II La celebración de las exequias
1684 Las
exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El ministerio
de la Iglesia pretende expresar también aquí la comunión eficaz con el difunto,
hacer participar en esa comunión a la asamblea reunida para las exequias
y anunciarle la vida eterna.
1685 Los
diferentes ritos de las exequias expresan el carácter pascual de la muerte
cristiana y responden a las situaciones y a las tradiciones de cada región, aun
en lo referente al color litúrgico (cf SC 81).
1686 El
Ordo exequiarum (OEx) o Ritual de los funerales de la liturgia romana
propone tres tipos de celebración de las exequias, correspondientes a tres
lugares de su desarrollo (la casa, la iglesia, el cementerio), y según la
importancia que les presten la familia, las costumbres locales, la cultura y la
piedad popular. Por otra parte, este desarrollo es común a todas las
tradiciones litúrgicas y comprende cuatro momentos principales:
1687 La
acogida de la comunidad. El saludo de fe abre la celebración. Los
familiares del difunto son acogidos con una palabra de "consolación"
(en el sentido del Nuevo Testamento: la fuerza del Espíritu Santo en la
esperanza; cf 1 Ts 4,18). La comunidad orante que se reúne espera también
"las palabras de vida eterna". La muerte de un miembro de la
comunidad (o el aniversario, el séptimo o el trigésimo día) es un
acontecimiento que debe hacer superar las perspectivas de "este
mundo" y atraer a los fieles, a las verdaderas perspectivas de la fe en
Cristo resucitado.
1688 La
Liturgia de la Palabra. La celebración de la Liturgia de la Palabra en las
exequias exige una preparación, tanto más atenta cuanto que la asamblea allí
presente puede incluir fieles poco asiduos a la liturgia y amigos del difunto
que no son cristianos. La homilía, en particular, debe "evitar" el
género literario de elogio fúnebre (OEx 41) y debe iluminar el misterio de la
muerte cristiana a la luz de Cristo resucitado.
1689 El
Sacrificio eucarístico. Cuando la celebración tiene lugar en la Iglesia, la
Eucaristía es el corazón de la realidad pascual de la muerte cristiana (cf OEx
1). La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo
al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y resurrección de
Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias y
que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino (cf. OEx 57). Así
celebrada la Eucaristía, la comunidad de fieles, especialmente la familia del
difunto, aprende a vivir en comunión con quien "se durmió en el
Señor" , comulgando con el Cuerpo de Cristo, de quien es miembro vivo, y
orando luego por él y con él.
1690 El
adiós ("a Dios") al difunto es "su recomendación a
Dios" por la Iglesia. Es el "último adiós por el que la comunidad
cristiana despide a uno de sus miembros antes que su cuerpo sea llevado a su
sepulcro" (OEx 10). La tradición bizantina lo expresa con el beso de adiós
al difunto:
Con este saludo final "se canta por su partida de esta vida y por su
separación, pero también porque existe una comunión y una reunión. En efecto,
una vez muertos no estamos en absoluto separados unos de otros, pues todos
recorremos el mismo camino y nos volveremos a encontrar en un mismo lugar. No
nos separaremos jamás, porque vivimos para Cristo y ahora estamos unidos a
Cristo, yendo hacia él...estaremos todos juntos en Cristo" (S. Simeón de
Tesalónica, De ordine sep).
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