SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
“Maestro, ¿qué he de hacer...?”
2052
‘Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?’ Al joven
que le hace esta pregunta, Jesús responde primero invocando la necesidad de
reconocer a Dios como ‘el único Bueno’, como el Bien por excelencia y como la
fuente de todo bien. Luego Jesús le declara: ‘Si quieres entrar en la vida,
guarda los mandamientos’. Y cita a su interlocutor los preceptos que se
refieren al amor del prójimo: ‘No matarás, no cometerás adulterio, no robarás,
no levantarás testimonio falso, honra a tu padre y a tu madre’. Finalmente,
Jesús resume estos mandamientos de una manera positiva: ‘Amarás a tu prójimo
como a ti mismo’ (Mt 19, 16-19).
2053 A esta
primera respuesta se añade una segunda: ‘Si quieres ser perfecto, vete, vende
lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego
ven, y sígueme’ (Mt 19, 21). Esta res puesta no anula la primera. El
seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La Ley no es
abolida (cf Mt 5, 17), sino que el hombre es invitado a encontrarla en la
Persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta. En los tres
evangelios sinópticos la llamada de Jesús, dirigida al joven rico, de seguirle
en la obediencia del discípulo, y en la observancia de los preceptos, es
relacionada con el llamamiento a la pobreza y a la castidad (cf Mt 19, 6-12. 21. 23-29). Los consejos evangélicos son
inseparables de los mandamientos.
2054 Jesús recogió los diez mandamientos, pero
manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra. Predicó la ‘justicia
que sobre pasa la de los escribas y fariseos’ (Mt 5, 20), así como la de los
paganos (cf Mt 5, 46-47). Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos:
‘habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás... Pues yo os
digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el
tribunal’ (Mt 5, 21-22).
2055 Cuando
le hacen la pregunta: ‘¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?’ (Mt 22, 36),
Jesús responde: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma
y con toda tu mente. Este es el
mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. De estos
dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas’ (Mt 22, 37-40; cf Dt 6, 5;
Lv 19, 18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único
mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley:
En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y
todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como
a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley
en su plenitud (Rm 13, 9-10).
2056 La
palabra ‘Decálogo’ significa literalmente ‘diez palabras’ (Ex 34, 28 ; Dt 4,
13; 10, 4). Estas ‘diez palabras’ Dios
las reveló a su pueblo en la montaña santa. Las escribió ‘con su Dedo’ (Ex 31,
18), a diferencia de los otros preceptos escritos por Moisés (cf Dt 31, 9.24).
Constituyen palabras de Dios en un sentido eminente. Son transmitidas en los
libros del Exodo (cf Ex 20, 1-17) y del Deuteronomio (cf Dt 5, 6-22). Ya en el
Antiguo Testamento, los libros santos hablan de las ‘diez palabras’ (cf por
ejemplo, Os 4, 2; Jr 7, 9; Ez 18, 5-9); pero su pleno sentido será revelado en
la nueva Alianza en Jesucristo.
2057 El
Decálogo se comprende ante todo cuando se lee en el con texto del Exodo, que es
el gran acontecimiento liberador de Dios en el centro de la antigua Alianza.
Las ‘diez palabras’, bien sean formula das como preceptos negativos,
prohibiciones, o bien como mandamientos positivos (como ‘honra a tu padre y a
tu madre’), indican las condiciones de una vida liberada de la esclavitud del
pecado. El Decálogo es un camino de
vida:
Si amas a tu Dios, si sigues sus
caminos y guardas sus mandamientos, sus preceptos y sus normas, vivirás y te
multiplicarás (Dt 30, 16).
Esta fuerza liberadora del Decálogo aparece, por ejemplo, en el mandamiento
del descanso del sábado, destinado también a los extranjeros y a los esclavos:
Acuérdate de que fuiste esclavo
en el país de Egipto y de que tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y con
tenso brazo (Dt 5, 15).
2058 Las ‘diez palabras’ resumen y proclaman
la ley de Dios: ‘Estas palabras dijo el Señor a toda vuestra asamblea, en la
montaña, de en medio del fuego, la nube y la densa niebla, con voz potente, y
nada más añadió. Luego las escribió en dos tablas de piedra y me las entregó a
mí’ (Dt 5, 22). Por eso estas dos tablas son llamadas ‘el Testimonio’ (Ex 25,
169, pues contienen las cláusulas de la Alianza establecida entre Dios y su
pueblo. Estas ‘tablas del Testimonio’ (Ex 31, 18; 32, 15; 34, 29) se debían
depositar en el ‘arca’ (Ex 25, 16; 40, 1-2).
2059 Las ‘diez palabras’ son pronunciadas por
Dios dentro de una teofanía (‘el Señor os habló cara a cara en la montaña, en
medio del fuego’: Dt 5, 4). Pertenecen a la revelación que Dios hace de sí
mismo y de su gloria. El don de los mandamientos es don de Dios y de su santa
voluntad. Dando a conocer su voluntad, Dios se revela a su pueblo.
2060 El don
de los mandamientos de la ley forma parte de la Alianza sellada por Dios con
los suyos. Según el libro del Exodo, la revelación de las ‘diez palabras’ es
concedida entre la proposición de la Alianza (cf Ex 19) y su ratificación (cf
Ex 24), después que el pueblo se comprometió a ‘hacer’ todo lo que el Señor
había dicho y a ‘obedecerlo’ (Ex 24, 7). El Decálogo no es transmitido sino
tras el recuerdo de la Alianza (‘el Señor, nuestro Dios, estableció con
nosotros una alianza en Horeb’: Dt 5, 2).
2061 Los
mandamientos reciben su plena significación en el interior de la Alianza. Según
la Escritura, el obrar moral del hombre adquiere todo su sentido en y por la
Alianza. La primera de las ‘diez palabras’ recuerda el amor primero de Dios
hacia su pueblo:
Como había habido, en castigo del pecado, paso del paraíso de la libertad a
la servidumbre de este mundo, por eso la primera frase del Decálogo, primera
palabra de los mandamientos de Dios, se refiere a la libertad: ‘Yo soy el Señor
tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre’ (Ex 20,
2; Dt 5, 6) (Orígenes, hom. in Ex. 8, 1).
2062 Los
mandamientos propiamente dichos vienen en segundo lugar. Expresan las implicaciones
de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La existencia moral es respuesta
a la iniciativa amorosa del Señor. Es
reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es cooperación
con el designio que Dios se propone en la historia.
2063 La alianza y el diálogo entre Dios y el
hombre están también confirmados por el hecho de que todas las obligaciones se
enuncian en primera persona (‘Yo soy el Señor...’) y están dirigidas a otro
sujeto (‘tú’). En todos los mandamientos de Dios hay un pronombre personal en singular
que designa el destinatario. Al mismo tiempo que a todo el pueblo, Dios
da a conocer su voluntad a cada uno en particular:
El Señor prescribió el amor a Dios y enseñó la justicia para con el prójimo
a fin de que el hombre no fuese ni injusto, ni indigno de Dios. Así, por el
Decálogo, Dios preparaba al hombre para ser su amigo y tener un solo corazón
con su prójimo... Las palabras del Decálogo persisten también entre nosotros
(cristianos). Lejos de ser abolidas, han recibido amplificación y desarrollo
por el hecho de la venida del Señor en la carne. (S. Ireneo, haer. 4, 16, 3-4).
El Decálogo en la Tradición de la Iglesia
2064 Fiel a
la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha
reconocido en el Decálogo una importancia y una significación primordiales.
2065 Desde san Agustín, los ‘diez
mandamientos’ ocupan un lugar preponderante en la catequesis de los futuros
bautizados y de los fieles. En el siglo XV se tomó la costumbre de expresar los
preceptos del Decálogo en fórmulas rimadas, fáciles de memorizar, y positivas.
Estas fórmulas están todavía en uso hoy. Los catecismos de la Iglesia han
expuesto con frecuencia la moral cristiana siguiendo el orden de los ‘diez
mandamientos’.
2066 La división y numeración de los
mandamientos ha variado en el curso de la historia. El presente catecismo sigue
la división de los mandamientos establecida por san Agustín y que ha llegado a
ser tradicional en la Iglesia católica. Es también la de las confesiones
luteranas. Los Padres griegos hicieron una división algo distinta que se usa en
las Iglesias ortodoxas y las comunidades reformadas.
2067 Los diez mandamientos enuncian las
exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los tres primeros se refieren más al
amor de Dios y los otros siete más al amor del prójimo.
Como la caridad comprende dos
preceptos en los que el Señor condensa toda la ley y los profetas..., así los
diez preceptos se dividen en dos tablas: tres están escritos en una tabla y
siete en la otra. (S.
Agustín, serm. 33, 2, 2).
2068 El Concilio de Trento enseña que
los diez mandamientos obligan a los cristianos y que el hombre justificado está
también obligado a observarlos (cf DS 1569-1670). Y el Concilio Vaticano II
afirma que: ‘Los obispos, como sucesores de los apóstoles, reciben del Señor...
la misión de enseñar a todos los pueblos y de predicar el Evangelio a todo el
mundo para que todos los hombres, por la fe, el bautismo y el cumplimiento de
los mandamientos, consigan la salvación’ (LG 24).
La unidad del Decálogo
2069 El
Decálogo forma un todo indisociable. Cada una de las ‘diez palabras’ remite a
cada una de las demás y al conjunto; se condicionan recíprocamente. Las dos
tablas se iluminan mutuamente; forman una unidad orgánica. Transgredir un
mandamiento es quebrantar todos los otros (cf St 2, 10-11). No se puede honrar
a otro sin bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a
todos los hombres, que son sus creaturas. El Decálogo unifica la vida teologal
y la vida social del hombre.
El Decálogo y la ley natural
2070 Los
diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al mismo
tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los
derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana. El
Decálogo contiene una expresión privilegiada de la ‘ley natural’:
Desde el comienzo, Dios había
puesto en el corazón de los hombres los preceptos de la ley natural. Primeramente
se contentó con recordárselos. Esto fue el Decálogo. (S. Ireneo, haer. 4, 15,
1).
2071 Aunque
accesibles a la sola razón, los preceptos del Decálogo han sido revelados. Para
alcanzar un conocimiento completo y cierto de las exigencias de la ley natural,
la humanidad pecadora necesitaba esta revelación:
En el estado de pecado, una explicación plena de los mandamientos del
Decálogo resultó necesaria a causa del oscurecimiento de la luz de la razón y
de la desviación de la voluntad. (S.
Buenaventura, sent. 4, 37, 1, 3).
Conocemos los mandamientos de la
ley de Dios por la revelación divina que nos es propuesta en la Iglesia, y por
la voz de la con ciencia moral.
La obligación del Decálogo
2072 Los
diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios
y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves.
Son básicamente inmutables y su
obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los
diez mandamientos están grabados por Dios en el corazón del ser humano.
2073 La obediencia a los mandamientos implica
también obligaciones cuya materia es, en sí misma, leve. Así, la injuria de
palabra está prohibida por el quinto mandamiento, pero sólo podría ser una
falta grave en razón de las circunstancias o de la intención del que la
profiere
“Sin mí no podéis hacer
nada”
2074 Jesús dice: ‘Yo soy la vid;
vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho
fruto; porque sin mí no podéis hacer nada’ (Jn 15, 5). El fruto evocado
en estas palabras es la santidad de una vida hecha fecunda por la unión con
Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos
sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus
hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra
del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. ‘Este es el
mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado’ (Jn 15,
12).
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