto al ministro orgulloso, hay que colocarlo con el diablo. Sin
embargo, el don de Cristo no por ello es profanado: lo que llega a través de él
conserva su pureza, lo que pasa por él permanece limpio y llega a la tierra
fértil...En efecto, la virtud espiritual del sacramento es semejante a la luz:
los que deben ser iluminados la reciben en su pureza y, si atraviesa seres
manchados, no se mancha (Ev. Ioa. 5, 15).
La gracia del Espíritu Santo
1585 La
gracia del Espíritu Santo propia de este sacramento es la de ser configurado
con Cristo Sacerdote, Maestro y Pastor, de quien el ordenado es constituido
ministro.
1586 Para
el obispo, es en primer lugar una gracia de fortaleza ("El Espíritu de
soberanía": Oración de consagración del obispo en el rito latino): la de
guiar y defender con fuerza y prudencia a su Iglesia como padre y pastor, con
amor gratuito para todos y con predilección por los pobres, los enfermos y los
necesitados (cf CD 13 y 16). Esta gracia le impulsa a anunciar el evangelio a
todos, a ser el modelo de su rebaño, a precederlo en el camino de la
santificación identificándose en la Eucaristía con Cristo Sacerdote y Víctima,
sin miedo a dar la vida por sus ovejas:
Concede, Padre que conoces los corazones, a tu siervo que has elegido para
el episcopado, que apaciente tu santo rebaño y que ejerza ante ti el supremo
sacerdocio sin reproche sirviéndote noche y día; que haga sin cesar propicio tu
rostro y que ofrezca los dones de tu santa Iglesia, que en virtud del espíritu
del supremo sacerdocio tenga poder de perdonar los pecados según tu
mandamiento, que distribuya las tareas siguiendo tu orden y que desate de toda
atadura en virtud del poder que tú diste a los apóstoles; que te agrade por su
dulzura y su corazón puro, ofreciéndote un perfume agradable por tu Hijo
Jesucristo... (S. Hipólito, Trad. Ap. 3).
1587 El don
espiritual que confiere la ordenación presbiteral está expresado en esta
oración propia del rito bizantino. El obispo, imponiendo la mano, dice:
Señor, llena del don del Espíritu Santo al que te has dignado elevar al
grado del sacerdocio para que sea digno de presentarse sin reproche ante tu
altar, de anunciar el evangelio de tu Reino, de realizar el ministerio de tu
palabra de verdad, de ofrecerte dones y sacrificios espirituales, de renovar tu
pueblo mediante el baño de la regeneración; de manera que vaya al encuentro de
nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, tu Hijo único, el día de su segunda
venida, y reciba de tu inmensa bondad la recompensa de una fiel administración
de su orden (Euchologion).
1588 En
cuanto a los diáconos, "fortalecidos, en efecto, con la gracia del
sacramento, en comunión con el obispo y sus presbíteros, están al servicio del
Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la
caridad" (LG 29).
1589 Ante
la grandeza de la gracia y del oficio sacerdotales, los santos doctores
sintieron la urgente llamada a la conversión con el fin de corresponder
mediante toda su vida a aquel de quien el sacramento los constituye ministros.
Así, S. Gregorio Nazianceno, siendo joven sacerdote, exclama:
Es preciso comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es
preciso ser instruido para poder instruir; es preciso ser luz para iluminar,
acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser santificado para santificar,
conducir de la mano y aconsejar con inteligencia (Or. 2, 71). Sé de quién somos ministros, donde nos encontramos
y adonde nos dirigimos. Conozco la altura de Dios y la flaqueza del
hombre, pero también su fuerza (ibid. 74) (Por tanto, ¿quién es el sacerdote?
Es) el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, glorifica con los
arcángeles, hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de los
sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece
(en ella) la imagen (de Dios), la recrea para el mundo de lo alto, y, para
decir lo más grande que hay en él, es divinizado y diviniza (ibid. 73).
Y el santo Cura de Ars dice: "El sacerdote continua la obra de
redención en la tierra"..."Si se comprendiese bien al sacerdote en la
tierra se moriría no de pavor sino de amor"..."El sacerdocio es el
amor del corazón de Jesús".
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