II. Pasiones y vida moral
1767 En sí mismas, las pasiones no son buenas
ni malas. Sólo reciben calificación moral en la medida en que dependen de la
razón y de la voluntad. Las pasiones se llaman voluntarias ‘o porque están
ordenadas por la voluntad, o porque la voluntad no se opone a ellas’ (S. Tomás
de A., s. th. 1-2, 24, 1). Pertenece a la perfección del bien moral o humano el
que las pasiones estén reguladas por la razón.
1768. Los sentimientos más profundos no
deciden ni la moralidad, ni la santidad de las personas; son el depósito
inagotable de las imágenes y de las afecciones en que se expresa la vida moral.
Las pasiones son moralmente buenas cuando contribuyen a una acción
buena, y malas en el caso contrario. La voluntad recta ordena al bien y a la
bienaventuranza los movimientos sensibles que asume; la voluntad mala sucumbe a
las pasiones desordenadas y las exacerba. Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos en las virtudes,
o pervertidos en los vicios.
1769 En la
vida cristiana, el Espíritu Santo realiza su obra movilizando todo el ser
incluidos sus dolores, temores y tristezas, como aparece en la agonía y la
pasión del Señor. Cuando se vive en Cristo, los sentimientos humanos pueden
alcanzar su consumación en la caridad y la bienaventuranza divina.
1770 La
perfección moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su
voluntad, sino también por su apetito sensible según estas palabras del salmo:
‘Mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo’ (Sal 84,3).
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