II La gracia
1996
Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor,
el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar
a ser hijos de Dios (cf Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8, 14-17),
partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf Jn
17, 3).
1997 La
gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la
intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la
gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como ‘hijo adoptivo’ puede ahora llamar
‘Padre’ a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le
infunde la caridad y que forma la Iglesia.
1998 Esta
vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de la
iniciativa gratuita de Dios, porque sólo El puede revelarse y darse a sí mismo.
Sobrepasa las capacidades de la
inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, como las de toda creatura (cf
1 Co 2, 7-9)
1999 La
gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por
el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: es la
gracia santificante o divinizadora, recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de
santificación (cf Jn 4, 14; 7, 38-39):
Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo
es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo (2 Co
5, 17-18).
2000 La
gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y sobrenatural
que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su
amor. Se debe distinguir entre la gracia
habitual, disposición permanente para vivir y obrar según la vocación
divina, y las gracias actuales, que designan las intervenciones divinas
que están en el origen de la conversión o en el curso de la obra de la
santificación.
2001 La
preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia.
Esta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la
justificación mediante la fe y a la santificación mediante la caridad. Dios
completa en nosotros lo que El mismo comenzó, ‘porque él, por su acción,
comienza haciendo que nosotros queramos; y termina cooperando con nuestra
voluntad ya convertida’ (S. Agustín, grat. 17):
Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar
con Dios que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos
curados; nos sigue todavía para que, una vez sanados, seamos vivificados; se
nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados;
se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos
por siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer nada. (S. Agustín, nat. et grat. 31).
2002 La libre iniciativa de Dios exige la respuesta
libre del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con
la libertad, el poder de conocerle y amarle. El alma sólo libremente
entra en la comunión del amor. Dios toca inmediatamente y mueve directamente el
corazón del hombre. Puso en el hombre una aspiración a la verdad y al bien que
sólo El puede colmar. Las promesas de la ‘vida eterna’ responden, por encima de
toda esperanza, a esta aspiración:
Si tú descansaste el día séptimo, al término de todas tus obras muy buenas,
fue para decirnos por la voz de tu libro que al término de nuestras obras, ‘que
son muy buenas’ por el hecho de que eres tú quien nos las ha dado, también
nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti. (S. Agustín, conf.
13, 36, 51).
2003 La gracia es, ante todo y principalmente,
el don del Espíritu que nos justifica y nos santifica. Pero la gracia comprende
también los dones que el Espíritu Santo nos concede para asociarnos a su obra,
para hacernos capaces de colaborar en la salvación de los otros y en el
crecimiento del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Estas son las gracias
sacramentales, dones propios de los distintos sacramentos. Son además las gracias
especiales, llamadas también ‘carismas’, según el término griego
empleado por san Pablo, y que significa favor, don gratuito, beneficio (cf LG
12). Cualquiera que sea su carácter, a veces extraordinario, como el don de
milagros o de lenguas, los carismas están ordenados a la gracia santificante y
tienen por fin el bien común de la Iglesia. Están al servicio de la
caridad, que edifica la Iglesia (cf 1 Co 12).
2004 Entre las gracias especiales conviene
mencionar las gracias de estado, que acompañan el ejercicio de las
responsabilidades de la vida cristiana y de los ministerios en el seno de la
Iglesia:
Teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el
don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio,
en el ministerio, la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que
da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la
misericordia, con jovialidad (Rm 12, 6-8).
2005 La
gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y
sólo puede ser conocida por la fe. Por
tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para
deducir de ellos que estamos justificados y salvados (Cc. de Trento: DS
1533-34). Sin embargo, según las palabras del Señor: ‘Por sus frutos los
conoceréis’ (Mt 7, 20), la consideración de los beneficios de Dios en nuestra
vida y en la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está
actuando en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de
pobreza llena de confianza:
Una de las más bellas
ilustraciones de esta actitud se encuentra en la respuesta de santa Juana de
Arco a una pregunta capciosa de sus jueces eclesiásticos: ‘Interrogada si sabía
que estaba en gracia de Dios, responde: «si no lo estoy, que Dios me quiera
poner en ella; si estoy, que Dios me quiera conservar en ella»’ (Juana de Arco,
proc.).
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