II. La libertad humana en la economía de la salvación
1739
Libertad y pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre erró. Libremente
pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios, se engañó a sí mismo y se hizo
esclavo del pecado. Esta primera alienación engendró una multitud de
alienaciones. La historia de la
humanidad, desde sus orígenes, atestigua desgracias y opresiones nacidas del
corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad.
1740 Amenazas
para la libertad. El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir
y hacer cualquier cosa. Es falso concebir al hombre ‘sujeto de esa libertad
como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su interés propio
en el goce de los bienes terrenales’ (CDF, instr. "Libertatis
conscientia" 13). Por otra parte, las condiciones de orden económico y
social, político y cultural requeridas para un justo ejercicio de la libertad
son, con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia
gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la
tentación de pecar contra la caridad. Al apartarse de la ley moral, el hombre
atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad
con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina
1741 Liberación
y salvación. Por su Cruz gloriosa, Cristo obtuvo la salvación para todos
los hombres. Los rescató del pecado que los tenía sometidos a esclavitud. ‘Para ser libres nos libertó Cristo’ (Ga
5,1). En El participamos de ‘la verdad que nos hace libres’ (Jn 8,32). El
Espíritu Santo nos ha sido dado, y, como enseña el apóstol, ‘donde está el
Espíritu, allí está la libertad’ (2 Co 3,17). Ya desde ahora nos gloriamos de
la ‘libertad de los hijos de Dios’ (Rm 8,21).
1742 Libertad
y gracia. La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a nuestra
libertad cuando ésta corresponde al sentido de la verdad y del bien que Dios ha
puesto en el corazón del hombre. Al contrario, como lo atestigua la experiencia
cristiana, especialmente en la oración, a medida que somos más dóciles a
los impulsos de la gracia, se acrecientan nuestra íntima verdad y nuestra
seguridad en las pruebas, como también ante las presiones y coacciones del
mundo exterior. Por el trabajo de la
gracia, el Espíritu Santo nos educa en la libertad espiritual para hacer de
nosotros colaboradores libres de su obra en la Iglesia y en el mundo.
Dios omnipotente y misericordioso,
aparta de nosotros los males, para que, bien dispuesto nuestro cuerpo y nuestro
espíritu, podamos libremente cumplir tu voluntad. (MR, colecta del
domingo 32)
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