II La ley antigua
1961 Dios,
nuestro Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le reveló su Ley,
preparando así la venida de Cristo. La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la
razón. Estas están declaradas y autentificadas en el marco de la Alianza de la
salvación.
1962 La Ley antigua es el primer estado de la
Ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas en los Diez
mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación
del hombre, formado a imagen de Dios. Prohíben lo que es contrario al amor de
Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es una luz
ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los
caminos de Dios, y para protegerle contra el mal:
Dios escribió en las tablas de la
Ley lo que los hombres no leían en sus corazones. (S. Agustín, sAL. 57, 1)
1963 Según
la tradición cristiana, la Ley santa (cf. Rm 7, 12) espiritual (cf. Rm 7, 14) y
buena (cf. Rm 7, 16) es todavía imperfecta. Como un pedagogo (cf. Ga 3, 24)
muestra lo que es preciso hacer, pero no da de suyo la fuerza, la gracia del
Espíritu para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja
de ser una ley de servidumbre. Según san Pablo tiene por función principal
denunciar y manifestar el pecado, que forma una ‘ley de concupiscencia’
(cf. Rm 7) en el corazón del hombre. No obstante, la Ley constituye la primera
etapa en el camino del Reino. Prepara y dispone al pueblo elegido y a cada
cristiano a la conversión y a la fe en el Dios Salvador. Proporciona una
enseñanza que subsiste para siempre, como la Palabra de Dios.
1964 La Ley
antigua es una preparación para el Evangelio. ‘La ley es profecía y pedagogía de las realidades
venideras’ (S Ireneo, haer. 4, 15, 1). Profetiza y presagia la obra de
liberación del pecado que se realizará con Cristo; suministra al Nuevo
Testamento las imágenes, los ‘tipos’, los símbolos para expresar la vida según
el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza de los libros
sapienciales y de los profetas, que la orientan hacia la Nueva Alianza y el
Reino de los cielos.
Hubo..., bajo el régimen de la antigua alianza, gentes que poseían la
caridad y la gracia del Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas
espirituales y eternas, en lo cual se adherían a la ley nueva. Y al contrario,
existen, en la nueva alianza, hombres carnales, alejados todavía de la
perfección de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del
castigo y ciertas promesas temporales han sido necesarias, incluso bajo la
nueva alianza. En todo caso, aunque la ley antigua prescribía la caridad, no
daba el Espíritu Santo, por el cual «la caridad es difundida en nuestros
corazones» (Rm 5,5.). (S.
Tomás de A., s. th. 1-2, 107, 1 ad 2).
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