Artículo 1
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
2568 La revelación de la oración en el Antiguo
Testamento se inscribe entre la caída y la elevación del hombre, entre la
llamada dolorosa de Dios a sus primeros hijos: "¿Dónde estás?... ¿Por qué
lo has hecho?" (Gn 3, 9. 13) y la respuesta del Hijo único al entrar en el
mundo: "He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad" (Hb 10,
5-7). Así, la oración está ligada con la historia de los hombres, es la
relación con Dios en los acontecimientos de la historia.
La creación, fuente de la
oración
2569 La oración se vive primeramente a partir
de las realidades de la creación. Los nueve primeros capítulos del
Génesis describen esta relación con Dios como ofrenda por Abel de los
primogénitos de su rebaño (cf Gn 4, 4), como invocación del nombre divino por
Enós (cf Gn 4, 26), como "marcha con Dios" (Gn 5, 24). La ofrenda de
Noé es "agradable" a Dios que le bendice y, a través de él, bendice a
toda la creación (cf Gn 8, 20-9, 17), porque su corazón es justo e íntegro; él
también "marcha con Dios" (Gn 6, 9). Una muchedumbre de hombres
pertenecientes a todas las religiones siempre han vivido esta característica de
la oración.
En su alianza indefectible con
todos los seres vivientes (cf Gn 9, 8-16), Dios llama siempre a los hombres a
orar. Pero, en el Antiguo Testamento, la oración se revela sobre todo a
partir de nuestro padre Abraham.
La Promesa y la oración de la
fe
2570 Cuando
Dios le llama, Abraham parte "como se lo había dicho el Señor" (Gn
12, 4): todo su corazón se somete a la Palabra y obedece. La obediencia del
corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor
relativo. Por eso, la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos:
hombre de silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más
tarde aparece su primera oración con palabras: una queja velada recordando a
Dios sus promesas que no parecen cumplirse (cf Gn 15, 2-3). De este modo surge desde los comienzos uno de los
aspectos de la tensión dramática de la oración: la prueba de la fe en la
fidelidad a Dios.
2571 Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6),
marchando en su presencia y en alianza con él (cf Gn 17, 2), el patriarca está
dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso: es la admirable
hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del verdadero Hijo de la
promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde entonces, habiéndole confiado Dios
su plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la compasión de su Señor
hacia los hombres y se atreve a interceder por ellos con una audaz confianza
(cf Gn 18, 16-33).
2572 Como
última purificación de su fe, se le pide al "que había recibido las
promesas" (Hb 11, 17) que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no
vacila: "Dios proveerá el cordero para el holocausto" (Gn 22, 8),
"pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los
muertos" (Hb 11, 19). Así, el padre de los creyentes se hace semejante al
Padre que no perdonará a su propio Hijo sino que lo entregará por todos
nosotros (cf Rm 8, 32). La oración restablece al hombre en la semejanza con
Dios y le hace participar en la potencia del amor de Dios que salva a la
multitud (cf Rm 4, 16-21).
2573 Dios
renueva su promesa a Jacob, cabeza de las doce tribus de Israel (cf Gn 28,
10-22). Antes de enfrentarse con su hermano Esaú, lucha una noche entera con
"alguien" misterioso que rehúsa revelar su nombre pero que le bendice
antes de dejarle, al alba. La tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de
este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de
la perseverancia (cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).
Moisés y la oración del mediador
2574 Cuando
comienza a realizarse la promesa (Pascua, Exodo, entrega de la Ley y conclusión
de la Alianza), la oración de Moisés es la figura cautivadora de la oración de
intercesión que tiene su cumplimiento en "el único Mediador entre Dios y
los hombres, Cristo-Jesús" (1 Tm 2, 5).
2575
También aquí, Dios interviene, el primero. Llama a Moisés desde la zarza
ardiendo (cf Ex 3, 1-10). Este
acontecimiento quedará como una de las figuras principales de la oración en la
tradición espiritual judía y cristiana. En efecto, si "el Dios de Abraham,
de Isaac y de Jacob" llama a su servidor Moisés es que él es el Dios vivo
que quiere la vida de los hombres. El se revela para salvarlos, pero no
lo hace solo ni contra la voluntad de los hombres: llama a Moisés para
enviarlo, para asociarlo a su compasión, a su obra de salvación. Hay como una
imploración divina en esta misión, y Moisés, después de debatirse, acomodará su
voluntad a la de Dios salvador. Pero
en este diálogo en el que Dios se confía, Moisés aprende también a orar: se
humilla, objeta, y sobre todo pide y, en respuesta a su petición, el Señor le
confía su Nombre inefable que se revelará en sus grandes gestas.
2576 Pues
bien, "Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su
amigo" (Ex 33, 11). La oración
de Moisés es típica de la oración contemplativa gracias a la cual el servidor
de Dios es fiel a su misión. Moisés "habla" con Dios
frecuentemente y durante largo rato, subiendo a la montaña para escucharle e
implorarle, bajando hacia el pueblo para transmitirle las palabras de su Dios y
guiarlo. "El es de toda confianza en mi casa; boca a boca hablo con él,
abiertamente" (Nm 12, 7-8), porque "Moisés era un hombre humilde más
que hombre alguno sobre la haz de la tierra" (Nm 12, 3).
2577 De
esta intimidad con el Dios fiel, tardo a la cólera y rico en amor (cf Ex 34,
6), Moisés ha sacado la fuerza y la tenacidad de su intercesión. No pide por
él, sino por el pueblo que Dios ha adquirido. Moisés intercede ya durante el
combate con los amalecitas (cf Ex 17, 8-13) o para obtener la curación de
Myriam (cf Nm 12, 13-14). Pero es sobre todo después de la apostasía del pueblo
cuando "se mantiene en la brecha" ante Dios (Sal 106, 23) para salvar
al pueblo (cf Ex 32, 1-34, 9). Los argumentos de su oración (la intercesión es
también un combate misterioso) inspirarán la audacia de los grandes orantes
tanto del pueblo judío como de la Iglesia. Dios es amor, por tanto es justo y
fiel; no puede contradecirse, debe acordarse de sus acciones maravillosas, su
Gloria está en juego, no puede abandonar al pueblo que lleva su Nombre.
David y la oración del rey
2578 La
oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la Morada de Dios, el
Arca de la Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo - pastores y profetas - son los primeros que le
enseñan a orar. El niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo "estar ante
el Señor" (cf 1 S 1, 9-18) y del sacerdote Elí cómo escuchar Su Palabra:
"Habla, Señor, que tu siervo escucha" (cf 1 S 3, 9-10). Más tarde,
también él conocerá el precio y el peso de la intercesión: "Por mi parte,
lejos de mí pecar contra el Señor dejando de suplicar por vosotros y de
enseñaros el camino bueno y recto" (1 S 12, 23).
2579 David es, por excelencia, el rey
"según el corazón de Dios", el pastor que ruega por su pueblo y en su
nombre, aquél cuya sumisión a la voluntad de Dios, cuya alabanza y
arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo. Ungido de Dios, su
oración es adhesión fiel a la promesa divina (cf 2 S 7, 18-29), confianza
amante y alegre en aquél que es el único Rey y Señor. En los Salmos, David,
inspirado por el Espíritu Santo, es el primer profeta de la oración judía y
cristiana. La oración de Cristo, verdadero Mesías e hijo de David,
revelará y llevará a su plenitud el sentido de esta oración.
2580 El
Templo de Jerusalén, la casa de oración que David quería construir, será la
obra de su hijo, Salomón. La oración de la Dedicación del Templo (cf 1 R 8,
10-61) se apoya en la Promesa de Dios y su Alianza, la presencia activa de su
Nombre entre su Pueblo y el recuerdo de los grandes hechos del Exodo. El rey
eleva entonces las manos al cielo y ruega al Señor por él, por todo el pueblo,
por las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y sus necesidades
diarias, para que todas las naciones sepan que Dios es el único Dios y que el
corazón del pueblo le pertenece por entero a El.
Elías, los profetas y la conversión del corazón
2581 Para
el pueblo de Dios, el Templo debía ser el lugar donde aprender a orar: las
peregrinaciones, las fiestas, los sacrificios, la ofrenda de la tarde, el
incienso, los panes de "la proposición", todos estos signos de la
Santidad y de la Gloria de Dios, Altísimo pero muy cercano, eran llamadas y
caminos de la oración. Sin embargo, el ritualismo arrastraba al pueblo con
frecuencia hacia un culto demasiado exterior. Era necesaria la educación de la
fe, la conversión del corazón. Esta
fue la misión de los profetas, antes y después del Destierro.
2582 Elías es el padre de los profetas,
"de la raza de los que buscan a Dios, de los que persiguen su Faz"
(Sal 24, 6). Su nombre, "El Señor es mi Dios", anuncia el
grito del pueblo en respuesta a su oración sobre el Monte Carmelo (cf 1 R 18,
39). Santiago nos remite a él para incitarnos a orar: "La oración
ferviente del justo tiene mucho poder" (St 5, 16b-18).
2583
Después de haber aprendido la misericordia en su retirada al torrente de Kérit,
aprende junto a la viuda de Sarepta la fe en la palabra de Dios, fe que
confirma con su oración insistente: Dios devuelve la vida al hijo de la viuda
(cf 1 R 17, 7-24).
En el sacrificio sobre el Monte Carmelo, prueba decisiva para la fe del
pueblo de Dios, el fuego del Señor es la respuesta a su súplica de que se
consume el holocausto "a la hora de la ofrenda de la tarde":
"¡Respóndeme, Señor, respóndeme!" son las palabras de Elías que
repiten exactamente las liturgias orientales en la epíclesis eucarística (cf 1
R 18, 20-39).
Finalmente, repitiendo el camino del desierto hacia el lugar donde el Dios
vivo y verdadero se reveló a su pueblo, Elías se recoge como Moisés "en la
hendidura de la roca" hasta que "pasa" la presencia misteriosa
de Dios (cf 1 R 19, 1-14; Ex 33, 19-23). Pero solamente en el monte de la
Transfiguración se dará a conocer Aquél cuyo Rostro buscan (cf. Lc 9, 30-35):
el conocimiento de la Gloria de Dios está en la rostro de Cristo crucificado y
resucitado (cf 2 Co 4, 6).
2584 En el
"cara a cara" con Dios, los profetas sacan luz y fuerza para su
misión. Su oración no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la
palabra de Dios, a veces un litigio o una queja, siempre una intercesión que
espera y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf Am
7, 2. 5; Is 6, 5. 8. 11; Jr 1, 6;
15, 15-18; 20, 7-18).
Los Salmos, oración de la
Asamblea
2585 Desde David hasta la venida del Mesías,
las Sagradas Escrituras contienen textos de oración que atestiguan el sentido
profundo de la oración para sí mismo y para los demás (cf Esd 9, 6-15; Ne 1,
4-11; Jon 2, 3-10; Tb 3, 11-16; Jdt 9, 2-14). Los salmos fueron reunidos poco a
poco en un conjunto de cinco libros: los Salmos (o "alabanzas"), son
la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento.
2586 Los Salmos alimentan y expresan la
oración del pueblo de Dios como Asamblea, con ocasión de las grandes fiestas en
Jerusalén y los sábados en las sinagogas. Esta oración es indisociablemente individual
y comunitaria; concierne a los que oran y a todos los hombres; asciende desde
la Tierra santa y desde las comunidades de la Diáspora, pero abarca a toda la
creación; recuerda los acontecimientos salvadores del pasado y se extiende
hasta la consumación de la historia; hace memoria de las promesas de Dios ya
realizadas y espera al Mesías que les dará cumplimiento definitivo. Los Salmos,
usados por Cristo en su oración y que en él encuentran su cumplimiento,
continúan siendo esenciales en la oración de su Iglesia (cf IGLH 100-109).
2587 El Salterio es el libro en el que la
Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. En los demás libros del
Antiguo Testamento "las palabras proclaman las obras" (de Dios por
los hombres) "y explican su misterio" (DV 2). En el salterio, las
palabras del salmista expresan, cantándolas para Dios, sus obras de salvación.
El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la respuesta del hombre. Cristo
unirá ambas. En El, los salmos no
cesan de enseñarnos a orar.
2588 Las múltiples expresiones de oración de
los Salmos se encarnan a la vez en la liturgia del templo y en el corazón del
hombre. Tanto si se trata de un himno como de una oración de desamparo o de
acción de gracias, de súplica individual o comunitaria, de canto real o de
peregrinación o de meditación sapiencial, los salmos son el espejo de las
maravillas de Dios en la historia de su pueblo y en las situaciones humanas
vividas por el salmista. Un salmo puede reflejar un acontecimiento pasado, pero
es de una sobriedad tal que se puede rezar verdaderamente por los hombres de
toda condición y de todo tiempo.
2589 Hay unos rasgos constantes en los Salmos:
la simplicidad y la espontaneidad de la oración, el deseo de Dios mismo a
través de su creación, y con todo lo que hay de bueno en ella, la situación
incómoda del creyente que, en su amor preferente por el Señor, se enfrenta con
una multitud de enemigos y de tentaciones; y que, en la espera de lo que hará
el Dios fiel, mantiene la certeza del amor de Dios, y la entrega a la voluntad
divina. La oración de los salmos está siempre orientada a la alabanza; por lo
cual, corresponde bien al conjunto de los salmos el título de "Las
Alabanzas". Reunidos los Salmos en función del culto de la
Asamblea, son invitación a la oración y respuesta a la misma:
"Hallelu-Ya!" (Aleluya), "¡Alabad al Señor!"
¿Qué hay mejor que un Salmo? Por
eso, David dice muy bien: "¡Alabad al Señor, porque es bueno salmodiar: a
nuestro Dios alabanza dulce y bella!". Y es verdad. Porque el salmo es bendición
pronunciada por el pueblo, alabanza de Dios por la Asamblea, aclamación de
todos, palabra dicha por el universo, voz de la Iglesia, melodiosa profesión de
fe (San Ambrosio, Sal. 1, 9).
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