IV La
familia y el reino de Dios
2232 Los vínculos familiares, aunque son muy
importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y
autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se
afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada
y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de
que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16, 25): “El que
ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su
hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37).
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Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia
de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: ‘El que cumpla la
voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre’ (Mt
12, 49).
Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el
llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por
el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.
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