IV ‘Quiero ver a Dios’
2548 El deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre del
apego desordenado a los bienes de este mundo, y tendrá su plenitud en la visión
y la bienaventuranza de Dios. ‘La promesa de ver a Dios supera toda felicidad. En la Escritura, ver es
poseer. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir’ (S.
Gregorio de Nisa, beat. 6).
2549 Corresponde, por tanto, al pueblo santo luchar, con la
gracia de lo alto, para obtener los bienes que Dios promete. Para poseer y contemplar a
Dios, los fieles cristianos mortifican sus concupiscencias y, con la ayuda de
Dios, vencen las seducciones del placer y del poder.
2550 En este camino hacia la
perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a quien les escucha (cf Ap 22, 17) a
la comunión perfecta con Dios:
Allí se dará la gloria
verdadera; nadie será alabado allí por error o por adulación; los verdaderos
honores no serán ni negados a quienes los merecen ni concedidos a los indignos;
por otra parte, allí nadie indigno pretenderá honores, pues allí sólo serán
admitidos los dignos. Allí reinará la verdadera paz, donde nadie experimentará
oposición ni de sí mismo ni de otros. La recompensa de la virtud será Dios
mismo, que ha dado la virtud y se prometió a ella como la recompensa mejor y
más grande que puede existir: "Yo seré su Dios, y ellos serán mi
pueblo" (Lv 26, 12)...Este es también el sentido de las palabras del
apóstol: "para que Dios sea todo en todos" (1 Co 15, 28). El será el fin de nuestros deseos, a quien contemplaremos
sin fin, amaremos sin saciedad, alabaremos sin cansancio. Y este don, este
amor, esta ocupación serán ciertamente, como la vida eterna, comunes a todos
(S. Agustín, civ. 22,30).
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