II La
conversión y la sociedad
1886 La
sociedad es indispensable para la realización de la vocación humana. Para
alcanzar este objetivo es preciso que sea respetada la justa jerarquía de los
valores que subordina las dimensiones ‘materiales e instintivas’ del ser del
hombre ‘a las interiores y espirituales’(CA 36):
La sociedad humana... tiene que ser considerada, ante todo, como una
realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres,
iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos
conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los
bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en
todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con
los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los
bienes espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo
tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la
convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento
jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa
de la comunidad humana en su incesante desarrollo. (PT 36).
1887 La
inversión de los medios y de los fines (cf CA 41), lo que lleva a dar valor de
fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar las personas
como puros medios para un fin, engendra estructuras injustas que ‘hacen ardua y
prácticamente imposible una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del
Legislador Divino’(Pío XII, discurso 1 junio 1941).
1888 Es
preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona
y a la exigencia permanente de su conversión interior para obtener
cambios sociales que estén realmente a su servicio. La prioridad reconocida a
la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino, al contrario, impone
la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando
inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a
las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él (cf LG
36).
1889 Sin la
ayuda de la gracia, los hombres no sabrían ‘acertar con el sendero a veces
estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo
ilusoriamente combatirlo, lo agrava’ (CA 25). Es el camino de la caridad, es
decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad representa el mayor mandamiento
social. Respeta al otro y sus
derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces
de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo: ‘Quien intente guardar su
vida la perderá; y quien la pierda la conservará’ (Lc 17, 33)
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