IV Los efectos del sacramento del Matrimonio
1638 "Del matrimonio válido se origina entre los cónyuges un vínculo
perpetuo y exclusivo por su misma naturaleza; además, en el matrimonio
cristiano los cónyuges son fortalecidos y quedan como consagrados por un
sacramento peculiar para los deberes y la dignidad de su estado" ( [link] CIC,
can. 1134).
El vínculo matrimonial
1639 El
consentimiento por el que los esposos se dan y se reciben mutuamente es sellado
por el mismo Dios (cf Mc 10,9). De su alianza "nace una institución
estable por ordenación divina, también ante la sociedad" (GS 48,1). La
alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres:
"el auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino" (GS 48,2).
1640 Por tanto, el vínculo matrimonial es establecido por Dios
mismo, de modo que el matrimonio celebrado y consumado entre bautizados no
puede ser disuelto jamás. Este vínculo que resulta del acto humano libre de los
esposos y de la consumación del matrimonio es una realidad ya irrevocable y da
origen a una alianza garantizada por la fidelidad de Dios. La Iglesia no tiene
poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina (cf
[link] CIC, can. 1141).
La gracia del sacramento del matrimonio
1641
"En su modo y estado de vida, (los cónyuges cristianos) tienen su carisma
propio en el Pueblo de Dios" (LG 11). Esta gracia propia del sacramento
del matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a
fortalecer su unidad indisoluble. Por medio de esta gracia "se ayudan
mutuamente a santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la acogida y
educación de los hijos" (LG 11; cf LG 41).
1642 Cristo
es la fuente de esta gracia. "Pues de la misma manera que Dios en otro
tiempo salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor y fidelidad,
ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento
del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos" (GS 48,2).
Permanece con ellos, les da la fuerza de segu irle tomando su cruz, de
levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos las
cargas de los otros (cf Ga 6,2), de estar "sometidos unos a otros en el
temor de Cristo" (Ef 5,21) y de amarse con un amor sobrenatural, delicado
y fecundo. En las alegrías de su amor y de su vida familiar les da, ya aquí, un
gusto anticipado del banquete de las bodas del Cordero:
¿De dónde voy a sacar la fuerza para describir de manera satisfactoria la
dicha del matrimonio que celebra la Iglesia, que confirma la ofrenda, que sella
la bendición? Los ángeles lo proclaman, el Padre celestial lo ratifica...¡Qué
matrimonio el de dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un solo deseo,
una sola disciplina, el mismo servicio! Los dos hijos de un mismo Padre,
servidores de un mismo Señor; nada los separa, ni en el espíritu ni en la
carne; al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne. Donde la carne
es una, también es uno el espíritu (Tertuliano, ux. 2,9; cf. FC 13).
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