Artículo 2
NUESTRA VOCACIÓN A LA BIENAVENTURANZA
I.- Las bienaventuranzas
1716 Las
bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús
recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las
perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de
los cielos:
Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia.
Bienaventurados los limpios de
corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de
Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el
Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda
clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
(Mt 5,3-12)
1717 Las bienaventuranzas dibujan el rostro de
Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados
a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las
actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que
sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las
bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la
Virgen María y de todos los santos.
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