VI El amor de los pobres
2443 Dios bendice a los que ayudan a los
pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo: ‘A quien te pide da, al que
desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda’ (Mt 5, 42). ‘Gratis
lo recibisteis, dadlo gratis’ (Mt 10, 8). Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres
(cf Mt 25, 31-36). La buena nueva ‘anunciada a los pobres’ (Mt 11, 5; Lc
4, 18)) es el signo de la presencia de Cristo.
2444 ‘El
amor de la Iglesia por los pobres... pertenece a su constante tradición’ (CA
57). Está inspirado en el Evangelio
de las bienaventuranzas (cf Lc 6, 20-22), en la pobreza de Jesús (cf Mt 8, 20),
y en su atención a los pobres (cf Mc 12, 41-44). El amor a los pobres es
también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de ‘hacer
partícipe al que se halle en necesidad’ (Ef 4, 28). No abarca sólo la
pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y
religiosa (cf CA 57).
2445 El
amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su
uso egoísta:
Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que
están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros
vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de
herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras
carnes como fuego. Habéis acumulado
riquezas en estos días que son los últimos. Mirad: el salario que no habéis
pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de
los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido
sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a los placeres; habéis
hartado vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al
justo; él no os resiste (St 5, 1-6).
2446
San Juan Crisóstomo lo
recuerda vigorosamente: ‘No hacer participar a los pobres de los propios bienes
es robarles y quitarles la vida. Lo que poseemos no son bienes nuestros, sino
los suyos’. Es preciso ‘satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de
modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de
justicia’ (AA 8):
Cuando damos a los pobres las
cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les
devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos
es cumplir un deber de justicia. (S. Gregorio Magno, past. 3, 21).
2447 Las obras
de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales socorremos a
nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3).
Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de
misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de
misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento,
dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a
los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los
pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno de los principales testimonios de la
caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt
6, 2-4):
El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga
para comer que haga lo mismo (Lc 3, 11). Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras
para vosotros (Lc 11, 41). Si un hermano o una hermana están desnudos y
carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: ‘Id en paz,
calentaos o hartaos’, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué
sirve? (St 2, 15-16).
2448 ‘Bajo
sus múltiples formas -indigencia material, opresión injusta, enfermedades
físicas o psíquicas y, por último, la muerte -, la miseria humana es el
signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras
el primer pecado y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la miseria
humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre sí
e identificarse con los «más pequeños de sus hermanos». También por ello, los
oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte
de la Iglesia, que, desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de
sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y
liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que
siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables’ (CDF, instr.
"Libertatis conscientia" 68).
2449 En el
Antiguo Testamento, toda una serie de medidas jurídicas (año jubilar,
prohibición del préstamo a interés, retención de la prenda, obligación del
diezmo, pago cotidiano del jornalero, derecho de rebusca después de la vendimia
y la siega) corresponden a la exhortación del Deuteronomio: ‘Ciertamente nunca
faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este mandamiento: debes abrir
tu mano a tu hermano, a aquél de los tuyos que es indigente y pobre en tu
tierra’ (Dt 15, 11). Jesús hace suyas estas palabras: ‘Porque pobres siempre
tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis’ (Jn 12, 8). Con esto,
no hace caduca la vehemencia de los oráculos antiguos: ‘comprando por dinero a
los débiles y al pobre por un par de sandalias...’ (Am 8, 6), sino que nos invita a reconocer su
presencia en los pobres que son sus hermanos (cf Mt 25, 40):
El día en que su madre le
reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos, santa Rosa de Lima le
contestó: ‘Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No
debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a
Jesús’.
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