I Las virtudes humanas
1804 Las virtudes humanas son actitudes
firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de
la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían
nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio
y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien.
Las virtudes morales se adquieren
mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos
moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse
con el amor divino.
Distinción de las virtudes
cardinales
1805 Cuatro virtudes desempeñan un papel
fundamental. Por eso se las llama ‘cardinales’; todas las demás se agrupan en
torno a ellas. Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la
templanza. ‘¿Amas la justicia? Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues
ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza’ (Sb 8, 7).
Bajo otros nombres, estas virtudes son alabadas en numerosos pasajes de la
Escritura.
1806 La prudencia
es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia
nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. ‘El hombre
cauto medita sus pasos’ (Pr 14, 15). ‘Sed sensatos y sobrios para daros a la
oración’ (1 Pe 4, 7). La prudencia es la ‘regla recta de la acción’, escribe
santo Tomás (s. th. 2-2, 47, 2), siguiendo a Aristóteles. No se confunde ni con
la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. Es llamada ‘auriga
virtutum’: conduce las otras virtudes indicándoles regla y medida. Es la
prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente
decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos
sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas
sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.
1807 La justicia
es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios
y al prójimo lo que les es debido. La
justicia para con Dios es llamada ‘la virtud de la religión’. Para con los
hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer
en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las
personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las
Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos
y de su conducta con el prójimo. ‘Siendo juez no hagas injusticia, ni
por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu
prójimo’ (Lv 19, 15). ‘Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo,
teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo’ (Col 4, 1).
1808 La fortaleza
es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia
en la búsqueda del bien. Reafirma la
resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida
moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la
muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita
para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una
causa justa. ‘Mi fuerza y mi cántico es el Señor’ (Sal 118, 14). ‘En el mundo tendréis tribulación. Pero
¡ánimo!: Yo he vencido al mundo’ (Jn 16, 33).
1809 La templanza
es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el
equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos
en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el
bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar
‘para seguir la pasión de su corazón’ (Si 5,2; cf 37, 27-31). La templanza es a
menudo alabada en el Antiguo Testamento: ‘No vayas detrás de tus pasiones, tus
deseos refrena’ (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada ‘moderación’ o
‘sobriedad’. Debemos ‘vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo
presente’ (Tt 2, 12).
Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con toda el
alma y con todo el obrar. Quien no obedece más que a El (lo cual pertenece a la
justicia), quien vela para discernir todas las cosas por miedo a dejarse
sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece a la prudencia), le
entrega un amor entero (por la templanza), que ninguna desgracia puede derribar
(lo cual pertenece a la fortaleza). (S. Agustín, mor. eccl. 1, 25, 46).
Las virtudes y la gracia
1810 Las virtudes humanas adquiridas mediante
la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, mantenida
siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con
la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El
hombre virtuoso es feliz al practicarlas.
1811 Para
el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral. El don
de la salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para perseverar en la
búsqueda de las virtudes. Cada cual debe pedir siempre esta gracia de luz y de
fortaleza, recurrir a los sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir
sus invitaciones a amar el bien y guardarse del mal.
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